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Fútbol / Eurocopa femenina 2025

El primer balón: la historia de las niñas que rompieron el ‘no es para ti’

Antes de los estadios llenos, hubo niñas que jugaron solas en patios donde les decían que el fútbol no era para ellas. Esta es la historia de quienes se atrevieron a empezar.

Carlos Jimenez

Antes de las audiencias millonarias, de los contratos profesionales, de los estadios llenos, hubo niñas que jugaron a pesar de todo. A pesar del “esto no es para ti”, a pesar de las miradas, del silencio, de los recreos donde eran invisibles o directamente un estorbo. Niñas que cogían el balón con timidez, o con rabia, y se metían en los partidos sabiendo que las iban a apartar. Pero también sabiendo algo más: que querían jugar. Y que iban a hacerlo, aunque fuera solas o a escondidas. 

Este reportaje no habla de goles. Habla del principio de todo. Del momento en que una niña tocó por primera vez un balón y no quiso soltarlo. Aunque nadie se lo pusiera fácil.

“Me escondía el pelo bajo una gorra”

Raquel Cabezón, internacional con España en los noventa, empezó a jugar en un parque de Hortaleza. Tenía ocho años y era la única niña. “Para que me dejaran jugar me ponía una gorra y me metía de portera. Me daban patadas, me gritaban, pero me daba igual: me gustaba jugar”. A veces, cuando se enteraban de que era una chica, la echaban del partido. Otras veces, simplemente la ignoraban.

Lo mismo le ocurrió a Alicia Fuentes, que ganó títulos con el Levante y el Atlético. Su primer balón fue una piedra envuelta en cinta adhesiva. Jugaba en el patio de su colegio en El Garbanzal, un pueblo de Murcia, hasta que un profesor la sacó del campo: “Esto es cosa de niños”, le dijo. Años más tarde, sería una de las primeras jugadoras profesionales de España. Pero entonces solo era una niña que quería correr tras el balón sin que nadie la detuviera.

Patios donde nadie pasaba el balón

La mayoría de estas historias empiezan en un patio. No importa si fue en un barrio de ciudad o en un colegio rural: la escena se repite. Un grupo de niños jugando al fútbol y una niña al borde del campo, esperando que alguien le dijera que podía entrar. “No era que te lo prohibieran directamente, es que simplemente no estaba previsto que jugaras”, recuerda Rosa Castillo, que debutó en Primera con quince años. “Cuando pedías entrar, se reían. Y si te dejaban, no te pasaban el balón”.

Esa sensación de no pertenecer a ese espacio fue común para muchas de las que luego harían carrera en el fútbol. “Aprendías antes a soportar el desprecio que a dar un pase”, contaba hace poco la exguardameta Lola Gallardo. Lo difícil no era jugar. Lo difícil era aguantar todos los días ese mensaje implícito de que no deberías estar ahí.

Jugar era una forma de insistir

Para muchas, el fútbol no fue un sueño profesional. Fue simplemente una forma de afirmarse. De existir. “Yo no soñaba con jugar en la selección. Solo quería que dejaran de echarme de los partidos del parque”, decía Irene Ferreras, entrenadora y exjugadora, que empezó en Fuenlabrada colándose en las pachangas con niños que la duplicaban en edad. “Me caía, me insultaban, me dejaban la última. Pero al día siguiente volvía”.

También volvía Laura del Río, una de las delanteras más reconocidas del fútbol español. Viajaba durante horas para entrenar porque ningún club cerca de casa aceptaba niñas. “No lo hacía por rebeldía. Lo hacía porque me sentía feliz jugando. Y eso era más fuerte que cualquier comentario”. Era una generación que no jugaba por visibilidad, ni por aspiraciones de élite. Jugaban porque el fútbol les hacía sentir vivas. Aunque el entorno les dijera lo contrario.

Lo que llegó después

Con los años, el fútbol femenino empezó a encontrar su sitio. Se crearon ligas escolares, aparecieron los primeros equipos base, se abrieron programas de tecnificación. Pero muchas de las que hoy entrenan, comenta partidos o juegan en ligas profesionales crecieron en patios donde ser niña y querer jugar al fútbol era una rareza. Y muchas veces, un problema. 

Hoy, una niña puede apuntarse a una escuela sin tener que esconderse. Puede vestir una camiseta con su nombre. Puede ver partidos en televisión, seguir a sus referentes en redes, soñar con llegar a la selección. Pero eso no fue casual. Fue posible porque otras, antes, decidieron no aceptar que “no era para ellas”.

El balón que nadie veía

Este reportaje no es una mirada nostálgica, sino una deuda. Porque todo lo que hoy nos parece normal –ver a Alexia Putellas levantando un Balón de Oro, llenar un estadio para ver fútbol femenino, tener a la selección española como favorita en una Eurocopa– empezó con niñas que cogieron el balón cuando nadie quería que lo hicieran. Niñas que lo hicieron sin aplausos, sin vestuario propio, sin referentes. A veces sin saber que estaban abriendo camino. Pero que lo hicieron igual. Y cada vez que una niña hoy toca su primer balón, aunque no lo sepa, está tocando también esa memoria. 

Ahora, mientras la Eurocopa 2025 se juega en estadios repletos y millones de personas siguen cada partido, conviene recordar que todo esto no empezó en los grandes torneos. Empezó en un parque, en un patio, en una pista polvorienta. Empezó con una niña que escuchó “no es para ti” y decidió que sí lo era.

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