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El dominguero que dio un repaso a los profesionales

El dominguero que dio un repaso a los profesionales

Ramón Carlín, un mexicano sin experiencia en la vela oceánica, ganó la primera regata Whitbread alrededor del mundo. Paquita, su mujer, navegó 44 días... y se arrepintió cada uno de ellos

fernando miñana

Lunes, 16 de octubre 2017, 00:19

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El mexicano Ramón Carlín fue uno de esos hombres hechos a sí mismos, uno de esos tipos con las luces y los arrestos suficientes para, con 14 o 15 años, echarse la familia a la espalda tras la muerte de su padre y, además de sacarla adelante, acabar convertido en un empresario de renombre. En 1973 tenía la vida resuelta y los fines de semana se iba a Acapulco a paladear su éxito desde la cubierta del velero que acababa de comprar su hermano. Pero llevaba unas semanas inquieto. Su hijo, un chaval de 17 años, amenazaba con casarse con otra adolescente. Ramón, persona de abruptas decisiones, decidió llevarse al chico a Irlanda para ver si espabilaba y cambiaba de idea.

De paso por Londres, Carlín encontró en una revista algo que le llamó la atención: el anuncio de la Whitbread –la actual Volvo Ocean Race–, la primera vuelta al mundo a vela con escalas. Aquella aventura se coló en su cabeza y Ramón volvió a obrar a la brava. «Hijo, ¿le damos la vuelta al mundo?». El joven, con la audacia de la edad, respondió: «Por supuesto».

El empresario, que había empezado trabajando en una fábrica de jabón que le despellajaba literalmente las manos, hizo fortuna con Comercial Doméstica, una firma dedicada a la venta de electrodomésticos para el hogar. En 1973, Ramón Carlín tenía el dinero suficiente para iniciar el proyecto que quisiese, pero no tenía barco, licencia ni experiencia en la náutica.

No le importó. Primero averiguó de qué astillero había salido el barco que acababa de ganar una regata entre Bermuda y Newport, y se fue directo a Jakobstad, la pequeña ciudad del golfo de Botnia, enFinlandia, donde se encuentra desde 1966 Nautor’s Swan. Al llegar pidió un velero como aquel. El dueño le explicó que iba a tener uno mejor todavía, una embarcación de 65 pies (veinte metros) de eslora. Bautizó a aquel Swan 65 ‘Sayula II’, tomando el nombre de la localidad natal de su mujer, Paquita Larios, en México. Ahora solo faltaba la tripulación, a apenas tres meses para iniciar esa descabellada aventura.

Primero contó con su hijo, Enrique, un par de sobrinos y su hombre de confianza en México, ‘Cantis’, quien debía su sobrenombre a que su padre era el jardinero de Cantinflas en su mansión de Acapulco. Después echó el lazo a algunos navegantes con experiencia y completó el equipo: cinco mexicanos, dos ingleses, un holandés, un australiano y un estadounidense. Le faltaba un tripulante y acabó siendo su mujer, que ni siquiera sabía nadar.

El ‘Sayula II’ era el único de los 19 barcos de la flota que no era europeo. La prensa de Gran Bretaña, el país que había creado la regata básicamente para exhibir su poderío náutico, se estuvo burlando de aquellos desconocidos mexicanos, llegando a retratarlos en una viñeta como unos haraganes enganchados a la botella de tequila en un bote de velas remendadas.

«¡A bañarse!»

Ramón Carlín nunca había participado en una regata, pero nadie tenía que enseñarle a liderar un grupo o sacar adelante un proyecto. La víspera de la salida reunió a su tripulación y habló claro. «El ‘Sayula II’ va a ganar esta regata y por ningún otro motivo estamos aquí, por ningún otro motivo he comprado este velero y por ningún otro motivo quiero que ninguno de ustedes se suba al velero si no es capaz de pensar con esa mentalidad. Les pido que, si no, en lugar de subirse, se queden en tierra porque me van a estorbar». Carlín –murió en 2016 con 92 años– y el resto de tripulantes rememoraron estos y otros momentos en un delicioso documental rodado por Bernardo Arsuaga bajo el título de ‘The weekend sailor’ (El marinero de fin de semana).

