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Sanitarios de la UCI del Virgen de las Nieves realizan una traqueotomía.

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Sanitarios de la UCI del Virgen de las Nieves realizan una traqueotomía. PEPE MARÍN

La UCI del Virgen de las Nieves: una trinchera con paredes de cristal

Dentro de la Unidad de Cuidados Intensivos ·

IDEAL conoce el trabajo de esta unidad del Virgen de las Nieves que acoge a 38 pacientes con pronóstico complejo tras dar positivo en coronavirus

Jueves, 2 de abril 2020, 01:36

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La primera vez que María del Mar llegó a casa después de un turno de 24 horas en la UCI del Virgen de las Nieves con pacientes de coronavirus, se derrumbó. Sus hijos, aún pequeños, querían abalanzarse sobre ella para colmarla de besos después de tantas horas separados. Y ella tuvo que pararles en seco ante el peligro que eso podría conllevar. «Es difícil para niños tan pequeños darse cuenta de que no pueden acercarse hasta que me haya duchado y desinfectado del todo, pero van aprendiendo. Lo más duro fue cuando mi hija me pidió que no me pusiera yo mala, que no puede estar 15 días sin verme. Es duro, pero da fuerzas ver cómo salen los pacientes de aquí».

María del Mar Jiménez Quintana es la responsable de la UCI polivalente del hospital y lleva semanas batallando, junto con el resto de responsables de la UCI y los 260 profesionales de la unidad, contra un virus que ya se ha cobrado la vida de más de 90 personas en Granada. «Llevo casi un mes sin ver a mis padres para protegerles, y como yo, el resto de mis compañeros. Por eso somos una piña, porque pasamos por lo mismo».

Todos ellos han creado un grupo de whatsapp en el que se acumulan lágrimas y risas a partes iguales. Se apoyan unos a otros cuando los días parecen colmados de nubarrones y se felicitan por cada pequeña gran victoria conseguida: un paciente que mejora su estado, un ingresado al que no hay que entubar, un enfermo al que le quitan la sedación... Cada pequeño gesto, cuenta mucho para ellos. Por eso, todas las mañanas, al levantarse, ya tienen decenas de mensajes en el grupo con canciones motivadores o frases alentadoras. Y cuando los interminables turnos finalizan y llegan a casa, ahí siguen esos mensajes de aliento, de ánimo. «Sin este compañerismo, sería imposible. Esto es muy duro y acabas sin fuerzas, pero tener estos compañeros te lo da todo», cuenta Jiménez.

«Es agotador»

Los profesionales de las Unidades de Cuidados Intensivos están acostumbrados a luchar en las peores batallas y a conseguir victorias cuando todos los pronósticos se ponen en contra de los pacientes. Pero la pandemia los pone al límite. «Estamos acostumbrados al extremo y a trabajar en los ambientes más duros y complicados, pero el coronavirus nos ha hecho ir un paso más allá», explica José Miguel Pérez Villares, jefe del servicio de UCI del Virgen de las Nieves. «Esto es agotador. Te quitas el traje y te sientes exhausta. Es duro, pero tenemos una gran recompensa: ver salir de aquí bien a los pacientes», cuenta María José Navarro, supervisora de Enfermería de la UCI.

Actualmente, en las salas de cuidados intensivos del hospital, que están separadas entre sí y del resto del área por mamparas de cristal para evitar cualquier posible contagio, están ingresadas 38 personas con COVID-19. Las UCI del San Cecilio ya están llenas, así que el Virgen de las Nieves está recibiendo a algunos de sus pacientes, con lo que se espera que se aumente el número de camas ocupadas en los próximos días. «Lo importante no son las camas, que se pueden montar en cualquier lado. Lo importante es el material y, sobre todo, el personal. Por eso hay que cuidarlos», afirma Pérez.

«Estamos acostumbrados al extremo y a trabajar en los ambientes más duros y complicados, pero el coronavirus nos ha hecho ir un paso más allá»

José Miguel Pérez | Jefe de la UCI

Si el transitar por el interior del hospital llama la atención por la ausencia total de pacientes y familiares –se han cancelado todas las pruebas, operaciones no urgentes y consultas–, traspasar las puertas de la UCI incluso sobrecoge. Los trajes de protección, los pacientes entubados e inconscientes, las máquinas a las que están enchufados y sus parpadeos constantes. Cada rincón en el que la mirada se pose, llena al visitante de preguntas, dudas y respetos. «Ahora mismo estamos haciendo una traqueotomía a un paciente para ayudarle a respirar. Mirad desde fuera del cristal y, por favor, no traspaséis la línea», señala María José Navarro mientras señala al interior de una de las salas acristaladas en la que cuatro sanitarios, vestidos con los conocidos EPI (Equipos de Protección Individual), introducen una jeringuilla en la garganta del paciente para proceder con la operación.

