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Así funcionan los antidisturbios del sistema inmune

Los linfocitos T reguladores desempeñan un papel fundamental en las enfermedades autoinmmunes y el cáncer. Sus descubridores han sido reconocidos este año con el Premio Nobel de Medicina

Viernes, 31 de octubre 2025

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Cuando sufrimos una infección, los alrededor de 1,8 billones de células que componen nuestro sistema inmune se ponen en modo alerta para hacer frente al enemigo que nos ha invadido. Entre ese enorme ejército de defensas -por comparación, se calcula que 'solo' tenemos 80.000 millones de neuronas en el cerebro, veinte veces menos- se encuentran los macrófagos, los neutrófilos, las células asesinas naturales (NK), los linfocitos T, los linfocitos B... Todos ellos conforman una colosal armada que si se agrupara, pesaría 1,2 kilos, más o menos lo mismo que el hígado.

1,2 kilogramos

pesa nuestro sistema inmune

Dentro de este complejísimo sistema defensivo existen unos glóbulos blancos especializados en controlar sus excesos de celo. Porque ocurre a veces que destruye lo que no debe. Este es el origen de las enfermedades autoinmunes, en las que esta maraña de células atacan al propio organismo. Se llaman linfocitos T reguladores y «son una especie de antidisturbios que calman la reacción de nuestras defensas», explica la doctora María Mittelbrun, científica del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. También puede suceder lo contrario, que ese super ejército pase por alto enemigos mortales. Este es el caso de las células cancerosas, que engañan a toda esa maraña de defensas para que no las ataquen.

Descubiertos en 1995, la importancia de los linfocitos T reguladores es tal que sus descubridores, el japonés Shimon Sakaguchi y los norteamericanos Mary E. Brunkon y Fred Ramsdell, fueron reconocidos hace solo unas semanas con el Premio Nobel de Medicina. Así funciona un sistema clave para nuestra salud.

Infección

Se dispara la respuesta innata

Cuando un patógeno -virus, bacterias u hongos- logra superar nuestras primeras barreras defensivas (la piel y las mucosas), el organismo activa su primera respuesta. «La tienen todos los organismos y reacciona de la misma forma sea cual sea la amenaza. Reconocen un patrón común a todas ellas y actúan», explica la inmunóloga. En este primer momento los protagonistas son básicamente los macrófagos y los neutrófilos, que se 'comen' o destruyen a los invasores. A ellos se le suman las células asesinas naturales (NK), que están continuamente de patrulla por el cuerpo y se encargan de acabar con las células infectadas o cancerosas sin recibir ninguna orden.

Reacción específica

Se despliega la artillería de especialistas

Si esta primera respuesta no especializada no logra contener la infección, el ejército de nuestras defensas recurre «a su segundo brazo o barrera. Es la respuesta adaptativa y es exclusiva de los vertebrados. A diferencia de la anterior, es muy precisa y depende del patógeno concreto. Surge a los seis días y es en la que se basan todas las vacunas», detalla la experta. Los grandes protagonistas aquí son los linfocitos. Son de dos tipos, los B y los T. Los primeros se producen en la médula osea ('bone marrow', en inglés, de ahí la letra), un tejido esponjoso que se encuentra en el interior de los huesos. La misión de estos linfocitos B es generar anticuerpos, unas proteínas diseñadas para adherirse a los patógenos (en términos técnicos, antígenos, que es cualquier cosa que activa la reacción del sistema inmune). A partir de aquí pueden neutralizarlos directamente o 'marcarlos' para que los destruyan los macrófagos o los neutrófilos.

Linfocitos 'killer'

Licencia para matar

Los precursores de los linfocitos T también nacen en la médula ósea, pero se trasladan a una glándula situada detrás del esternón llamada timo (de ahí la T). «Es como el colegio donde aprenden lo que tienen que hacer», explica Mittelbrunn. Su precisión deriva «de que reconocen rasgos muy concretos de los invasores (péptidos) y de que producimos de forma aleatoria todas las combinaciones posibles, incluso contra patógenos que ni siquiera existen», añade. De toda esta enorme variedad se eliminan el 99%, que podría dañarnos a nosotros mismos. Es la parte más compleja de la inmunología». A su vez, dentro de ellos se distingue entre los linfocitos T 'colaboradores' (CD4), «que orquestan la respuesta inmune y colaboran con los linfocitos B para producir anticuerpos», y los linfocitos T citotóxicos (CD8), que «tienen licencia para matar».

Ataque masivo

La batalla campal

«Todo esto se coordina. Hay una infección, se dispara la respuesta innata, los linfocitos B, los T, los citotóxicos… Hay un boom que acaba siendo una batalla campal entre unas células y otras». Es en este momento cuando aparecen los linfocitos T reguladores (son un tipo de CD4). «Lo que hacen es calmar a todos, apagan la respuesta inflamatoria. Es una manera de decir a los policías que vayan a casa, los asesinos ya están detenidos, vamos a poner un poco de orden». Al igual que otros tipos de leucocitos como las células asesinas naturales, los reguladores están en constante movimiento en el organismo -los otros linfocitos suelen concentrarse en el bazo y los ganglios hasta ser requeridos-.

Calmada la batalla, la mayor parte de todos estos especialistas muere. Solo queda una pequeña parte como 'memoria' del cuerpo para combatir de forma efectiva una nueva infección por ese patógeno destruido.

Un equilibrio clave para la salud

Enfermedades autoinmunes y cáncer

El buen funcionamiento de estos antidisturbios es fundamental para el organismo. Como queda dicho, si no logran controlar la reacción del sistema inmune, este acaba atacando a los propios tejidos. Es lo que sucede en las enfermedades autoinmmunes. Pero si esa reacción no es suficiente, se pasa por alto la presencia de las células cancerígenas, que logran prosperar. «Es un equilibrio muy complejo», concluye Mittelbrunn.

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