El 8 de septiembre de 1973, el ‘Sayula II’ zarpó de Portsmouth junto a los otros 18 participantes y decenas de barcos que salieron a despedirles. Ante ellos aguardaban 27.000 millas náuticas (unos 50.000 kilómetros) y una condiciones de navegación extremas que debían compartir con contrincantes tan prestigiosos como el escocés Chay Blyth o el francés Éric Tabarly.

Doña Paquita no tardó en lamentar haber subido a bordo del ‘Sayula II’, como recordaba hace unas semanas, ya nonagenaria, para la Volvo Ocean Race. «Estuve 44 días, arrepentida hasta de haber nacido», explica sobre su experiencia durante la primera etapa, entre Portsmouth y Ciudad del Cabo. «Yo me hubiese bajado a mitad de camino, pero no se podía. En Sudáfrica me bajé porque tenía a mis hijas, que eran jovencitas; no podía dejar mi casa sola tanto tiempo. Además, a mí no me gusta navegar. El mar no me apasiona nada. No tengo ni idea de por qué me subí, aún no me lo explico».

La mujer del flamante armador aprovechó los días para ayudar en algunas labores. Cocinaba, bordaba, les cortaba el pelo a los chicos... Y les reñía cuando descuidaban la higiene. «Me molestaba que oliesen un poquito y les decía: ‘¡A bañarse!’. Y ahí iban, pobres...».

La sorpresa para Paquita, Ramón y los demás fue que llegaron segundos a Ciudad del Cabo. No eran los mejores regatistas, pero, a cambio, llevaban un material de primera y eran los que navegaban de manera más confortable. Carlín no dudó en meter una cámara frigorífica en el barco para asegurarse de que comieran bien. Y coló varios caprichos como alguna lata de caviar, cervezas, vino –a una media de seis botellas diarias–, vodka, ron, tequila... El armador iba preguntando a su tripulación qué les apetecía y se lo llevaba. Así es como hizo una piña.

Murieron tres regatistas

Pero quedaba lo más duro por delante. El Hemisferio Sur, entre las latitudes 40 y 50: los 40 rugientes y los 50 aulladores, así llamados por el sonido que hace el fuerte viento, soplando siempre desde el Oeste y levantando olas gigantescas. En aquel barco de bandera mexicana había un punto de inconsciencia que fue sacudido el día que la radio anunció que un rival, Dominique Gillet, había caído al agua y no lo habían podido rescatar.

La etapa entre Ciudad del Cabo y Sidney fue tremenda. Avanzaron encadenando temporales y olas «como cerros». Una logró tumbar el barco, que recuperó la verticalidad milagrosamente sin que se rompiera el mástil. Se quedaron sin radio, incomunicados, y cuando llegaron a Australia descubrieron que no había otros veleros. Eran los líderes.

El ‘Sayula II’ estaba destrozado y Carlín pensó en abandonar, como le dijo a su mujer. La respuesta de doña Paquita fue furibunda. «Tú te puedes retirar, pero yo me divorcio si dejas la regata». Al final lograron repararlo a tiempo para zarpar de Sidney rumbo a Río de Janeiro. Les esperaba el temible cabo de Hornos y otro latigazo por la radio: la muerte de otros dos navegantes.

La tripulación resistió con firmeza y llegó segunda a Brasil, donde hubo celebración a lo grande. Solo quedaba la última etapa: Río-Portsmouth. El mástil amenazaba con partirse y Cantis subía cada día a vigilarlo. Tenían que navegar a todo el trapo que aguantara el aparejo sin romperse. El ‘Sayula II’ resistió y llegó a Portsmouth a la hora del té. Centenares de barcos los recibieron como héroes. Eran los campeones. En los muelles esperaban 4.000 personas eufóricas, incluidos los familiares de los navegantes y doña Paquita.

La entrega de trofeos tuvo lugar en Londres, donde alzaron el puente de la Torre para que el ‘Sayula II’ pudiera desfilar Támesis arriba. Enrique, el hijo de Ramón Carlín, celebró la victoria y al día siguiente regresó a México ansioso por reencontrarse con su novia. No la había olvidado y hoy, cuarenta años después, siguen felizmente juntos. El presidente Luis Echeverria nombró deportista del año a su padre. En 1975, la reina de Inglaterra visitó México y recibió una invitación para cenar en la casa presidencial. Isabel II aceptó, claro, pero exigió que a su lado se sentara Ramón Carlín.

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