Björn Borg publica sus memorias
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Björn Borg publica sus memorias
Martes, 09 de Diciembre 2025, 17:15h
Tiempo de lectura: 7 min
Fue una de las primeras superestrellas mundiales del deporte. Su rubia melena y su estilo de polos a rayas de marca (Fila) lo convirtieron en icono y sex symbol global cuando estos conceptos eran completamente ajenos al deporte; como celebridad se codeó con gente como Donald Trump, Paul Simon, Elton John, Rod Stewart, Sting, Tina Turner o Mick Jagger, asiduos a la mítica discoteca Studio 54 de Nueva York; y en la cancha era frío, controlaba sus emociones; todo en Björn Borg parecía exitoso, perfecto... Así le veía el mundo; nadie imaginaba, sin embargo, que eso era apenas la superficie.
Una sonora derrota contra su mayor rival, John McEnroe, en 1981, inició el hundimiento. Meses antes, Borg le había ganado en Wimbledon, en una épica final considerada sin discusión el mejor partido de la historia hasta la que enfrentó a Roger Federer y Rafael Nadal en 2008. Pero en septiembre, en su cuarto intento por conquistar el US Open, que Borg nunca conquistó, el norteamericano se llevó el gato al agua por segundo año consecutivo.
El adonis sueco se hundió e, incluso, tomó las de Villadiego antes de la ceremonia de entrega de trofeos. «Fue el momento en que supe que ya no quería seguir con el circuito profesional». Borg, contaría más tarde, llevaba un tiempo dudando de su motivación competitiva y aquella derrota confirmó ese sentimiento. «Sentí un vacío total. Simplemente, no tenía nada más dentro para continuar». Evitó así un momento psicológico que le habría costado manejar. Habló de ello en entrevistas posteriores, también de técnica, mentalidad, entrenamientos, victorias y derrotas, pero nunca había contado lo que vivió después de aquel día. Hasta hoy.
Lo hace, a 44 años vista, en Latidos (Alianza), un libro a tumba abierta de memorias contadas a su tercera esposa, Patricia Östfeldt, con quién se casó en 2002 y madre de su hijo Leo, también tenista, aunque no al nivel de su padre (nunca ha pasado del puesto 334 del ránking). Tras la derrota del US Open, Borg, ganador de once Grand Slam, rey absoluto de la tierra batida hasta la irrupción de Nadal, jugó algunos pocos partidos más ese año y el siguiente hasta que, en enero de 1983, dejó caer la bomba. Lo dejaba: «Es una decisión definitiva. Espero que mis fans me recuerden como un gran jugador».
Para entonces, Borg ya había empezado a beber y a tomar cocaína y otras drogas. Fue en caída libre hasta que, en 1989, tras quebrar su negocio de ropa, sorteó la muerte de milagro tras ingerir un cóctel de estupefacientes, fármacos y alcohol en Milán. Le salvó la vida al llamar a una ambulancia su segunda esposa, la cantante italiana Loredana Bertè, compañera de sus años más extremos cuando, contaría ella tras su separación, el tenista llegó a pedir prostitutas vestidas de cuero y con látigos –pidió que «fueran las más viciosas»– para montar una orgía y «pasar a otro nivel» en su vida sexual, tras un partido en Palm Beach. Episodio sobre el cual Borg no hace referencia alguna en sus memorias.
Recuerda, eso sí, su experiencia cercana a la muerte: «Solo podía pensar en que ya no pertenecía a este mundo. En lo miserable que se había vuelto mi vida. Mis pensamientos se volvían cada vez más pesados, y de repente, todo era gélido y aplastante. Ya no me quedaba ninguna alegría». No fue un intento de suicidio, asegura el extenista, ya entonces padre de un chico, Robin, con la modelo sueca Jannike Björling.
La cuestión, entonces, es cuándo comenzó a fraguarse esa vulnerabilidad. Pudo haber comenzado a los 12 años cuando su propio club de tenis lo suspendió durante seis meses por romper raquetas, protestar, maldecir, hacer trampas. Aprendió la lección y, a partir de ahí, fue fraguando la leyenda de Ice Borg, el hombre que nunca expresaba sus sentimientos. «Jugando al tenis nunca abría la boca. Soy Géminis, soy dos personas. Si una duerme, la otra se apaga. Ese demonio intentó derribarme muchas veces, pero parece que siempre he tenido a un ángel de la guarda a mi lado», confiesa.
