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FERNANDO MIÑANA
Miércoles, 23 de enero 2019, 01:32
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Tiene 90 años, una salud delicada por un accidente de coche sufrido en otoño y el desprecio de la comunidad científica que tanto le admiró por considerarlo el padre de la genética moderna. James Watson, que ganó el Nobel en 1962 por descubrir, junto a otros científicos, la estructura en doble hélice del ADN, abriendo paso a la biología molecular, ha manchado su legado con reincidentes opiniones racistas de dudosa base académica.
El público que vio a principios de año 'American Masters: Decoding Watson' (Maestros americanos: decodificando a Watson), un documental emitido por la cadena estadounidense PBS, se topó con el perfil más xenófobo de este hombre nacido en Chicago en 1928. Watson ya había hecho en 2007 unas polémicas declaraciones al 'Sunday Times' en las que venía a decir que los negros son menos inteligentes que los blancos. Una afirmación que tuvo eco en todo el mundo.
Watson aseguró ser «pesimista sobre las perspectivas de África» porque, argumentó, «todas nuestras políticas sociales están basadas en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, mientras que todas las pruebas dicen que no es así». Al día siguiente, el Museo de las Ciencias de Londres canceló su conferencia. Poco después, la junta directiva del Laboratorio Cold Spring Harbor de Nueva York, donde trabajaba, difundió una nota por sentirse «asombrada y entristecida» por estos comentarios. Una semana más tarde llegaba la dimisión de Watson.
Vendió la medalla de oro
El investigador estadounidense, en realidad, conservó un despacho en este laboratorio de biología cuántica que dirigió desde 1968 y hasta mantuvo todos sus títulos honoríficos. Hasta que el director y productor Mark Mannucci decidió pasar un año junto a Watson para rodar este documental. Todo empezó el día de su cumpleaños, en primavera, con una celebración en el laboratorio en la que brinda, entre otros, con el genetista Eric Lander, presidente del Broad Instituto Tecnológico de Massachusetts y de Harvard, quien acaba de hacer público su arrepentimiento por chocar su copa con un racista recalcitrante como Watson, quien aprovechó la película para reafirmarse: «Entre los blancos y los negros hay diferencias en los resultados de las pruebas de inteligencia y yo diría que esa diferencia es genética». El laboratorio ha decidido despojarle de los títulos de rector emérito, profesor emérito y consejero honorario.
Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de la Salud en Estados Unidos, se apresuró en contrardecirle en el 'New York Times': «Es decepcionante que alguien que ha hecho contribuciones tan innovadoras a la ciencia esté perpetuando creencias tan dañinas y tan infundadas científicamente». Collins sostiene que todo viene determinado por factores ambientales (nivel socioeconómico, alimentación, educación...) y no genéticos.
La decadencia de Watson le empujó, en 2014, a hacer lo nunca visto: subastar la medalla de oro recibida en Estocolmo, convertida en fetiche por el ruso Alisher Usmanov, un magnate de la siderurgia que pagó 4,8 millones de dólares por el galardón.
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