Zaragoza. Hace dos semanas. Terminó el partido y se echó a llorar delante de mí. Sin lágrimas, como más duele ver a una persona rota. ... Su rostro era pesado. Su mirada, perdida. Su cuerpo, abatido. Le vi hasta la espalda arqueada. El gol fue un tiro en la sien. La derrota en La Romareda ante el Real Zaragoza se la llevó a la boca y les aseguro que le costó digerirla. Una semana después, los tres goles encajados ante el CD Lugo, sin tener nada que ver, fueron sal en la herida.
Nos pasamos la vida exigiendo a la directiva ese tipo de jugador al que le duela la derrota y, cuando esta llega, lo lapidamos en la plaza pública. No estamos a la altura. Disparamos casi sin pensarlo. El bueno de Fernando tampoco es gilipollas y sabe cómo funciona este negocio y, aún así, se fue varios días a la cama con la sensación de haberla liado. Y cuando uno come techo por la noche, convierte los problemas en fantasmas. Y cuando uno es muy bueno, como lo es 'Fer' bajo palos, no se deja atrapar por comeduras de coco y acaba imponiendo la cordura.
En el partido más importante del año y en el momento más delicado del mismo decidió dejar su tarjeta de visita. Su parada en el Heliodoro Rodríguez López de Tenerife fue la salvajada del año. Así entierran los problemas los más grandes, con la misma tierra con la que le abrieron el agujero.
Y, como pasó en Zaragoza, lo volví a ver llorar en el mismo vestuario. De nuevo sin lágrimas. Otra vez por dentro. Y los que le conocemos bien, sabemos que esas lágrimas no eran de alivio ni de suspiro sino de pura alegría de haber contribuido a sumar tres puntos que, al tiempo, pueden valer un ascenso a Primera División.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión