Las labores de ganchillo de Concepción
Una vecina de Dúrcal de 94 años de edad sigue confeccionando para su familia con habilidad y delicadeza prendas de ganchillo con agujas y lana
RAFAEL VÍLCHEZ
DÚRCAL
Jueves, 14 de diciembre 2017, 08:41
Su avanzada edad no ha frenado su gran pasión: confeccionar colchas, cortinas, centros de mesa, toquillas, manteles y otras prendas tejidas con agujas e hilos de lana. Ella se llama Concepción Melguizo Luque y nació en Dúrcal en 1923. Concepción aprendió a leer y escribir con su maestra Josefa López. También aprendió a coser y realizar primores con su madre, Concha, natural de Alhendín. A Antonio, el padre de Concepción, que nació en Dúrcal y se dedicó al transporte con un carro tirado por mulos y después con un camión, le encantó ver a su hija pequeña realizando labores de ganchillo con mucha maestría.
Certera en sus recuerdos, Concepción, relata junto a una de sus nietas, Lidia Valdés, que "a los ocho años de edad empecé a aprender a coser y cocinar. Después, siendo ya mozuela, confeccioné el ajuar de novia para la vida de casada. El ajuar consistió en ropa interior, sábanas, servilletas, mantelerías y otras cosas bordadas a mano. Mi ajuar, guardado en un arca, lo comencé a disfrutar cuando contraje matrimonio a los 26 años de edad con mi esposo, Francisco Valdés, ya fallecido".
Concepción, educada en la fe, reza el rosario todos los días. Ella suele encomendarse a Santa Rita y a San Blas. Sus cinco hermanos ya no se encuentran en este mundo. Concepción adora a sus tres hijos: Juan Antonio, Francisco y Marcelo, a sus tres nueras, siete nietos y cuatro biznietos. Cuando sus hijos eran chicos le hacía la ropa. Concepción trabajó en el campo, emigró a Alemania con su familia y cuando volvió a su tierra a los ocho años trabajó en una carnicería que montó en Granada capital. La carne que vendió procedía de los terneros que criaba y cebaba su familia en una finca. A pesar de realizar múltiples tareas, Concepción nunca dejó las agujas y la lana.
Concepción recuerda mientras confecciona una bufanda "cuando en su pueblo existían dos fábricas de la luz como así se decía, una era de don Antonio y la otra de doña Juana; cuando dos mujeres vendían carbón para los braceros; cuando entraron los primeros vehículos al pueblo, uno de ellos de Serafín Fernández; cuando se acercaban algunas mujeres de Nigüelas y otra mujer de Lanjarón llamada Maravilla a vender queso y requesón; cuando una familia de Melegís que luego se trasladó a Lanjarón vendía sillones de mimbre hechos a mano; cuando Rosa ‘La Rorra’ trajinaba de un lado para otro como recovera y también vendía dulces con una cesta alargada de mimbre".
Concepción también recuerda a "don Evaristo el médico, que era muy bueno con la gente y tenía un caballo para acudir a otros pueblos; cuando nos bañábamos en la acequia de ‘Maina’; cuando nos acercábamos al pilar de la plaza para llenar los pipotes de agua fresquita; cuando, y por turnos, pedíamos dinero para alumbrar a las ánimas benditas; cuando Paco Molina puso en la plaza un despacho de gasolina; cuando los niños acudían a ver la televisión a las casas de mis vecinas Teresa y Paquita; cuando Anica anunciaba casa por casa las misas de muerto; cuando al magistrado don Nicolás, que no podía andar, lo trasladaban subido en una burra hasta la parada del tranvía para que pudiese ir a su despacho de Granada, y un sinfín de cosas más", recuerda esta buena mujer casi siempre con la cabeza en escorzo concentrada en las labores de costura.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión