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Vicente Esplugues, sacerdote valenciano de 49 años que ejerce en Madrid. R. C.
Un cura en la morgue del Palacio de Hielo
Una dura experiencia

Un cura en la morgue del Palacio de Hielo

Vicente Esplugues es uno de los cinco sacerdotes elegidos para rezar un responso diario en la pista de hielo de Madrid donde aguardan los fallecidos por coronavirus que no han podido ser incinerados

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Martes, 31 de marzo 2020, 00:32

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El sábado fue un día muy duro para Vicente Esplugues. Él, que ha trabajado de misionero en las selvas de Venezuela o en medio de la hambruna de los poblados de Camerún, y que ha dado la extremaunción a chiquillos que han muerto sujetándole la mano, vivió el sábado a las once de la mañana uno de esos momentos en los que hasta a un cura grande (mide 1,90), duro y metalero como él, se le empañan los ojos. Vicente (Valencia, 49 años), conocido por sus tatuajes, su zarcillo en la oreja y su extensa cultura rockera de la que ha dado cumplida cuenta durante cinco años en RNE ('La sotana metálica'), es uno de los cinco sacerdotes que desde el pasado jueves se turnan para rezar un responso diario en la pista del Palacio de Hielo, la improvisada morgue de la capital, donde reposan, en féretros idénticos, los cuerpos de los fallecidos por coronavirus en Madrid a la espera de una incineración que tarda demasiado en llegar.

A Vicente, vicario de una parroquia cercana, la de Nuestra Señora de las Américas, le tocó hacerlo hace tres días y este viernes repetirá lo que ha sido una experiencia dura, «pero también muy reconfortante», y por la que da gracias a Dios «por haberla podido vivir tan de cerca». A él, que ha tenido que lidiar con situaciones muy dramáticas a lo largo de sus casi 25 años de sacerdocio, se le saltaron las lágrimas cuando, con su mascarilla, sus guantes de nitrilo y su estola morada al cuello, entró en esa pista de muerte y levantó la mirada hacia el dolor más silencioso. En ese ambiente gélido –la temperatura rondaba los cinco grados bajo cero–, Esplugues quedó sobrecogido por el horizonte de féretros alineados sobre el manto blanco del hielo, sesenta o setenta ataúdes con los cuerpos de hombres y mujeres que hasta hace muy poco gozaron de una vida plena. Tan impactante como esa vista lo fue «el pensar que detrás de cada uno de esos seres anónimos para mí hay una familia, unos amigos, un amor, unos paisajes, unas lecturas... y también la mirada de Dios sobre ellos. Cuando estaba allí pensaba en que todos han pasado por este mundo haciendo el bien y repartiendo amor y felicidad, y por eso di gracias por ellos».

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Vicente se colocó discretamente en una esquina del recinto, leyó la palabra de Dios, hizo unas peticiones y, antes de despedir el acto litúrgico con la oración final, asperjó los féretros con agua bendita. El ceremonial, muy sencillo y emotivo, apenas duró diez minutos. «Cuando regresaba en el coche pensando en todo esto, di las gracias al Señor por haberme permitido vivir una situación de mucho dolor, pero también de mucha fe, de que esto no se acaba aquí, de que estamos llamados a la resurrección». Mientras conducía le vino a la memoria un pasaje del Antiguo Testamento, el de 'El Valle de los huesos secos', de Ezequiel 37, en el que el profeta interroga a Jehová mirando la tierra yerma: «¿Podrán revivir estos huesos?». Vicente se hacía la misma pregunta: ¿Podrá revivir el mundo tras esta pandemia? La certeza es que sí».

«Gracias, páter»

Ya como pequeña anécdota de su servicio pastoral, el religioso describe la dificultad añadida de orar en voz alta con la mascarilla tapándole la boca, y recuerda, conmovido, al militar que le acompañó durante la celebración y que vivió con él sus emociones. Cuando terminó su responso, el soldado dirigió su mirada hacia la pista de hielo y le susurró: «Muchas gracias páter. Por ellos y por nosotros».

Vicente Esplugues regresará el viernes al recinto. Tendrá que volver de nuevo a presentar las credenciales que le ha facilitado el Arzobispado de Madrid para superar los necesarios controles que la Policía Nacional y la Unidad Militar de Emergencias (UME) han instalado en los accesos al Palacio de Hielo, convertido estos días en un trajín de coches fúnebres y personal protegido hasta los dientes.

Mientras tanto, Esplugues y sus compañeros misioneros del Verbum Dei de Nuestra Señora de las Américas seguirán oficiando sus misas diarias virtuales, que retransmiten por el canal de YouTube de la parroquia, y que últimamente no dejan de ganar fieles. El domingo pasado siguieron la 'tele-eucaristía' más de cuatro mil feligreses. Lo nunca visto. Se ve que la fe hace milagros.

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