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Pepe y Paquita ven cómo se marcha Francisco, voluntario de la Borriquilla, tras llevarles la compra. PEPE MARÍN

El ángel de la guarda de Pepe y Paqui

«¿Cómo estáis?», les pregunta Francisco mientras les deja la compra en la puerta. «Esperándote», le responden al unísono. Así ayuda la Hermandad de la Borriquilla de Granada a los mayores que no pueden salir de casa

Jorge Pastor

Granada

Miércoles, 22 de abril 2020, 02:05

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A las nueve y media de la mañana, puntual, Francisco llama al porterillo de Pepe y Paqui en la calle Pedro Antonio de Alarcón. Ni tan siquiera preguntan 'quién es'. Pepe y Paqui, 85 años él y 83 años ella, saben que es Francisco, «nuestro ángel de la guarda». Francisco acarrea con dos bolsas: naranjas, peras y verdura que acaba de adquirir en la frutería de la esquina, y pan recién horneado. Cuatro plantas más arriba Pepe y Paqui le esperan con la puerta abierta y un sentido «gracias». «¿Cómo estáis?», les pregunta él con familiaridad. «Esperándote», responden ellos de forma sincronizada enfundados en sus mascarillas.

Francisco es uno de los veinte voluntarios de la Hermandad de la Borriquilla que se desplazan a diario a los domicilios de los abueletes que no pueden salir a la calle, que no disponen de nadie en su entorno para echarles una mano y que necesitan los pies, los brazos y el corazón de jóvenes como Francisco para hacerles la compra.

«Lo que están haciendo por nosotros es increíble», dice Pepe, que a lo largo de toda la entrevista no quita la mano del hombro de su esposa. Un gesto de complicidad que les sale solo. Llevan casi sesenta años casados, «y otros ocho de novios», apunta Paqui. Una vida de amor. De amor ya incondicional. Él currando como agente comercial en el calzado, viajando con los muestrarios a cuestas por toda Andalucía oriental. Y ella como costurera.

Francisco y José Antonio llevan la compra a Pepe y Paqui, que viven en la calle Pedro Antonio de Alarcón. PEPE MARÍN

«Yo recuerdo haber pasado la gripe asiática con veinte años; una vez tuve que volverme desde Alcalá la Real porque tenía cuarenta y tres de fiebre, pero aquello no es comparable con esto», refiere el bueno de Pepe. Su relación con la Hermandad de la Borriquilla viene de muy atrás. Se esposaron en 1961 en la iglesia de San Andrés, donde está la sede canónica de esta cofradía tan querida por los granadinos, «y desde entonces». Sí, desde entonces hasta ahora. Gracias a este servicio de la Borriquilla a Pepe y Paqui no les falta de nada. Ni pilas para que funcione el transistor ni el periódico IDEAL para mantenerse informado. De eso ya se encargan Francisco y su puntualidad.

Arrimar el hombro

Detrás de este gesto de solidaridad está la Borriquilla, que cuenta con un censo de setecientos hermanos. La mitad de ellos menores de edad. Su presidente José Antonio Gámiz explica que esta iniciativa, que es uno de los tres frentes en que se centra la labor caritativa de la Hermandad en estos momentos, surgió «tres o cuatro días después que se decretara la alarma, al comprobar las necesidades que tenían los mayores e impedidos y que no podían abandonar su domicilio». «Rápidamente se ofreció mucha gente para ayudar y se habilitó un número de teléfono para centralizar las comunicaciones». La mayor parte de estos colaboradores tienen entre veinte y treinta años. Son estudiantes, licenciados y también trabajadores. Cada uno se encarga de atender las peticiones que se realizan desde sus barrios. Una proximidad que lo agiliza todo. Lo normal es que la Hermandad reciba unas cuatro llamadas diarias.

Arriba, entrando a la tienda. Debajo, llamando al porterillo y José Antonio Gámiz, hermano mayor de la Borriquilla. PEPE MARÍN
Imagen principal - Arriba, entrando a la tienda. Debajo, llamando al porterillo y José Antonio Gámiz, hermano mayor de la Borriquilla.
Imagen secundaria 1 - Arriba, entrando a la tienda. Debajo, llamando al porterillo y José Antonio Gámiz, hermano mayor de la Borriquilla.
Imagen secundaria 2 - Arriba, entrando a la tienda. Debajo, llamando al porterillo y José Antonio Gámiz, hermano mayor de la Borriquilla.

Los usuarios trasladan qué precisan –normalmente productos de primera necesidad–. Francisco y sus compañeros se personan en las tiendas y desde allí informan directamente al usuario de cuánto ha importado la compra. Les aguardan con el dinero preparado. Algunos de estos chavales, como Francisco, van más allá y todos los días telefonean a 'sus' abuelitos para charlar un rato y comprobar cómo están de salud. Si están enfermos y no puede haber ningún contacto, extreman todas las medidas de protección. El paquete se deja en la puerta y la bolsita con los billetes, también. Así de sencillo. Así de efectivo.

La Hermandad, que lleva más de un mes con esta ayuda, recibe una media de cuatro llamadas diarias

«Me siento feliz sabiendo que le puedo hacer un bien a los demás», afirma Francisco, que lleva conceptos como 'solidaridad' y 'ayuda' impresos en los genes. «Son los valores que compartimos en la familia y en los que me he formado desde niño en colegios como el Regina Mundi». Este espíritu de entrega lo ha llevado también a su futura profesión. Ha estudiado Trabajo Social en la Universidad de Granada (tiene 23 años). Pese a su positivismo y su espíritu de entrega, que está pudiendo canalizar estas semanas gracias a su implicación en la Hermandad de la Borriquilla, no oculta su incertidumbre respecto a los próximos años. «El coronavirus nos lo va a poner a todos un poco más difícil».

Además de la asistencia domiciliaria, la Hermandad de la Borriquilla está desarrollando otras vías de actuación en estas semanas de alerta sanitaria. Por una parte, interviene económicamente en el mantenimiento del economato, un proyecto del Arzobispado y la Federación de Cofradías, en colaboración con Covirán, para que los hogares más necesitados puedan llenar la nevera una o dos meses al mes. De forma paralela, junto a otras once hermandades del Albaicín, están implicados en la donación y adaptación de gafas de buceo como respiradores, gracias a la tecnología del centro auditivo OirT, que luego envían a los hospitales para tratar a los enfermos con Covid-19.

Una losa de mil euros al mes

La Hermandad de la Borriquilla también fue la primera en dar un paso adelante para la rehabilitación de San Andrés, una de las iglesias más antiguas de Granada, donde tiene su sede canónica, que está abierta desde hace dos años. Desde que culminó la primera de las cinco fases en que se ha dividido la restauración de este templo tan emblemático de la calle Elvira –el coste total de la intervención ronda el millón de euros-.

La Borriquilla asumió en su día los 150.000 euros de las actuaciones de consolidación de urgencia y el arreglo del pasillo central –la construcción está dividida en tres naves-. Para ello tuvo que solicitar un crédito de 120.000 euros a devolver en veinte años. Unos mil euros mensuales que se han convertido en una verdadera losa para ellos teniendo en cuenta la situación económica actual.

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