Músicos de toda la vida
No es que les acosen pidiendo autógrafos, pero estos artistas llevan décadas tocando en bares, salas y festivales, en solitario y con varios grupos, sacando discos propios y de otros, dando clases...
ISABEL IBÁÑEZ
Lunes, 31 de diciembre 2018, 16:07
Había una guitarra y empecé a componer canciones que pudiéramos cantar contra el sargento y el servicio militar. Ahí empezó todo. Y luego, al terminar ... la mili, me puse a investigar sobre el surrealismo y los cantautores franceses como Brel o Brassens. Y debí de pensar: 'Si este tío con esa voz tan desagradable y con cuatro acordes hace estas canciones maravillosas, yo también lo puedo hacer'». Así cuenta Aute cómo empezó en la música hace medio siglo, la disciplina artística que le ha dado de comer, aunque domine muchas otras. Pero todo el mundo sigue ligándole a su voz de terciopelo por mucho que permanezca apartado de los escenarios, recuperándose aún del infarto que casi le lleva al otro barrio hace dos años. En estas líneas, otros músicos profesionales, veteranos y reconocidos, desentrañan cómo es la vida del artista a tiempo completo, entregados desde hace décadas a la causa, muy lejos de esa operación que te lleva al triunfo por la vía rápida que muchos buscan. Quizá no les reconozcan a la primera, pero los tres tienen una gran historia.
Edu Basterra, Bilbao
«Hay quien se molesta si tocas en el bar»
«Por cada nota, un pinchazo; por cada acorde, unos temblores; por cada frase, un latigazo a la altura de los riñones. Este es mi trabajo, señores, mi alimento y mi querer, pero sean razonables, en mi casa son tres bocas las que hay que dar de comer». Es un pedazo de 'La música no es gratis', tema del reciente disco de Edu Basterra, 'Baster del universo' -que presentará el 8 de febrero en la sala Mytho de Bilbao-. Algo en él recuerda a Frank Zappa; un tipo larguirucho con gafas de pasta, perilla y -ahora- canas con el que quizá se haya topado al entrar en un bar y mirar hacia el grupo que toca en la esquina. Bilbaíno del 59, lleva amenizando su ciudad y alrededores desde el instituto... A los 20 años ya estaba girando y cobrando como profesional y casi cuatro décadas después sigue viviendo de esto, currando en el amplio espectro que ofrece la profesión: clases, giras con grandes grupos, discos propios y de otros, bolos en locales, fiestas y festivales, 'jingles' de anuncios... Bebe del rock, blues, jazz, toca varios instrumentos, canta... Esa es la vida del músico, pese a la idea que pueda tener la gente: «Quizá la de alguien que disfruta de la bohemia, de levantarse tarde, de la admiración de hombres y mujeres, de la suerte cuando te van a poner una multa y el agente te reconoce: '¡Coño, pero si eres fulano! Oye, ¿me firmas un autógrafo?'. No es mi caso».
Ha girado con tantos... «Fito&Fitipaldis, Gontzal Mendibil, Doctor Deseo, Ruper Ordorika, Infussion, Nando Agüeros, con quien estoy ahora... Con todos aprendí mucha música, actitud en el escenario, disciplina, a dosificar energía, a convivir lejos de tu cuarto de baño y de tu cama... Mi vida no ha sido especialmente emocionante, pero algún día reuniré las anécdotas más curiosas y divertidas y las publicaré». Como aquella vez con Infussion en el sur de Italia, en mitad de una baladita... «Uno de los pies de plato de la batería cayó desde la tarima al suelo. Casi le da en la cabeza al saxofonista Javi Alzola (Fito&Fitipaldis). Y de repente aparece en el escenario un técnico italiano, taladro en mano y sonrisa de oreja a oreja, dispuesto a arreglar el asunto... Ni corto ni perezoso, se puso a hacer agujeros y luego dio unos martillazos en la tarima, en mitad de la balada, un buen rato. Me moría de la risa...».
