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El autor. Inge Wegge posa con su creación de hielo, a la que ha añadido un mejunje de hierbas y alga como antideslizante. AFP
Surf en el Círculo Polar Ártico

Surf en el Círculo Polar Ártico

Inge Wegge construye tablas con placas de hielo para cabalgar las olas en el Círculo Polar Ártico. Una historia de agua que vuelve al agua

IRMA CUESTA

Sábado, 22 de junio 2019, 02:48

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En Lofoten, un archipiélago noruego situado en la provincia de Nordland, por encima del Círculo Polar Ártico, los termómetros marcaban ayer tres grados bajo cero. La temperatura perfecta para que Inge Wegge, un documentalista de 33 años que pasa buena parte de su tiempo sobre una tabla surcando olas, cargue la camioneta con su último invento y surfee en las heladas aguas de esa tierra en la que, durante meses, no se pone el Sol. La historia de Inge no tendría mucho de particular si no fuera porque, hace unos meses, viendo cómo unos chavales se lo pasaban en grande haciendo skateboard en una rampa congelada, se le ocurrió seguir dando rienda a su pasión pero sobre tablas de hielo.

«Cuando empecé a hablar de esto todos a mi alrededor pensaron que era una broma, que era demasiado loco, pero luego nos pusimos a trabajar hasta hacerlo realidad», explica el intrépido surfista a la agencia de noticias AFP, que se pregunta si lo de Inge es una muestra de excentricidad llevada al límite o un ingenioso proyecto bañado de poesía. Al fin y al cabo, es una historia de agua que vuelve al agua, de ciclo de vida, y todo eso recuerda al polvo bíblico.

Incluso quienes no vean tanta lírica en la ocurrencia deben reconocer el entusiasmo y perseverancia de Inge, porque no ha sido fácil construir esa tabla helada con la que poder dominar las olas que nacen en el Círculo Polar Ártico. Primero, porque había que probar a hacerlo en pleno invierno, cuando los termómetros rondan a diario los cinco grados bajo cero y el agua no sube de tres. «No quise estudiar mucho el hielo a propósito, para aprender a hacer las cosas experimentando. Eso sí, sabíamos que resultaría complicado porque las tablas iban a ser muy pesadas, que se romperían fácilmente y serían resbaladizas», explica el surfista, que contó con un batallón de buenos amigos para hacerla realidad.

Inge desarrolló en primera instancia un modelo rectangular, que pulió cuidadosamente en la playa utilizando los mismos instrumentos que habitualmente emplea un escultor. Cortó con una motosierra una buena loncha de hielo que arrancó de un lago congelado, pero resultó que no era lo suficientemente duro ni frío; tenía demasiado aire en el interior y no duró mucho en el agua. «Menos de diez minutos, nada en absoluto», recuerda el proyectista.

Como tirar la toalla no era una alternativa, el surfista de Lofoten decidió que las tablas se fabricarían con un molde en una cámara frigorífica de pescado en Svolvaer, el centro administrativo del archipiélago, a una temperatura de -20 grados. De allí saldría, se dijo -y acertó-, un hielo fuerte como el acero. Solo restaba encontrar algo que hiciera las veces de grip, para lo que no iban a servir esas planchas de goma que se colocan en la parte trasera de las tablas tradicionales para aumentar el agarre del pie. Un par de noches dándole vueltas le bastaron para encontrar la solución: un mejunje de hierbas y algas harían su función, de tal forma que al montarlas no se echara de menos ni Astrodeck, ni parafina como antideslizante.

Setenta kilos

Resueltos los problemas de construcción, a Inge no le ha quedado más remedio que acostumbrarse a las características de sus nuevas tablas. Setenta kilos, que es lo que viene a pesar esa mole de hielo 'made in Lofoten', poco tienen que ver con los tres o tres y medio de las clásicas monturas de resina de poliéster. También ha tenido que asumir la fugacidad de su obra, que no tarda en diluirse, literalmente, en el agua. El ingenio tiene una esperanza de vida en agua salada de unos treinta minutos, lo que, para cualquier persona no amante del mar helado, la olas y el frío, es demasiado poco tiempo para tanto esfuerzo.

Pero Inge no lo ve así. «Al principio la tabla es demasiado gruesa para surfear, pero después disfrutas de algunos momentos de gracia, perfectos para poder atrapar las olas. Luego, a medida que se va derritiendo, se vuelve frágil, transparente... Es hermoso, pero se acabó enseguida», afirma, encantado con la idea de maniobrar sobre un objeto que le da la oportunidad de sentir que «es diferente cada minuto». Esta es su definición: «Es una cosa viva, no un material muerto que te transporta; en realidad, la sensación es una locura».

Inge ya ha compartido sus tablas con media docena de amigos. Surfistas que no tuvieron problema en probarlas a pesar de la ventisca que esta semana ha azotado el archipiélago y que alientan el sueño de su creador, convencido de que pronto serán muchas más las planchas de hielo que surquen la superficie marina del Círculo Polar Ártico. Un lugar en el que uno puede surfear todo el día y admirar las auroras boreales por la noche. Nada que ver con las imágenes de chicas en bikini, palmeras y aguas de la Polinesia con las que la mayoría relacionamos al deporte que coronó a Kelly Slater, pero, según los expertos, igual de interesante para cabalgar las olas.

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