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Bob Woodward, el periodista que, junto a su colega Carl Bernstein, provocó la caída de Richard Nixon tras destapar el 'Watergate'. Ahora ha puesto su foco sobre Trump, de fondo. A. FERRERAS
El libro de Trump destapa los secretos de la Casa Blanca

El libro de Trump destapa los secretos de la Casa Blanca

El libro de Bob Woodward sobre el presidente de EE UU, que llega hoy a las librerías, destaca cómo los asesores de la Casa Blanca maniobran para evitar males mayores

CÉSAR COCA

Viernes, 23 de noviembre 2018, 00:52

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La Casa Blanca es un barco a la deriva en el que los asesores del presidente trabajan a destajo. No para elaborar informes profundos sobre los problemas más relevantes de la política y la economía de Estados Unidos. Tampoco para aconsejar a Trump sobre cómo resolver algunas cuestiones en el polvorín de Oriente Medio. O para eludir un conflicto con Corea del Norte sin que suponga una claudicación. Buena parte de la tarea de esos asesores consiste en evitar que el «volátil, impredecible y emocionalmente alterado» 45º presidente del país cometa errores irreparables. Lo explica con todo detalle Bob Woodward en 'Miedo. Trump en la Casa Blanca' (Ed. Roca), que hoy llega a las librerías. Un libro que ha preparado a partir de centenares de horas de entrevistas grabadas con protagonistas de los hechos narrados o testigos de los mismos. El veterano periodista, que saltó a la fama sin haber cumplido aún los 30 años por ser junto a Carl Bernstein quien destapó el 'caso Watergate', quiso entrevistar al presidente, pero este se negó a hablar con él. Cuando el libro estuvo en la calle en su edición original, el pasado septiembre, Trump lo despachó a su manera, con un tuit: «El libro de Woodward es una broma, solo es otro ataque contra mí, en un aluvión de ataques, que utiliza fuentes anónimas o desconocidas (...) Los demócratas no saben perder. ¡Escribiré yo el libro real!».

Mientras el presidente encuentra quien le escriba, la información que Woodward ha recopilado confirma uno por uno los peores temores que existían desde el momento mismo en que Trump ganó las elecciones. Desvela también que esa victoria causó perplejidad incluso entre la mayoría de los miembros de su equipo de campaña. Y ello pese a que una concatenación de circunstancias en agosto de 2016 sentó las bases de su triunfo. En aquellos días cruciales, cuando sus asesores contemplaban desolados cómo nada funcionaba en las campañas, las encuestas pronosticaban un batacazo, el candidato no tenía la menor idea de cómo captar votantes indecisos y su única estrategia en los debates era improvisar, explotó la bomba informativa de la injerencia de Rusia en el proceso electoral. Algo así debería haber sido la puntilla, pero unas horas después salió a la luz la grabación en la que alardeaba de «manosear» a las mujeres a su antojo y, sorprendentemente, la atención se desvió hacia este asunto, un terreno en el que el candidato podía defenderse con su habitual arrogancia. Si a eso se sumaba la difusión de correos electrónicos de Hilary Clinton y su equipo con comentarios poco convenientes, la inversión de la tendencia del voto estaba servida. Con todo, el efecto tardó tanto tiempo en detectarse que el equipo de campaña, cuenta Woodward, le presionó para que renunciara a favor de su número dos en el 'ticket', Mike Pence, a quien ya se pensaba colocarle a Condoleezza Rice como candidata a la vicepresidencia. Así estaban las cosas. Y lo siguieron estando pese a que los últimos sondeos ya generaban dudas sobre la victoria de Clinton. Lo demuestran su reticencia a aportar fondos para su propia campaña -racaneó al máximo y no paraba de reclamar a los donantes del partido republicano que aumentaran sus aportaciones- y el hecho, narrado con detalle en el libro, de que no había preparado su intervención pública para el momento en que el escrutinio le dio como vencedor.