Esas cosas pasan. Y muchas más, porque esto trata de caminar sobre la cuerda floja por dedicarse a lo que uno ama: «Me he visto haciendo malabares para acabar proyectos importantes. Al final aprendes a elegir lo que puedes hacer bien y lo que no. Yo he tenido la suerte de asimilar varios estilos y poder trabajar en diferentes campos». Y tanto... Parece que Basterra siempre está tocando; conciertos en bares, varios incluso a la semana, en solitario o con grupos como Botxo Boogies... «Hay gente, no mucha, a la que le molesta que toques porque no le dejas hablar con sus amigos en el bar. Esto lo dice todo en lo referente a la cultura musical, en pañales en algunos aspectos. Mejorará cuando desde las instituciones se considere un trabajo como cualquier otro y podamos optar a currar en condiciones favorables para el espectáculo, y, por otro lado, cuando los artistas podamos centrarnos para mejorar nuestro producto». Porque para ser músico a tiempo completo, o pegas el pelotazo o te conviertes en una especie de chico para todo. «Los músicos deseamos una vida de éxito y placer continuo, sin interrupción. Pero son sólo esos cien minutos en el escenario los que puedes disfrutar de tu profesión, y no siempre. Disfruto ensayando, componiendo, arreglando y produciendo en el estudio. El resto es la parte fea, coordinar personas y horarios, cargar, descargar, montar, dejar tu sonido en manos de técnicos inexpertos, no tener un camerino en condiciones, tomar decisiones para los imprevistos que surgen a última hora... y muchos kilómetros de asfalto, que también quita energía».
Pese a todo, hay cosas que se quedan en ilusión, que no acaban de llegar... «Tengo cosas en el tintero que necesitan presupuesto y que quizás algún día vean la luz. Me conformo con la tendencia de estos últimos años, siempre ligeramente ascendente. Milagrosa y coherente, dadas las circunstancias». Ya está componiendo para un próximo álbum... «Aprendí desde muy joven a distinguir patrones rítmicos y armónicos, y a combinarlos, casi como un juego, así que he compuesto toda mi vida. Me costó mucho empezar a crear obra de calidad, pero cuando escucho mis álbumes en solitario me siguen gustando». Entre lo mejor de esta vida: «Subirse al escenario, sabiendo que la audiencia formará una larga cola para comprar ese CD que estabas defendiendo minutos antes. Y, como todos, sentirme deseado, respetado, admirado, protagonista... Todas esas cosas de las que me voy curando con el tiempo».
Francisco Simón, Madrid
«El mundo musical es más sufrido que glamuroso»
Si no ha tenido la suerte de disfrutar en directo de Francisco Simón (Madrid, 1963), quizá pueda recordarle de la tele; aquel guitarrista entre rubio y pelirrojo con el cuello subido y gafas de sol que tocaba en Caiga Quien Caiga y otros programas que amenizó en el pasado. Tan solo un momento en una vasta carrera de músico que le hizo aparcar otra a punto de terminar, Geografía e Historia, especializado en Arte. Ahora anda inmerso en su grupo de blues, Red House, junto al californiano Jeff Spinoza, siete discos ya, con el que guitarrea semanalmente en diferentes salas y bares -en Madrid son habituales del Café Central, Galileo, Bogui Jazz, Honky Tonk, Clamores, Tempo...-, en festivales de blues, jazz... Donde toque. En su currículum se leen los nombres de artistas internacionales con los que ha trabajado, como Jerry Lee Lewis, Willie de Ville, Paul Collins, Kevin Ayers, Fito Páez, Paul Carrack, 'Blue' Lou Marini, The Blues Brothers, Dan Aykroyd, Tom Jones... «Son muchos por trayectoria y porque soy mayor. Destacaría con cariño a Duncan Dhu, hicimos una fantástica gira y un doble en directo; a Miguel Ríos, una institución y un gran profesional, ¡y a los dos 'Antonios', Vega y Flores, dos irrepetibles, únicos y maravillosos artistas! Me impactó Tom Jones, un animal escénico. Y ahora estoy alucinado con Lou Marini (Blues Brothers), amigo, enorme saxofonista, siempre vital y positivo. ¡Con 70 años y se 'mea' a cualquier jovenzuelo!».
