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Jueves, 27 de Noviembre 2025, 12:50h
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Fue un día caluroso aquel 14 de julio de 1930. Y en la casita de madera y tejado rojo de Albert Einstein, en Caputh, al sur de Postdam, no muy lejos de Berlín, se respiraba calor húmedo por la cercanía del río Havel y del lago Caputh, al que Einstein acudía en verano a navegar en su velero. El científico alemán recibió aquel día la visita del poeta y pensador indio Rabindranath Tagore, quien estaba en plena gira internacional. Venía de Londres de dar una conferencia sobre religión y humanidad.
Dieron un paseo. El poeta indio, de 69 años, caminaba encorvado; y el científico alemán, de 51, erguido y con paso firme. Luego se sentaron en butacas en el jardín y comenzó una conversación legendaria entre dos iconos del siglo XX que grabó Amiya Chakravarty, poeta, amigo y secretario de Tagore.
Ya eran dos personalidades famosas y prestigiosas. Los dos habían recibido el Premio Nobel: Tagore el de Literatura en 1913 (fue el primer no europeo en merecerlo) y Einstein el de Física en 1921, y no se lo concedieron por su muy relevante teoría de la relatividad, sino por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico.
El encuentro en casa de Einstein lo organizaron amigos comunes. Ellos ya se habían conocido en Berlín en 1926, pero esta cita de 1930 se planteó para que hubiera tiempo para conversar.
Lo recordó Tagore en sus memorias: «El profesor bajó hasta la carretera para recibirme. Su mata de pelo blanco, sus ojos ardientes y sus modales cálidos me impresionaron por el carácter humano de este hombre que trataba de forma tan abstracta las leyes de la geometría y las matemáticas. Juntos subimos lentamente la colina y tomamos el té de la tarde. Entre nosotros había una simpatía que solo las barreras del idioma hacían incómoda».
Einstein no dominaba entonces el inglés y Tagore no hablaba alemán, así que hizo de intérprete Dimitri Marianoff, que después se casó con Margot, hijastra de Einstein (era hija de Elsa, su segunda mujer). Según dijo Marianoff y recogió la crónica de The New York Times, «era interesante verlos juntos: Tagore, el poeta con cabeza de pensador; y Einstein, el pensador con cabeza de poeta». «Fue el encuentro entre la sabiduría de Oriente y la filosofía de Occidente», escribió la prensa india.
Albert Einstein personifica la ciencia, la razón y el pensamiento occidental, mientras que Rabindranath Tagore simboliza la poesía, la espiritualidad india y la filosofía oriental. Claro que fue interesante su conversación.
Lo más trascendente fueron sus pareceres –diferentes– sobre qué es la verdad. Para Tagore, la verdad está ligada a lo humano; Einstein, sin embargo, acepta un mundo como realidad independiente de nosotros.
Tagore inició la conversación: «Usted persigue con las matemáticas las dos entidades antiguas, el tiempo y el espacio; mientras que yo doy conferencias sobre el mundo eterno del hombre».
Einstein preguntó entonces a Tagore: «¿Cree usted que lo divino está aislado del mundo?». «Aislado no. La infinita personalidad del hombre incluye el universo. No puede haber nada que no pueda ser abarcado por la personalidad humana: la verdad del universo es la verdad humana», contesta Tagore.
Se zambullen entonces en la discusión sobre la verdad. Así lo argumentan...
Einstein: «Aunque no haya nadie en esta casa, esa mesa permanece donde está, existe independientemente de nosotros. Hay una realidad independiente de nuestra existencia, nuestra experiencia y nuestra mente».
Tagore responde: «La ciencia ha demostrado que la mesa, como objeto sólido, es una apariencia; y lo que la mente humana percibe como mesa no existiría si la mente no existiera [...]. Por lo tanto, el mundo aparte de nosotros no existe; es un mundo relativo que depende para su realidad de nuestra conciencia».
Y añade: «La verdad científica es solo una apariencia, lo que parece verdadero a la mente humana». Y propone a Einstein un ejemplo: está la realidad del papel, muy distinta a la de la literatura. Para la polilla que devora ese papel, la literatura no existe; sin embargo, para la mente humana sí y la literatura tiene mayor valor que el papel. Así, la verdad –argumenta Tagore– no puede separarse de quien la conoce. «No hay verdad sin conciencia humana que la experimente».
Einstein, que cree que el cosmos existe con independencia de nosotros y sujeto a leyes ciertas, se enciende: «¡Entonces soy más religioso que tú!».
Para el científico existen leyes cósmicas que operaban mil millones de años antes de que existiera el primer ser humano y seguirán operando mil millones de años después. Esa fe en un orden que trasciende completamente a la humanidad es, para Einstein, la auténtica religiosidad.
