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Así juega esta España: el estilo de la selección femenina explicado desde dentro
España ya no juega solo para tener el balón. Esta selección propone, acelera y compite con una identidad clara: fútbol valiente, técnico y vertical que la confirma como una de las grandes de Europa.
Durante años, la selección femenina de fútbol de España fue sinónimo de toque. De fútbol en corto, de pausa, de paciencia. Equipos que amasaban el balón hasta hacer dormir el partido, que vivían en campo contrario, pero a los que les costaba dar el último paso. Faltaba colmillo. Faltaba velocidad. Y, a veces, faltaba gol. No era una cuestión de calidad. España siempre ha tenido talento. Lo que no siempre tuvo fue intención. El plan pasaba por controlar, no tanto por agitar. Por dominar el ritmo, pero no necesariamente por romperlo. Era un equipo que jugaba bonito, sí, pero al que le costaba hacer daño.
Eso ha cambiado. Esta España que ha llegado a la Eurocopa 2025 como campeona del mundo ya no solo quiere el balón: lo quiere para atacar. Para moverse más rápido, para crear espacios, para lanzar a sus extremos como cuchillos por fuera. Mantiene su esencia —la del pase, la combinación, la idea—, pero le ha añadido algo que antes no tenía del todo: agresividad. Deseo y furia controladas. Porque esta selección ha entendido que el balón no es el final, sino el principio. Y que jugar bien también puede significar jugar con vértigo.
Del toque al impacto
La transformación de la selección española no fue brusca, pero sí decidida. Durante años, la Roja femenina fue sinónimo de juego combinativo. El modelo, muy influenciado por el Barça y por una generación que creció mimando la pelota, se basaba en controlar el partido desde la posesión. Tocaba por dentro, por fuera, por detrás. Pero le costaba romper líneas, y a menudo se le atragantaban los equipos físicos que presionaban alto o se encerraban bien.
El cambio se empezó a ver en el Mundial de 2023, pero se ha consolidado tras ese título. Hoy España ya no toca por tocar. La posición sigue siendo la base, pero ahora tiene dirección. Busca profundidad, aprovecha los espacios, acelera cuando ve una rendija. Si antes cada jugada parecía tener cinco pases de más, ahora tiene el pase justo. Si antes se priorizaba el control, ahora se equilibra con el impacto.
Hay una intención clara de activar el partido, de subir el ritmo, de incomodar al rival no solo con la pelota, sino sin ella. Porque esta España también aprieta, presiona, roba, muerde.
Las piezas del sistema
Todo sistema necesita intérpretes. Y esta España tiene una orquesta afinada. Aitana Bonmatí no solo organiza: desestabiliza. Es una jugadora total, capaz de acelerar el juego con un pase vertical, pero también de esconderlo con una conducción que arrastra rivales. A su lado, Alexia Putellas ha cambiado su rol: menos llegada, más visión. Desde un lugar más bajo, conecta líneas y da pausa cuando hace falta.
Las bandas son pura dinamita. Salma Paralluelo y Athenia del Castillo ofrecen perfiles distintos pero complementarios: potencia y verticalidad una, desborde y regate la otra. Las dos estiran el campo y obligan a los laterales rivales a jugar en alerta.
En el medio, España ha ganado en variedad: jugadoras como Teresa Abelleira, Maite Oroz o María Pérez permiten cambiar el tono del partido sin alterar la partitura. Hay más físico, más presión, más lectura táctica. Y todas entienden lo que el equipo necesita en cada tramo.
Atrás, la defensa es valiente. La línea se adelanta, las centrales (Ivana, Codina, Paredes cuando está) no temen salir a zona alta. Las laterales proyectan el juego y la portera —Cata o Misa— actúa como una constructora más. La salida de balón no es un capricho estético: es el primer paso para atacar.
Una mentalidad nueva
Si hay algo que define a esta España es la ambición. Ya no se contenta con competir: quiere dominar. Ya no teme al error: lo asume como parte del juego. Y ya no necesita que el rival falle: provoca que lo haga.
La mentalidad ha cambiado tanto como el juego. El Mundial enseñó a este grupo que puede ganar, que puede resistir, que puede crecer en la adversidad. La Eurocopa ha sido la confirmación de que ese aprendizaje no fue coyuntural, sino estructural. Las jugadoras saben que son favoritas, y no rehúyen ese papel. Lo abrazan.
Esa seguridad se nota en cómo entran a los partidos, en cómo reaccionan a un gol en contra, en cómo gestionan los minutos finales. Juegan con determinación, con una alegría seria, con una madurez competitiva que antes era más frágil.
Cuando el estilo también gana
Durante mucho tiempo se pensó que España tenía que elegir entre jugar bonito o ganar. Que la belleza en el campo y el resultado eran opuestos. Esta generación ha roto esa dicotomía. Ahora, la Roja femenina no solo convence con su fútbol de toque y calidad técnica, sino que también impone con su capacidad para competir y sacar adelante los partidos más duros. La combinación de control y verticalidad, de pausa y aceleración, ha convertido a España en un equipo difícil de descifrar y aún más complicado de batir.
Cada acción refleja la confiaza que tienen en su juego, en sus compañeras, y en su capacidad para resolver. El balón ya no es solo un refugio, es una herramienta para marcar la diferencia. Esa mezcla de talento y determinación es lo que ha llevado a España a ser campeona del mundo y a presentarse en la Eurocopa 2025 como una de las favoritas con estilo propio.
La selección española femenina ha madurado como equipo y como idea. Su estilo es el reflejo de una evolución que va más allá del césped: es la suma de años de trabajo, de generaciones que soñaron con esa oportunidad y de una mentalidad que aprendió a crecer con cada desafío.
Esta España juega para ganar, pero también para emocionar. Para mostrar que el fútbol femenino puede ser espectáculo y competitividad en la misma jugada. En la Eurocopa 2025, esa identidad se hace visible, palpable y contagiosa. Y mientras siga jugando así, será difícil no disfrutar de cada pase, de cada carrera y de cada gol.