Edición

Borrar
No pudo ser. A la espera de conocer lo que harán los abogados de Pilar Abel, todo apunta a que el proceso de paternidad acaba de terminar. :: reuters
Dalí no dejó herederos

Dalí no dejó herederos

Las pruebas de ADN confirman que Pilar Abel no es hija del famoso pintor. Mientras ella ve morir su sueño, en la fundación que gestiona el legado del genio respiran tranquilos

IRMA CUESTA

Viernes, 8 de septiembre 2017, 01:59

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El gozo de Pilar Abel anda a estas horas diluyéndose en un pozo casi tan profundo como parecía su convicción. La mujer que aseguró ser la hija de Salvador Dalí con tanta contundencia como para provocar la exhumación de los restos del genio de Portlligat ya sabe que el pintor no era su padre. Ayer, la Fundación Gala-Salvador Dalí emitió un comunicado afirmando que los resultados obtenidos tras el cotejo de las muestras de ADN tomadas del cadáver el pasado 23 de julio «permiten excluir a Salvador Dalí como padre biológico de María Pilar Abel Martínez». Vamos, que en un momento Pilar se ha quedado sin padre, sin título ni apellido (se mostró muy ilusionada con la posibilidad de ser marquesa y de que a partir de ahora la conocieran como Pilar Dalí) y sin dinero. Porque no solo se han esfumado la legítima -un tercio del legado del genial artista- y los suculentos beneficios que generan los derechos de autor de quien creía su padre; por si fuera poco, ahora deberá pagar las costas judiciales de un proceso que ha sido de todo menos barato.

Ayer, mientras en la Fundación Gala-Salvador Dalí celebraban el resultado de las pruebas realizadas por los técnicos del Instituto Nacional de Toxicología, Pilar aseguraba que aún no tenía información oficial al respecto, pero que no se esconderá cuando la tenga. «¡Estoy flipando! Si sale negativo seguiré siendo la Pilar», manifestó mientras esperaba noticias de su abogado.

«Inusual e injustificada»

El cuerpo del genio de Figueras fue exhumado el pasado 23 de julio

La fundación que gestiona el legado del pintor aprovechó ayer para arremeter contra la decisión judicial de practicar la exhumación de su cadáver. «Los resultados de las pruebas confirman que fue totalmente inadecuada y desproporcionada, ponen en evidencia su total improcedencia y la inutilidad de los costes y perjuicios de todo tipo que ha ocasionado, respecto a los cuales la Fundación reitera la expresa reserva de acciones», señaló a través de un comunicado, en una suerte de aviso a navegantes con un solo destinatario: la mujer que hace dos años inició un proceso que los ha traído de cabeza.

Pilar Abel saltó a las primeras planas en 2007, cuando aseguró ser la hija del icono del surrealismo, muerto el 23 de enero de 1989 sin descendencia. Según contó entonces, y su relato acompañó a la demanda de paternidad interpuesta en el juzgado, ella nació el 1 de febrero de 1956 en Figueras fruto de una relación de amistad entre su madre y el pintor «que se convirtió en amor».

Según explicó, siempre había creído ser hija de Juan y Antonia, una pareja humilde que trabajaba como personal de servicio en casas pudientes, hasta que a los ocho años, mientras caminaban por Figueras, se toparon con un retrato del pintor y su abuela materna le espetó: «Ese es tu padre». Aquello, dice, la dejó traumatizada, pero aún esperó cincuenta años para preguntarle a su madre qué había de cierto en ello. Según parece, la buena mujer no le dijo ni que sí ni que no, y al poco tiempo enfermó de alzhéimer. Suficiente -pensó Pilar, que en los últimos años ha trabajado como panadera y como pitonisa en la televisión local Gi TV, donde se hacía llamar Jasmine- para acudir a los tribunales.

El bigote incorrupto

La cosa habría quedado en poco más si no fuera porque finalmente consiguió que la jueza madrileña María del Mar Crespo pidiera la exhumación del cadáver del pintor para comprobar si verdaderamente era su padre. Una decisión que levantó en armas a los guardianes del legado del autor, obligados a permitir que se abriera la cripta en la que descansan sus restos, en el interior del Teatro-Museo Dalí de Figueres, para que un equipo de forenses recogiera muestras de sus uñas, huesos y dientes, y poder obtener su ADN.

Fue de aquello que supimos que el bigote de Dalí sigue intacto, marcando las 10 y 10 (lo contó Narcís Bardalet, el responsable de embalsamarlo hace casi tres décadas, presente en la exhumación) y que los forenses se vieron obligados a utilizar una sierra eléctrica en lugar de bisturí porque estaba duro como una piedra.

Tras los resultados, lo que le quitaron al cadáver volverá a su sitio y el legado del pintor, nada despreciable, permanecerá inalterable. La obra a su nombre, antes de morir y dejar al Estado todo su patrimonio, se valoró en 30 millones de euros, una cifra que se disparó después de fallecer.

Ahora, a pesar de la pena de saber que no heredará semejante fortuna, a Pilar le queda el consuelo de haber recibido otros dones de su supuesto padre, entre ellos el de «sentir la pintura». «Me pasa como a él: cuando me pongo, no sé ni lo que pinto», revelaba hace unos años en una entrevista, con la misma rotundidad con que afirmó que Dalí era como ella: «esotérico a tope».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios