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Las pruebas de ADN son, desde su descubrimiento, un pilar fundamental en las investigaciones policiales. AFP
La prueba que está dejando en la calle a cientos de acusados

La prueba que está dejando en la calle a cientos de acusados

En los últimos años, decenas de personas han terminado absueltas tras certificarse que la evidencia de la prueba había sido engañosa. Su infalibilidad ya no es lo que era

IRMA CUESTA

Martes, 28 de noviembre 2017, 00:03

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La vida del taxista británico David Butler se complicó un día de noviembre de hace siete años. Aquella mañana, varios policías se presentaron en su casa para comunicarle que había pruebas que lo relacionaban con la muerte de Anne Marie Foy, una prostituta de 46 años estrangulada en Liverpool cinco años antes.

Según le explicaron, la Policía científica había descubierto una coincidencia parcial de su ADN (en la base de datos tras un robo perpetrado en su vivienda hacía dos décadas) con el encontrado en las uñas y los botones del jersey de Foy. Aquello -y el hecho de que alguien hubiera visto un taxi cerca de la escena del crimen- llevó al fiscal a defender ante el jurado que la información de ADN «proporcionaba pruebas convincentes de que el acusado estaba en contacto con Anne Marie Foy en el momento inmediatamente anterior a su muerte», por más que el bueno de Butler se quedara afónico asegurando que jamás se había cruzado con aquella mujer.

Por suerte para David Butler, hubo un segundo análisis que demostró que las muestras de ADN de las uñas de Foy eran una mezcla compleja de perfiles con solo una coincidencia parcial ya que la mujer estaba usando un esmalte de uñas fosforito capaz de retener los restos de ADN durante mucho más tiempo. Vamos, que podía incluso haber llegado a ella a través de unas monedas que hubieran pasado por el desdichado taxista, que, tras ocho meses de prisión preventiva, recuperó la libertad. Su historia, reflejada por el periódico 'The Guardian', abre la puerta al debate y pone en tela de juicio la fiabilidad de una prueba que, hasta ahora, se consideraba incuestionable.

«Hay que ser muy cuidadoso. Hay veces que el ADN no sirve para nada»

Treinta y tres años después de que Sir Alec Jeffreys descubriera la huella de ADN cuando trabajaba en su laboratorio de la Universidad de Leicester, su hallazgo no solo ha ayudado a resolver cientos de casos complicados de inmigración y paternidad; también se ha convertido en una de las principales herramientas de la ciencia forense. Y, aunque cualquiera que haya visto un solo capítulo de CSI no sería capaz de imaginar una investigación policial sin que las pruebas de ADN jueguen un papel esencial, el propio Sir Alec asegura que «tienen su contexto». «El ADN no dice nada acerca de la culpabilidad o la inocencia, solo trata de establecer si la muestra A provenía de la persona B, o no. Puede hacerlo con exquisita precisión, pero depende del juez determinar la inocencia o culpabilidad en todas las pruebas, no solo en el ADN», afirma el científico.

También José Antonio Lorente, catedrático de Medicina Legal y Forense en la Universidad de Granada, investigador principal del Centro Pfizer y durante cuatro años profesor de la Unidad de Entrenamiento Internacional de la Academia del FBI, mantiene que la importancia del ADN es indiscutible porque se estudia en restos biológicos (sangre, semen, saliva, huesos, pelos), los cuales suelen estar relacionados con delitos de especial gravedad y que afectan a la integridad física de las personas o a aspectos de la libertad sexual. Eso sí, como buena parte de sus colegas, el profesor Lorente opina que no hay que exagerar. «A veces son la clave única que es capaz de poner nombre a un presunto delincuente, incluso después de que haya pasado mucho tiempo, como en los casos en que hay identificaciones en las bases de datos. Otras veces viene a confirmar sospechas previas o a corroborar lo que testigos u otras técnicas criminalísticas ya habían apuntado. Y hay ocasiones en que no sirve para nada, porque no podemos llegar a saber de quién era un pelo o una mancha de sangre. Aunque es verdad que la mayoría de las veces esta información no se pierde, sino que se queda almacenada en las bases de datos».

De mano a mano

Cuando uno se pregunta dónde está entonces el problema, el investigador explica algo sorprendente, incluso para un fan de CSI. «Las actuales tecnologías de análisis son tan potentes y sensibles que son capaces de detectar ADN de una persona en objetos que ni siquiera han sido tocados por esa persona, sino que han llegado indirectamente. Por eso hay que ser muy cuidadoso; es la llamada transferencia secundaria. Por ejemplo, yo le doy la mano a una persona en Granada y esa persona a su vez toca un objeto horas después en el aeropuerto de Barajas. Un análisis de ADN moderno es tan sensible que puede detectar mi ADN en un vaso en ese aeropuerto. Si ese vaso está relacionado con un delito, voy a tener un problema explicando qué hace ahí mi ADN».

Pero, ¿en qué consiste exactamente una prueba de ADN? El experto explica que se trata de algo muy parecido a mirar con una lupa potentísima un objeto. «Por eso hay que ser muy cuidadoso y no construir un caso entero a partir de una evidencia y luego intentar hacer que encajen las piezas, porque podemos cometer errores muy graves y la historia de países donde el ADN se usa con más frecuencia que en España (simplemente porque hay más población), como Reino Unido o Estados Unidos, está llena de graves errores. No solo hay que encontrar ADN, hay que ver el contexto en el que está y lo que ello significa»

No es la primera vez que esta herramienta de la ciencia forense se coloca en el punto de mira. Entre 2010 y 2016, 218 personas terminaron siendo absueltas en Gran Bretaña tras probarse que la evidencia de ADN había sido engañosa. Por si eso fuera poco, en 2015 el FBI publicó un informe que desinfló de un plumazo la incostestabilidad de los análisis de pelo e incluso de las huellas dactilares.

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