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La mujer que olvidó hablar su idioma

La mujer que olvidó hablar su idioma

Hannah Jenkins tuvo un accidente de bicicleta, se golpeó en la cabeza y olvidó hablar inglés. Sólo el alemán, lengua en la que se comunicaba de niña con su madre, seguía en su memoria. Dos años después, sigue esforzándose en reencontrar lo que extravió su cerebro

IRMA CUESTA

Jueves, 1 de enero 1970

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La vida de Hannah Jenkins cambió un buen día de otoño en que, acabada la jornada, decidió darse un paseo en bicicleta por Berkshire, uno de los más antiguos condados de Inglaterra donde desde hace años vive con su novio, un joven llamado Andrew Wilde. Hannah pedaleaba tan tranquila observando el bonito paisaje que colinda con el castillo de Windsor cuando fue embestida por otro ciclista, cayó al suelo y se golpeó en la cabeza. Ella apenas recuerda lo que ocurrió, pero los médicos que la atendieron le contaron que, al verla inconsciente y sangrando sobre el césped, se decidió que un helicóptero la recogiera y evacuara al hospital más cercano.

No habría pasado de ser un accidente más que se habría resuelto con unos cuantos días ingresada y diversas magulladuras por todo el cuerpo, si no fuera por que, cuando Hannah se despertó en la cama de aquel hospital, no solo no sabía dónde estaba y qué le había pasado. Tampoco entendía por qué todos los que entraban y salían de la habitación le hablaba en un idioma extraño. Ella misma ha contado a la BBC que no comprendía una palabra de lo que decían y que se sentía como si se hubiera despertado en un país extranjero.

Si el desconcierto de Hannah era enorme, no era mucho menor el de los médicos, que veían que aquella chica no era capaz de comunicarse con ellos a pesar de que todos los documentos que llevaba encima en el momento del accidente confirmaban que era inglesa y vivía y trabajaba en el Reino Unido.

«Resulta más fácil retener los recuerdos de nuestra infancia»

Las cosas comenzaron a aclararse cuando el equipo que la atendía localizó a su hermana. Nada más pasarle el teléfono, la enferma comenzó a hablar con ella con toda naturalidad... en alemán. Cuando Hannah le preguntó a su hermana por qué nadie la hablaba en inglés, ella le contestó que sí lo hacían; que, de hecho, habían estado haciéndolo desde que llegó. Era Hannah la que no era capaz de entenderlo ni hablarlo. Y es que, aunque las dos hermanas crecieron en Inglaterra, su madre, austriaca, siempre había hablado con ellas en alemán. «Fue mi primer idioma oral. Era una regla que teníamos en casa, que cuando hablamos con la familia debía ser siempre en alemán para mantener el idioma fresco en la cabeza», ha explicado Hannah a la publicación británica. Admite que le ha costado mucho asumir que aquel golpe en la cabeza le arrebató su segundo idioma.

Tampoco debió de ser fácil para Andrew, su novio, asumir que era incapaz de comunicarse con la mujer con la que llevaba ocho años viviendo. Una vez en casa, mientras Hannah acudía a clases de inglés, se las ingeniaron para construir su propio lenguaje de signos. Con el tiempo, ella ha logrado cierto nivel escrito y la pareja recurre a escribirse mensajes de WhatsApp o correos electrónicos a pesar de estar en la misma habitación para poder comunicarse.

En alemán por la tarde

Todavía hoy, dos años después del accidente, no ha sido capaz de recuperar el idioma perdido y, aunque ha mejorado mucho con las clases y se esfuerza cada mañana por comunicarse con Andrew, cuando llega la tarde su cerebro está cansado y solo puede hacerlo en alemán. Dicen que su relación ha sufrido por culpa de aquel tonto accidente y cualquiera puede imaginar hasta qué punto. El problema es tan serio que ni siquiera ha podido conservar su trabajo, porque es difícil para una entrenadora de perros comunicarse con sus clientes cuando apenas se maneja el idioma.

Su neurocirujano, Colin Shieff , le había hablado desde el principio con claridad: las heridas del cuerpo no eran nada, lo verdaderamente grave era lo que había sucedido dentro de su cabeza. «Nuestros cerebros son muy sensibles y cualquier cosa que pueda perturbar a la computadora puede impactar potencialmente en las palabras que emite», explica el especialista.

Hoy por hoy, añade, no hay conocimiento científico suficiente para explicar qué parte de nuestra memoria perdemos o no en determinadas circunstancias, pero sí se sabe que somos capaces de retener más fácilmente lo que hemos aprendido siendo niños. «Algo que ha estado siempre incrustado en nuestra mente tiene más probabilidades de permanecer intacto y lo aprendido más recientemente es lo primero en perderse», resume. Aquel golpe devolvió a Hannah a su infancia. En alemán.

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