Simón comenzó de manera autodidacta, pero en el 96 marchó a estudiar en el prestigioso Musicians Institute de Hollywood. Ya de vuelta, la televisión supuso para él «un escaparate grandioso. 'CQC' fue un oasis, uno de los mejores programas. ¡Lo pasábamos realmente bien!». Hoy puede explicar lo que significa comer de la música, en parte gracias a su grupo Red House, con el que mantiene una febril actividad por toda España y buena parte de Europa: «Puuufff, tocamos todo lo que podemos y más, es un proyecto non-stop. El club es el espacio donde más a gusto estoy. He tocado en grandes recintos, me recuerdo ante 30.000 personas con Miguel Ríos, pero el club tiene ese punto de familiaridad y cercanía que te permite ganarte hasta el último de los presentes. Cuando la gente paga tiene más respeto por el artista; por otra parte, mi deber es ganarme al respetable, sea de pago o no, y con los años ya sabes a qué público te enfrentas y cómo ganártelo».
Trabaja en el estudio, en publicidad, como productor y músico de sesión. «Y he empezado con la docencia, algo que no me atraía nada, pero a la vejez... ¡A día de hoy ya no soy chico, pero sí 'para todo', jajaja. Hago mis propios cables soldando los jacks, 'booking' en los mejores festivales de España, conduzco la furgoneta, doy masterclasses, soy responsable de producciones ajenas... ¡Y sin dejar de estudiar! El mundo musical es más sufrido que glamuroso. Salvo que des un pelotazo, te toca trabajar a base de bien, nos dejamos el lomo». Admite haber pasado por baches: «Recuerdo unas navidades que tuve que pedir un adelanto a la SGAE porque no tenía dinero ni para pagar el gas... y con un chaval pequeño. Otro recuerdo malo fue cuando un mánager nos robó un montón de dinero y nos dejó con el culo al aire con nuestra gente. Pero prefiero olvidar esos momentos y mirar hacia el futuro y a los nuevos proyectos».
Quini Almendros, Granada
«Pensábamos que aquel éxito sería para siempre...»
Con 16 años, Quini Almendros (París, 1967) empezó con su guitarra en un grupete granadino llamado La Guardia, que unos cinco años después lograba discos de oro, platino... con canciones que todos sabemos, como 'Mil calles llevan hacia ti' o 'Cuando brille el sol', compuestas por él. Su trayectoria es a la inversa; de la fama, el dinero, las ventas... a la vida de músico como corredor de fondo. «Para bien y para mal, todo eso nos llegó demasiado jóvenes, sin experiencia para gestionarlo. Pero te diré una cosa: puede ser que la fama te cambie, pero es que la gente también cambia a tu alrededor cuando de repente triunfas. El caso es que pensamos que aquello sería para siempre».
No lo fue. La muerte del bajista, Juan Enrique Moreno Conejo, con 28 años, supuso «un durísimo golpe» que, unido a dificultades empresariales, llevó a finiquitar el grupo. Pero Almendros es músico, hacedor de canciones por encima de todo, y optó por dar guerra: contesta desde la tienda de instrumentos que regenta en Granada, recordando las bandas que montó después, como Mezcal, con el cantante de 091, José Antonio García, o La Edad de Bronce; las colaboraciones con decenas de artistas en directo y en estudio... Hasta llegar al lanzamiento este mismo año de su último disco (y van doce), 'Ríos de tinta', junto al cantante Ihmaele, que defienden en las salas y locales que no regatean el valor de un artista, algo que él reivindica: «Prefiero cobrar menos y no tener que preocuparme de si entra más o menos gente. Hoy tienes que componer, grabar y tocar en directo, ser técnico de luces y sonido, hacer de 'comunity manager' en las redes y depender de la entrada para comer... Pues no». Menos mal que, como diría Aute, queda la música.
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