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Entrada a la mina cavada por los ladrones para acceder a la joyería Torres Molina
Los robos más llamativos de Granada

Un robo con mucha clase en Puerta Real

La sustracción de las joyas en el Louvre ha sido un robo de película, como fue el que pretendía llevar a cabo 'la banda de los guapos' en una joyería de Granada en 1934

Jueves, 23 de octubre 2025, 00:28

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Podría haber sido el atraco del siglo. De esos que, si cruzan el Atlántico, acaban convertidos en película, con atractivos ladrones convertidos en mitos de cine y banda sonora de jazz al fondo. Vale, quizás sea exagerado, pero basta recordar 'El golpe', 'Bonnie and Clyde' o a Steve McQueen en 'El caso de Thomas Crown' para que la imaginación se dispare. Más aún cuando la pandilla era conocida en el hampa local como 'la banda de los guapos'.

Recapitulemos. El protagonista de esta historia no planeó el robo en Chicago, sino en Puerta Real. Vestía como Cary Grant en 'Atrapa a un ladrón': impecable, seductor, y con una sonrisa capaz de abrir más puertas que una ganzúa. Se alojaba en los mejores hoteles de Granada y conducía un reluciente Buick del 32. Estilazo. Su objetivo: la joyería La Purísima, en la calle Reyes Católicos.

El inspector de Policía, Vicente Santiago, se enteró del plan gracias a un chivatazo en la Oficina de Información y Enlace de la Dirección General de Seguridad: alguien iba a robar una joyería en Granada. Santiago, que no delegaba ni las corazonadas, decidió venir en persona, acompañado, como todo buen detective de película, de su ayudante, el agente Izquierdo Portocarrero, excelente nombre para un secundario. En la brigada de Granada, los 'intocables' del agente Santiago eran Ángel Martín, Julio Romero Funes, Jesús Miranda Cánovas y José Hernández.

Los ladrones entraron sigilosamente por el embovedado, que aún corría descubierto en el tramo de la Acera del Darro. Se colaron por el colector de alcantarillado y taladraron el muro hasta llegar al sótano de la joyería, en los números 19 y 21 de Reyes Católicos, esquina con la calle Príncipe. Ya habían robado allí un año antes, así que el local contaba con un vigilante: Antonio Cobos, un guardia civil retirado que recorría los pasillos cada hora, a falta de cámaras de seguridad, que todavía no se habían inventado.

En el sótano, los joyeros guardaban poco más que papeles y trastos. Pero allí, tras una estantería anodina, desembocaba la galería excavada por los ladrones. Desde ese rincón discreto espiaban las rutinas del viejo Cobos y los movimientos de los dueños, que guardaban las piezas más valiosas en una caja fuerte.

Boca del colector de la calle Príncipe donde los ladrones practicaron la excavacion IDEAL

Mientras tanto, la policía montó guardia durante noches enteras. Los agentes inspeccionaban el embovedado, y encontraron huellas y restos de materiales que era difícil que el río hubiera arrastrado allí. Sus confidentes les iban soltando pistas. El Ayuntamiento colaboró facilitando trajes y botas de agua y al brigada de alcantarillado, Carlos Jiménez, el hombre que mejor conocía las tripas húmedas de la ciudad. Durante días rastrearon el subsuelo hasta que llegó el momento del golpe. Querían pillarlos in fraganti, como en el cine.

En la Acera del Darro, agentes de paisano vigilaban día y noche la boca del río. Otros se apostaron al final del embovedado, en Santa Ana. Y dos más los esperaban, pacientes, en el sótano de la joyería.

Se calcula que los ladrones emplearon unos veinte días en excavar el túnel: tres metros y medio de largo y ochenta centímetros de ancho en la entrada, que se estrechaba hasta apenas treinta al salir. Los agentes descubrieron otras minas, una a la altura de otra joyería y otra frente al Banco Español de Crédito.

De la 'banda de los guapos' pasaron a los 'dandis del butrón'. Los sacaron de la joyería esposados, mientras la música subía y la escena se fundía en un círculo (esto último es licencia de redacción. Una noticia así, merece un final estilo Hollywood). The End.

Y también obras de arte

Noviembre de 1979. Los ladrones se colaron en el Museo de Bellas Artes, en pleno Palacio de Carlos V. Aprovecharon las obras de reforma, nada distrae tanto a la vigilancia como un andamio, y se llevaron trece cuadros de valioso valor (la redundancia es intencionada: eran buenos, muy buenos). Entre ellos, obras de Gabriel Morcillo, Jerónimo de la Chica y una reproducción de Murillo, además de varios anónimos de los siglos XVII y XVIII.

Mayo de 1985. En el Museo de la Abadía del Sacromonte, otro golpe con la técnica del butrón. Los ladrones se llevaron un Goya de 1797, retrato de Francisco Saavedra, ministro de Hacienda de Carlos IV (ironías del destino: el hombre del dinero acabó robado). También desaparecieron un cuadro de la Circuncisión del Niño Jesús pintado en cobre en el siglo XVI, un Cristo de marfil anónimo del XVII, dos paisajes moriscos hechos con mármol y alabastro, un Valeriano Bécquer (el hermano del poeta), dos arquetas de carey de las Indias y la corona de oro de una Virgen.

Noviembre de 1992. Y llegó el gran expolio del Carmen de los Mínimos, donde se esfumaron 54 obras de arte como si las hubiera tragado la niebla del Albaicín. Óleos religiosos, tallas, grabados, acuarelas, cálices y objetos de culto... una procesión entera de tesoros que desapareció sin dejar rastro. El Ayuntamiento, propietario del conjunto, no supo datarlas porque, detalle, no estaban catalogadas. Nadie sabía exactamente qué se habían llevado. La policía pilló a los autores del robo.

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