Las zonas sucias

Mientras los cuatro profesionales realizan esta compleja actuación, el resto de compañeros les mira atentos desde fuera del cubículo. No solo les contemplan, esperan para apoyarles en lo necesario. Para lo que necesiten, ellos están allí. Como siempre. Apenas una sanitaria saca la cabeza de la UCI, cuando varias enfermeras y auxiliares corren a los bordes de esa frontera que les separa del contagio para atender a sus peticiones. «¿Qué necesitas?», se escucha decir una y otra vez. Pero siempre, sin traspasar esas líneas grises.

Entre los profesionales las llaman «zonas sucias». Los que se encuentran fuera de la UCI, sin los EPI, no deben, bajo ningún concepto, entrar en ellas. Ocupan en torno a un metro del exterior de cada sala y se han convertido en una especie de descansillo en el que los sanitarios que llevan los trajes protectores se ponen y quitan los equipos, además de desinfectarse para salir del lugar completamente libres del virus.

«Cuando llevamos el traje, no podemos comer ni beber. Perdemos un litro en sudor solo de llevarlo. Es muy duro»

María José Navarro | Supervisora de Enfermería

Solo en ponerse los trajes de protección tienen que invertir 15 minutos de su jornada. Para quitárselo, incluso tardan más porque es el momento de más peligro, ya que la vestimenta está impregnada de virus. Por eso, hay trabajadores que se dedican únicamente a guiarles cuando se tienen que desvestir, para que nada les roce. «Tienen una lista con los pasos que hay que seguir y les ayudan a hacerlo para que no haya problemas», dice Pérez.

Esos trajes son su salvación pero, también, su calvario. Están compuestos por gafas, mascarillas, guantes, patucos, gorro y un traje impermeable. Todo este equipo les mantiene a salvo, pero también les hace tener dificultades de movimiento y, sobre todo, tener el cuerpo a temperatura elevada. «Cuando lo llevamos puesto no podemos ni beber agua ni comer, así que antes de ponérnoslo tenemos que beber mucha agua para estar hidratados y, una vez nos lo quitamos, debemos beber incluso más porque hemos perdido como un litro del sudor», cuenta Navarro.

Los profesionales de la UCI ya han conseguido extubar a dos pacientes y no tener que intubar a un joven, que saldrá pronto a planta

Cuando terminan la jornada, apenas les quedan fuerzas para llegar a casa ni para seguir, pero tienen todos un mismo pensamiento que les hace llegar al hospital día siguiente con ánimo, la posible recuperación del paciente. Esta semana consiguieron algo que para ellos ha sido un hito histórico: extubaron a su primer paciente. Es un joven de apenas 28 años que tenía complicaciones respiratorias. Llevaba semanas intubado pero, gracias al trabajo de los profesionales, han podido retirarle el respirador y esperan que en los próximos días puedan subir a planta a continuar con su recuperación. «Fue un momento único para todos. Nos hinchamos de llorar de la emoción», afirma María José Navarro.

Cuando supieron que iban a quitarle la respiración asistida, lo primero que hiciera fue poner el móvil del joven a cargar, para que en el momento en el que despertara y le fuera posible, pudiera contárselo él mismo a la familia. «Fue un momento inolvidable», explica. Además, ya han conseguido extubar a otro paciente y han logrado evitar intubar a un joven de 29 años que también tenía problemas respiratorios por el coronavirus, por lo que se espera que pueda subir a planta en los próximos días.

Para María del Mar Jiménez, igual que para el resto del personal, momentos como estos son los que les animan a continuar la lucha: «Lo que no dan fuerzas son ellos y sus familias. Las familias no pueden hablar con ellos, así que les llamamos una vez al día. Y en lugar de pagarlo con nosotros, siempre nos agradecen todo lo que hacemos e, incluso, nos piden que nos cuidemos. Es un trabajo duro, pero merece la pena». Por ello, María del Mar empieza cada jornada con una misma esperanza: que esta «pesadilla» acabe pronto para poder llegar a casa y besar a sus hijos sin temor a contagiarles.

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