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Vicens Giménez
Duelo en la arena

Duelo en la arena

Grupos de constitucionalistas e independentistas mantienen la guerra fría en las playas llenas de turistas. Unos ponen banderas de España y otros, lazos y cruces amarillas

fernando miñana

Sábado, 18 de agosto 2018, 14:35

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Los alrededores del aeropuerto del Prat, en Barcelona, viven, a primera hora de la mañana del fin de semana, una especie de ajetreo tranquilo. La pinada de Can Camins es un remanso de paz que atraviesan jadeantes, mientras se esfuma el relente de la noche, corredores, ciclistas y caminantes. Cada cinco minutos un avión te roza la coronilla. Unos suben y otros bajan. Y desde pequeños montículos los 'spotters', esos tipos obsesionados con capturar el aterrizaje perfecto con sus teleobjetivos, se deleitan con ese festín de aviones que casi se pueden arañar con los dedos.

La gente, al final, se acostumbra al zumbido de esos pájaros de acero y pasea por allí tranquila entre la playa del delta del Llobregat y la pinada. Hasta que ese sosiego rutinario salta por los aires cuando, con los ojos saliéndose de sus órbitas, otean al principio de la playa del Remolar un montón de banderas de España. El emblema no siempre es bien recibido en Cataluña, pero ahora mismo, con el clima de tensión que se vive en esta tierra, ver treinta banderas de España es como recibir una descarga.

Pocos se resisten a la tentación de arrimarse a la arena a ver qué es aquello. Como Toni, un argentino parlanchín que mira aquel derroche patrio sin mojarse ni la punta de los dedos. Nació en el sur de Italia, luego pasó 50 años en la provincia de Buenos Aires y desde hace diez ha echado el ancla en España. Primero en Málaga y ahora en Barcelona. «Yo no me meto mucho», lanza a modo de saludo sin mediar pregunta. «Pero tengo mi opinión -reanuda- y no soporto que me pongan el lacito. Yo lo respeto todo y no discuto con nadie, pero tengo mi opinión...».

Los pescadores, en retirada, cruzan la arena con sus cañas y apenas miran de reojo el despliegue de GARCE, el Grupo de Acción y Resistencia de Ciudadanos de España que, harto de ver cómo los independentistas han decidido desplegar sobre la arena del litoral catalán su propaganda, aprovechando la presencia de turistas y extranjeros, han optado por contraprogramar con su vistoso arsenal de sombrillas, toallas y banderas con la enseña de España.

Perder el miedo

«En la playa nos unimos todos e intentamos perder el miedo a defender lo nuestro, porque aún hay muchos españoles que no se atreven. Nosotros solo somos un poquito más valientes y no dejamos que nos coman», explica, entusiasmado, Daniel Iglesias, su portavoz, tocado con un sombrerito blanco que lleva una cenefa con la bandera de España y un par de chapas con imágenes de GARCE. «Es nuestra forma de decir 'aquí estamos'. Tenemos el mismo derecho que ellos».

Lazos. Los soberanistas formaron varios lazos en la playa de la Barceloneta con el hotel Vela al fondo.
Lazos. Los soberanistas formaron varios lazos en la playa de la Barceloneta con el hotel Vela al fondo. Vicens Giménez

La de este fin de semana ha sido la tercera acción que han realizado en las playas catalanas. La primera fue en Montgat, hace quince días, y la segunda, en Arenys de Mar, el domingo anterior. La equipación de Iglesias es todo un alegato: también acarrea una mochila con el escudo nacional y un teléfono con el mismo emblema. Español de los pies a la cabeza.

Es su manera de enfrentarse a los soberanistas que este verano han colocado cruces y lazos amarillos en diferentes playas. Y el pulso que se entabla por la mañana en la arena se prolonga por la noche en las ciudades, donde los GDR intentan contrarrestar a los CDR. Los primeros son los Grupos de Defensa y Resistencia, contrarios a la independencia de Cataluña, y uno de sus cometidos es eliminar los símbolos soberanistas con que van pespunteando las calles los segundos, los Comités de Defensa de la República, fundamentalmente lazos amarillos con los que los independentistas muestran su apoyo a sus líderes encarcelados.

¿Una acampada tras la Diada?