No pertenece a esta conversación, pero el científico lo resumió así: «Si hay algo en mí que pueda ser llamado religioso es la ilimitada admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia puede revelarla».
La cita de julio de 1930 fue una de las veces que se vieron en persona. De la primera, en 1926, Tagore escribió: «Me impresionó su sencillez. No había nada rígido en él, ninguna frialdad intelectual. Me pareció un hombre que valoraba las relaciones humanas y mostró hacia mí un interés y una comprensión auténticos».
En 1926 se vieron en dos ocasiones: una en un desayuno en el Ministerio de Cultura prusiano y otra en la casa de Einstein en Berlín. Sobre esa cita, Tagore recordó: «Hablamos de si yo creía o no en las mejoras industriales para ayudarnos en nuestra vida moderna. Le dije que eran esenciales para nuestro bienestar físico; y que, dado que nada podía detener estas mejoras, debíamos tratar de utilizar sabiamente lo que el ingenio del hombre había creado».
Se vieron también dos veces en 1930, la segunda fue el 19 de agosto, en la villa de Toni Mendel, buena amiga de Einstein (y se cree que algo más) en Wannsee, un suburbio de Berlín. La conversación de entonces trató sobre juventud y música. La música era una pasión compartida por ambos. Einstein tocaba el violín y el piano desde pequeño, y empezaba sus días tocando música clásica. Tagore compuso cerca de dos mil temas musicales, incluyendo los himnos de la India (Jana Gana Mana) y el de Bangladés (Amar Sonar Bangla).
Tagore continuó con su gira internacional. Su pensamiento, su visión poética de la unidad entre el hombre, la naturaleza y lo divino, fue calando en Occidente. En España lo elogiaron Ortega y Gasset y Juan Ramón Jiménez, y Zenobia Camprubí tradujo sus obras. Sus ideas sobre educación (alejadas de la imposición y el autoritarismo y enfocadas al desarrollo de la creatividad) inspiraron reformas educativas.
A finales de 1930, Tagore viajó a Nueva York y se reunió con el presidente Herbert Hoover. Allí se encontró de nuevo con Einstein, que estaba de camino a Caltech, el Instituto Tecnológico de California.
La prensa tituló: «Un matemático y un místico se encuentran en Manhattan». Tenían puntos de encuentro, pero también de desencuentro. Tagore, por ejemplo, coincidía filosóficamente con la física cuántica en el rechazo de una realidad fija e independiente. Mientras que Einstein no compartía la aleatoriedad o la indeterminación defendida por la física cuántica. Lo resumió en su famosa frase «Dios no juega a los dados con el universo».
Tras el diálogo entre 'el místico y el matemático', Albert Einstein continuó hacia California, donde ocupó un puesto de investigador en el Instituto Tecnológico de ese estado durante varios meses antes de regresar a Alemania. Tagore partió hacia la India a finales de diciembre de 1930.
Después no se vieron, pero permanecieron en contacto. Los unía su interés común por la educación, la naturaleza, la música, la ciencia... y sobre todo su preocupación por la situación política. El nacionalsocialismo estaba en pleno auge en 1930: en las elecciones de septiembre de ese año pasó de 12 a 107 diputados. Einstein era judío y estaba en peligro en Alemania. En diciembre de 1931 aceptó un puesto en el Instituto Tecnológico de California. Poco después, los nazis confiscaron su casa en Caputh y su apartamento en Berlín, bloquearon su cuenta bancaria y lo declararon enemigo del Tercer Reich.
«A ambos les preocupaba el auge del nacionalismo agresivo, se convirtieron en defensores de los derechos humanos y buscaron la paz mundial», dice Kathleen M. O'Connell en el libro Einstein, Tagore y la naturaleza de la realidad.
Los escritos de Tagore muestran afecto y simpatía por el científico alemán. El filósofo Isaiah Berlin, sin embargo, no apreció mucha afinidad entre ambos: «No creo que aparte de las declaraciones de respeto mutuo tuvieran mucho en común, aunque sus ideales sociales pudieran haber sido muy similares». Y desveló que Einstein llamaba al pensador indio, en privado, 'el rabino Tagore', lo cual no era un piropo dicho por un judío «que no tenía mucha simpatía por los rabinos», según Berlin.
Y sí ha habido otro encuentro involuntario entre ellos. En 1961, con motivo del centenario de Tagore, la ciudad de Tel Aviv puso su nombre a una avenida arbolada cercana a la universidad que se cruza con otra llamada Albert Einstein. El diálogo sigue ahí.