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Dos visitantes con el atuendo típico de Japón pasean entre las cañas gigantes. R. C.
Turistas entre la hierba gigante

Turistas entre la hierba gigante

El Bosque de Bambú de Kioto es una de las mayores atracciones para quienes visitan Japón. El sonido de los tallos, de hasta 25 metros, es patrimonio cultural protegido

INÉS GALLASTEGUI

Viernes, 22 de marzo 2019, 01:27

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A30 minutos del bullicioso centro urbano de Kioto, la antigua capital imperial de Japón, con un millón y medio de habitantes, se encuentra uno de esos parajes naturales de belleza sobrecogedora que la presencia del hombre amenaza con arruinar. El bosque de bambú de Arashiyama, al oeste de la ciudad, es una víctima más de la paradoja del turismo; un lugar con un atractivo tan irresistible que podría acabar por volverse casi feo.

Basta mirar las fotografías: en el centro, la imagen bucólica de los largos tallos erguidos, de un verde esmeralda, con una geisha caminando entre ellos como una aparición surgida del pasado. Puro Japón: la naturaleza domesticada como espectáculo, la selva hecha jardín. Abajo, escenas más ajustadas a la realidad cotidiana: decenas de turistas, algunos ataviados con el tradicional kimono, a pie o rodando en rickshaw -ese carruaje de tiro humano-, pululan por los caminos y las pasarelas de madera, rompiendo el equilibrio de una delicada estructura que la tierra ha tardado milenios en crear.

En el país del sol naciente, con 126 millones de habitantes y una densidad de población cuatro veces la de España, la llegada de turistas extranjeros -en su mayoría, vecinos asiáticos- no para de crecer. El año pasado alcanzó la cifra récord de 30 millones de visitantes, un 58% más que en 2017, pero el Gobierno quiere más y confía en llegar a los 40 el año que viene.

La arquitectura, la gastronomía y la naturaleza son los principales reclamos de este país de contrastes entre la modernidad más radical y las costumbres ancestrales. En Kioto es obligada la visita a sus decenas de templos y santuarios y el paseo por los alrededores para contemplar los cerezos en flor o el bosque de bambú.

Entre las 1.500 especies de bambusoidea -pertenecientes a la familia de las gramíneas, igual que el trigo o la cebada- las hay pequeñas como hierba, medianas como los arbustos que comen los osos pandas y tan enormes que parecen árboles, una suerte de pasto gigante de tallos leñosos, huecos y con nudos que pueden superar los 25 metros de altura y los 30 centímetros de diámetro. Su crecimiento es veloz: hasta un metro en un solo día.

Aunque se distribuye de forma natural por zonas de clima tropical y subtropical de todos los continentes -excepto Europa-, dos terceras partes de las especies son originarias de Asia. Es allí donde esta exótica planta es casi omnipresente. Las largas y flexibles cañas han sido tradicionalmente utilizadas en la cocina, la medicina, la construcción de casas pequeñas e incluso de rascacielos y la fabricación de remos, papel, tela, instrumentos musicales o biocombustible.

El bambú también es paisaje. Según las especies, puede reproducirse de forma sexual -a partir de las semillas de los frutos, aunque algunas solo florecen una vez cada cien años- o asexual, ya que bajo el suelo se va formando una red de raíces que se extienden cada vez más lejos de la planta madre en busca de agua y nutrientes. Puede llegar a formar tupidas junglas como las de Mukeng (China), Jungnokwon (Corea) y Koali (Hawai, Estados Unidos).

Paisajes sonoros

Con el objeto de combatir la contaminación sonora, en 1996 el Ministerio de Medio Ambiente nipón eligió entre 738 candidaturas los cien paisajes sonoros -el término en inglés es 'soundscape'- más bellos del país: entre los ganadores hay repiques de campanas, bullicios festivos, voces de animales, rumores de agua, ecos de técnicas artesanas -como la talla de madera o la fabricación de papel- y sonidos vegetales.

Uno de esos paisajes sonoros que Japón quiere conservar es el del bosque de bambú de Arashiyama. Cuando sopla el viento, las esbeltas cañas se mecen y crujen, igual que articulaciones anquilosadas después del sueño, o entrechocan entre sí como un gigantesco instrumento de percusión. Debía de ser hipnótico cuando este paraje era aún una selva tan densa que la luz del sol apenas se filtraba entre los tallos. Ahora que se ha desbrozado para abrir senderos y se cobra entrada en la puerta, apenas se oye la música del bambú. El alboroto de los grupos de turistas, los persistentes clics de los móviles haciendo fotos, se imponen sin remedio al murmullo del aire, arriba entre las hojas.

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