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Una peluquera muestra su trabajo a una clienta en el Festival Afro-Latino de Nueva York.
Cortar el racismo de raíz

Cortar el racismo de raíz

Nueva York ha decidido perseguir el rechazo de los peinados afro. Diversas normativas prohíben aún en EE UU estas manifestaciones de identidad cultural y étnica

ANTONIO CORBILLÓN

Domingo, 3 de marzo 2019, 08:12

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El pelo es una parte de ti', reza el eslogan con el que la ciudad de Nueva York trata de ser la primera de Estados Unidos que elimina el cabello como forma de discriminación racial. Claro que el pelo es parte de cada uno. Pero el racismo también es parte del ADN norteamericano. Y cuesta mucho pasarle la cuchilla, tal y como demuestran los brotes que cada cierto tiempo saltan en su sociedad.

Los traficantes blancos de esclavos describieron el peinado de sus capturas africanas como «espantoso». Igual que pusieron grilletes a sus víctimas, sus cabellos pronto fueron también encarcelados al gusto occidental. Diversas leyes surgidas a lo largo y ancho del país -muchas de las cuales aún perduran- prohibieron aquellas manifestaciones de su identidad africana. Una imposición estética y visual que ha provocado un «profundo daño psicológico» a los colectivos afroamericanos, advierten los defensores de la libertad de expresión capilar.

Todo eso debería empezar a quedar atrás. Y quien abre la veda no podía ser otra que la progre, cosmopolita y multirracial Nueva York. Su Comisión de Derechos Humanos ha aprobado esta semana la primera normativa que prohibe de forma taxativa cualquier restricción, en lugares públicos o privados, de cabellos afro, rizados, con trenzas, rastas, nudos bantú, locs (rastas con forma de cuerdas) o cualquier otra variante de peinado o despeinado identificada con el sentir de la negritud.

La primera dama de la ciudad, Chirlane McCray, esposa del alcalde Bill de Blasio, defendió con ardor la nueva ordenanza porque «el sesgo contra el pelo de textura rizada de los afrodescendientes es tan antiguo como este país y forma parte de la discriminación basada en la raza».

Nueva York ha dicho basta y su nueva ley perseguirá «la discriminación por parte de la mayoría de los empleadores o arrendadores de viviendas y alojamientos públicos» a personas con pelambreras afro. Una advertencia que alcanza a la Policía, que ya no podrá «discriminar y hostigar a perfiles basados en prejuicios».

Hasta ahora, los códigos no escritos ni regulados permitían al vigilante de un club nocturno negar el paso a un negro con pelo afro, o al dueño de un restaurante rechazar a camareros con rastas porque no daban buena imagen hacia su clientela mayoritariamente blanca. O a los gestores de un colegio rechazar a un alumno por su cabellera ensortijada.

«Si no te pelas, no peleas»

El mechón que colmó la paciencia de las autoridades se arrancó el pasado diciembre. Andrew Johnson, un chico afroamericano que participaba en una competición de lucha en el gimnasio del Instituto Buena Regional de Atlantic, Nueva Jersey, fue amonestado por un árbitro. «O pierdes el cabello o pierdes el combate», le advirtió. El chico se cubrió la cabeza, pero no fue suficiente. El vídeo de su entrenadora cortándole el pelo a tijeretazos delante de todo el mundo para que no fuera derrotado sin luchar se convirtió en viral. En las redes sociales lo más suave que se leyó fue que la escena era «racista», «cruel» y «humillante».

La presidenta de la Comisión de Derechos Humanos, Carmelyn P. Malalis, representa bien la diversidad de su ciudad. Tiene ascendencia afro, es lesbiana y vive con su mujer y dos hijos. Se puso a trabajar rápido para acabar con «la creencia generalizada y racista de que los peinados negros no son adecuados para lugares formales y pueden ser antihigiénicos, desordenados, perturbadores o descuidados». El resultado es una normativa que multará hasta con 250.000 dólares (unos 215.000 euros) a cualquier empresa o lugar público en el que se demuestre que aplica sesgos estéticos basados en el cuero cabelludo.

Al igual que le pasó al luchador juvenil en la vecina Nueva Jersey, los expertos que trabajan con Malalis argumentan en sus estudios para justificar la nueva ley que «muchos ciudadanos se ven obligados a elegir entre sus medios de vida o educación y su identidad cultural o la salud de su cabello debido a la continua manipulación o el uso de químicos para disimularlo». Incluso citan estudios médicos, como el publicado en 2012 por la revista 'American Journal of Epidemiology' que advierte del incremento de fibromas uterinos entre las mujeres negras por el uso de productos capilares. Por no hablar de que los negros se enfrentan a una «presión socioeconómica», ya que son «más propensos que los blancos a pasar más tiempo cuidando su pelo y gastan más dinero en citas y productos profesionales», explican los informes de esa Comisión.

Sentencias de otro tiempo

La discriminación hacia los norteamericanos de origen africano ha contado incluso con el apoyo de sentencias judiciales y normas estatales que parecen de otro tiempo. En 2016, un tribunal federal de Alabama (sudeste de EE UU) dictaminó que era legal que una compañía rechazara a una mujer en una oferta de empleo porque se negó a cortarse sus rastas.

Dos años antes, el Departamento de Defensa, la mayor empresa pública del país, promulgó una prohibición general de los peinados de aspecto negro. Poco influyó que casi un cuarto de siglo antes (en 1991), un general de piel oscura, Collin Powell, se convirtiera en el primer militar no blanco en presidir la Junta de Jefes de Estado Mayor. En todo caso, la gran indignación que levantó entre todos los uniformados afroamericanos obligó al mando militar a levantar la normativa en 2017. También eliminó los calificativos de «enmarañados y descuidados».

La persecución de la discriminación capilar incluye la creación de una Oficina de Aplicación de la Ley a la que puede dirigirse cualquiera para presentar una queja.

Nueva York parece solo la primera etapa de una nueva oleada de reivindicación racial basada en el aspecto físico y el cabello. Tras conocer la experiencia de la Gran Manzana, sus 'primos' de Gran Bretaña quieren seguirles.

Desde 2012, más de la mitad de la población de Londres es inmigrante, según las estadísticas británicas. Los negros (13,5%) son la segunda minoría tras los asiáticos (18,5%). Estos días llega a las librerías de Reino Unido el libro 'Don't touch my hair' ('No toques mi pelo'), de la escritora Emma Dabiri, poseedora de una cabellera tan abundante y poderosa como su discurso. En sus páginas defiende que «el pelo negro nunca es 'solo pelo'» y analiza la historia y la importancia capital que tiene para su cultura. «El alcance del peinado negro abarca desde la cultura pop hasta la cosmogonía, desde la prehistoria hasta el futuro», argumenta. Equipara la libertad de su enmañada cabellera con la «descolonización de nuestra raza».

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