Vuelve la Liga y con ella la bendita normalidad. Volvemos a ser cada uno de su equipo por motivos de afecto y no de selecciones ... lejanas guiados, principalmente, por la animadversión. En la final del Mundial los que apoyaban a Francia en realidad lo hacían porque no podían soportar ver ganar a los argentinos. Y lo que animaban a los sudamericanos lo hacían por la nula simpatía, siendo suaves, hacia los franceses. Y por Messi o, mejor dicho, por el pasado azulgrana del diez. Claro que ese mismo motivo llevó a muchos a desearle la derrota.
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Total, que el seguimiento del Mundial tuvo, en un porcentaje alto, sentimientos espurios como principal motivo. Y eso, seamos serios, cansa un montón. El estrés de querer que alguien pierda sólo genera, en caso de que se produzca, un cierto alivio pero nunca alegría. Muy al contrario que el equipo de cada uno, la UDA en nuestro caso. La victoria despierta los sentimientos más positivos, más puros, más limpios. Nos alegramos del triunfo propio y no de la desgracia ajena. Y para alimentar el alma y mejorar la salud mental siempre es mejor esta forma de procesar la realidad. Mejor disfrutar de los éxitos propios que aliviarse por el fracaso del 'malquerido'.
Y en esa estamos. Con la previa del homenaje a José Ortiz, para ir abriendo boca con sentimientos sencillos, limpios, bien lejanos al odio que desprendió a espuertas el Mundial de Catar.
Hablar de los nuestros empieza a ser una necesidad. De Robertone, de Fernando, de Ramazani… Harticos ya de tanto Messi. Que sí, que es un fuera de serie, que es de los mejores de la historia. Pero desayunar, almorzar, merendar y cenar con esa cantinela se hace indigesto. Claro que si hubiera ganado Mbappé sería el mismo coñazo pero en francés. El caso es que, se mire por donde se mire, un Argentina-Francia nunca podrá estar a la altura de un Cádiz-Almería. Aunque el resto del mundo no lo entienda. Y qué más nos da el resto del mundo, ¿no?
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