Unos y otros ya se han encontrado en la noche y han saltado chispas. Como en Reus, donde militantes de Ciudadanos -la formación política rehusó la oferta de este periódico de acompañarles en alguna acción- retiraron el sábado del Ayuntamiento una pancarta en favor de los políticos presos con la oposición del alcalde.

Los activistas del independentismo no piensan detenerse y están sopesando hacer, después de la Diada, el 11 de septiembre, una acampada en la plaza Francesc Macià. Su pretensión es colapsar Barcelona, como hicieron los taxistas con su huelga, y ganarse así una buena cuota de proyección internacional. Piezas que se mueven delicadamente por los escaques de Cataluña mientras vuelan los puñales en Twitter, la red social donde el debate es de todo menos comedido.

Daniel Iglesias está más tranquilo en la playa del Prat, donde un par de horas después de plantar las sombrillas y las toallas apenas hay bañistas y, menos aún, contrarios que les lancen miradas furibundas. «Arenys de Mar fue otra cosa, es tope independentista», advierte. Porque el mapa parece ya fraccionado en separatistas y constitucionalistas. Como demuestran dos ciclistas de mediana edad que, desde la pasarela de la playa, sonríen satisfechos mientras sacan unas fotos: «En Viladecans estamos a salvo».

De repente se hace el silencio. Un hombre mayor llega dando pedaladas embutido en un maillot con el nombre de Catalunya en letras gruesas. Se apea de la bicicleta y empieza a regalar sentido común con un notable acento andaluz. «Yo llevo 60 años en Cataluña y pasé los primeros 17 en Córdoba. Así que yo soy catalán y cuando vuelvo a Córdoba soy 'el catalán'. ¿Cómo no voy a serlo si Cataluña lleva 60 años dándome de comer? Lo vivo todo con mucha calma y no me molestan las cruces, ni los lazos ni que los quiten. No pasa nada, no hay que ofenderse».

El hombre, sereno, hablador, explica que a los 77 años no está para complicarse la vida. Lleva una bicicleta de 4.500 euros con buenas suspensiones y un motorcito eléctrico que le ayuda a subir «las cuestas que había dejado de poder subir», y asegura que le molesta más el novio de su hija, que es musulmán y no se come el pollo de la paella «si no ha sido sacrificado mirando a la Meca». Pero tampoco quiere líos con él y el día que va a comer a casa hace una excepción y no saca a la mesa la botella de vino. «¿No es mejor ahorrarnos una discusión? Al día siguente vuelvo a sacar la botella y santas Pascuas».

La gente de GARCE sigue a lo suyo en la arena. Beben cerveza y refrescos y uno de ellos trae del coche una empanada gallega. Tres mujeres, mientras, conversan sobre la convivencia en el trabajo, en el ascensor, en el supermercado, en la vida en esta Cataluña tan inflamable.

-Para mucha gente, llevar la bandera de España es de fachas.

-A mí ya me da igual, que digan lo que quieran.

-Y yo; yo ya paso.

A su lado, Santiago Pulido parece de los más exaltados. Dice que los independentistas han intentado amedrentarle. «A mí me mandaron las fotos de mis hijas para amenazarme, diciéndome que si seguía así lo pagarían ellas. Yo no soy preso político, sino preso de los políticos que tenemos. Me costó hasta que me tiraran del trabajo».

-¿Y eso?

-Por enseñar el culo.

-(...)

-A ver si en mi vida privada no puedo hacer lo que quiera.

De vuelta a la Barcelona de los balcones que hablan con las banderas que cuelgan de ellos, con las cuatribarradas, las esteladas y las rojigualdas, la Barcelona de los lacitos amarillos garabateados en los cruces de peatones alrededor de la estación de Sants, en la Diagonal y en mil sitios más, un semaforo obliga a hacer una parada. Tiene un lazo amarillo pero a su alrededor, silueteando el dibujo, le han perfilado el color rojo, con lo que el resultado es un lazo como la bandera nacional. En otros sitios los españolizan y donde hay un lazo, lo convierten en un 'ole' con la o y la e en rojo.

Ambos bandos quieren significarse en el aniversario de los atentados del 17 de agosto de 2017. Y GARCE piensa acudir el 8 de septiembre a la plaza del Pilar, en Zaragoza, para adherirse al grupo Hablamos español e informarles de todo lo que están haciendo en Cataluña. Sigue la guerra fría en un verano caliente.

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