'Miedo' desmenuza las negociaciones para formar el equipo de gobierno, muchas de ellas en pleno campo de golf o en el transcurso de conversaciones informales. De nuevo, la improvisación. Que no terminó cuando Trump ocupó el Despacho Oval. Gary Cohn, que fue presidente de Goldman Sachs antes de alcanzar la categoría de principal asesor económico del presidente, trató de convencerle con argumentos y datos sobre lo negativo que sería para el país implantar aranceles a los productos industriales. Fue en vano. En otra ocasión, vio sobre la mesa del presidente el borrador de una carta dirigida a su homónimo de Corea del Sur en la que anunciaba el fin del acuerdo de libre comercio entre ambos países. Trump quería acabar con un pacto cuyo resultado en términos de balanza comercial es favorable al país asiático. Cohn le había advertido de las innumerables ventajas de otro tipo que tenía para EE UU, incluidas unas instalaciones militares capaces de detectar el lanzamiento de un misil de los vecinos del norte en solo siete segundos, lo que hace posible derribarlo antes de que llegue a territorio estadounidense. Entonces, al asesor solo se le ocurrió una forma de parar lo que podía ser un error de consecuencias gravísimas: cogió el borrador y se lo guardó. Y al salir del despacho pidió todas las copias. Ya para entonces todos los colaboradores del presidente sabían que si un asunto no está sobre su mesa, literalmente, lo más normal es que se olvide de él.

Es una de las facetas de un líder tan osado como para abroncar a sus asesores por «no saber nada de defensa o seguridad nacional» -lo dice quien ha desoído sistemáticamente a prestigiosos mandos de su Ejército- o que, si ya tiene una conclusión acerca de un tema, en general simple y con poco fundamento, se niega a escuchar a quienes saben de ello. Quienes frecuentan la Casa Blanca salen espantados de algunas reuniones. Espantados por los insultos que el presidente profiere contra sus asesores: la palabra 'imbécil' es habitual en su vocabulario, dirigida a los suyos; a Rob Porter, secretario del staff, lo despidió un día a gritos llamándolo «puto globalista» por oponerse al proteccionismo. Y por algunas propuestas que hace, como cuando dijo que los generales del Ejército de EE UU «no están lo bastante concentrados en ganar dinero».

Arreglar destrozos

Muchos de sus asesores no han soportado la presión ni que el presidente haga sistemáticamente lo contrario de lo que le dicen. O se han cansado de ir por detrás arreglando los destrozos que deja a su paso. O han sido despedidos con formas propias de un autócrata del siglo XIX por más que use la tecnología del XXI. A Rex Tillerson, su secretario de Estado, lo echó el pasado marzo con un tuit. Y a quienes le escriben los discursos los tiene permanentemente al borde de la histeria. Sucedió a raíz de los sucesos de Charlottesville, Virginia, en agosto del pasado año, cuando un grupo de supremacistas blancos organizaron una marcha nocturna con antorchas -la similitud con algunas manifestaciones de nazis a partir de 1937 era absoluta- y al día siguiente uno de ellos arrolló con su coche a los participantes en una manifestación de protesta contra ese alarde de intolerancia. El resultado fue una mujer muerta y diecinueve heridos. El presidente salió a condenar los hechos, pero, terminado el texto que le habían escrito, improvisó. Y la lió. Porque equiparó a los supremacistas con quienes protestaban contra ellos. Líderes de su partido, altos mandos del Ejército y miles de personalidades relevantes del país salieron de inmediato a criticar sus palabras.

Los asesores de la Casa Blanca le convencieron para que interviniera en TV haciendo hincapié en que, «sin importar el color de nuestra piel, todos vivimos bajo las mismas leyes». Nada más acabar, se mostró enfurecido con quienes le habían escrito este segundo discurso, porque a su juicio había dado muestras de debilidad. Pocos días después, en una rueda de prensa, volvió a las andadas al destacar que «ambos bandos tienen parte de culpa (...) había gente muy buena en ambos grupos. También había mucha gente mala en el otro grupo (...) Hay dos versiones de la misma historia». Muchos en su equipo ya no sabían qué cara poner.

Es la actitud habitual de Trump. Lo comprobó el presidente de la farmacéutica Merck, uno de los pocos altos ejecutivos de raza negra en su país. A raíz de los sucesos de Charlottesville, dimitió de su puesto en el Consejo de Fabricantes Estadounidenses, un organismo asesor creado por el propio Trump. Este arremetió contra él a través de Twitter, sugiriendo que, al estar fuera de ese organismo, tendría más tiempo para bajar los precios abusivos de su compañía.

Nadie está a salvo de su ira. Ni su familia. Su hija Ivanka y su yerno trataron de convencerlo para que no sacara a EE UU del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Cuando uno de sus asesores se lo hizo ver, pensando que sería un argumento de peso, el presidente se limitó a contestar: «Son demócratas».

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