En realidad fueron dos. El primero, Lennart ‘Labbe’ Bergelin, su entrenador a tiempo completo y acompañante suyo en todos los torneos del calendario, además de masajista personal, prácticas inéditas hasta entonces. De hecho, el sueco también fue pionero en preocuparse por la dieta y el sueño, practicando la meditación y el yoga.
Su segundo ‘ángel guardián’ fue su colega y amigo Vitas Gerulaitis, ganador de un Open de Australia y derrotado por el propio Borg en la final de Roland Garros de 1980. El tenista norteamericano fue su gran apoyo en el circuito y quien le abrió las puertas al mundo de las celebridades asiduas al Studio 54. Cuando iba a Nueva York, de hecho, Borg se alojaba en su apartamento de Long Island, donde tenía una cancha idéntica a la del Abierto de Estados Unidos. Su muerte, en 1994 fue un duro golpe para Borg. En su libro, revela que tiene una «fuerte sensación» de que Gerulaitis «sigue conmigo, cuidándome, y que ve que por fin soy feliz».
Durante su carrera, sin embargo, Borg fue discreto y nunca hablaba de emociones sentimientos. Ese aire introspectivo elevó su aura, su misterio, mientras vivía experiencias de una intensidad sin apenas parangón en la historia del tenis. Su irrupción transformó un deporte de tradición conservadora, rígida, hasta convertirlo en un popular fenómeno global. Fue el primer gran ídolo juvenil del tenis, la histeria adolescente le acompañaba allí donde fuera, servidumbres de la fama que pesaban más de lo que entonces dejaba entrever.
Consiguió, sin embargo, mantener a raya a ese demonio hasta convertirse en uno de los mejores de la historia. Cuando se retiró, a los 26 años, había ganado 66 títulos, apenas cuatro menos que Jimmy Connors (líder histórico con 109), cuya carrera profesional había empezado un año antes.
Atormentado por la culpa, temeroso del impacto que su derrota vital pudiera tener en Robin, Borg intentó regresar a las pistas en 1991 (su hijo ya tenía seis años), para vivir el más estrepitoso de los fracasos. Perdió doce partidos seguidos jugando con su anacrónica raqueta de madera. Aún así, revela ahora, aquella decisión le salvó la vida. «Aunque no pude decirme ni una sola vez que hubiera recuperado mi mejor tenis, al menos tenía un horario, volvía a jugar muchísimas horas...».
La lección de aquel periodo fue que debía retomar el control de su vida. Un mensaje que se hizo estruendo cuando, poco después de la muerte de Vitas Gerulaitis, por intoxicación de monóxido de carbono debido a una avería en el sistema de calefacción de la casa de un amigo donde dormía, el propio Borg sufrió un infarto y se desplomó ante su padre, Rune, al que aún lamenta haber decepcionado. «Me despierto y veo a mi padre frente a mí. Estuve a punto de morir. Me siento muy avergonzado». Del dolor, sin embargo, extrajo las lecciones adecuadas para transformar aquel coqueteo con la muerte en un punto de inflexión, la señal que le enseñó a valorar la vida. «Las drogas, las pastillas y el alcohol destruyen. Finalmente me di cuenta».
El título de su libro es, precisamente, una referencia a esa parada cardiaca en Holanda, además de un guiño a su baja frecuencia cardíaca en reposo. En él admite que no se arrepiente de haber dejado el tenis tan joven, si bien cree que las cosas podrían haber sido diferentes de haber jugado en otra época, ya que la comprensión social del impacto de la fama en la salud mental de los jugadores ha cambiado por completo desde entonces.
Revela, además, que recibió un diagnóstico de cáncer de próstata hace dos años y que una operación que le salvó la vida en febrero de 2024. Ahora se somete a controles cada seis meses, el último de los cuales, en agosto, dio positivo. Además, hace ejercicio y monta en bicicleta todos los días en su casa de Estocolmo, donde él y su esposa Patricia comenzaron a escribir Latidos, después de rechazar numerosas solicitudes editoriales. La pareja es asidua a pasar largas temporadas en Ibiza.
Borg sigue disfrutando con el tenis, agradece la rivalidad entre Jannik Sinner y Carlos Alcaraz –cree que Ben Shelton y Jack Draper podrían ser dos potenciales amenazas a su superioridad– y sigue en contacto con excolegas como McEnroe y el alemán Boris Becker. A veces, confiesa, sueña que vuelve a competir y que su cama tiembla. En todo caso, hoy sus aspiraciones son mucho más sencillas. «Tengo dos hijos preciosos y dos nietos preciosos, de 12 y 10 años. Quiero pasar mucho tiempo con la familia. Es importante para mí», concluye.