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Montaje. Todas las figuras que se instalan en ese trozo de desierto de Nevada desaparecerán al término del festival, mañana. R. C.
Así se 'vive' en la ciudad fantasma del desierto

Así se 'vive' en la ciudad fantasma del desierto

Más de 70.000 personas levantan una metrópoli efímera en Nevada para celebrar el Burning Man

SUSANA ZAMORA

Martes, 4 de septiembre 2018, 00:34

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De entrada no parece un gran plan estar comiendo polvo toda una semana en un sitio inhóspito, en mitad de la nada y donde las temperaturas diurnas alcanzan los 50 grados y se pasa un frío que pela por la noche. Donde no hay wifi, ni cobertura, ni existe el dinero. ¿Para qué? Nada se compra ni se vende, ni siquiera la comida, que si se acaba a mitad de la aventura hay que ir a buscarla a 197 kilómetros, a unas dos horas y media de viaje a lo largo y ancho de un tórrido desierto. Hay que planificar bien la lista de la compra, porque lo único que se vende en Black Rock City es hielo y café.

Allí, en mitad del desierto de Nevada, al oeste de EE UU, cada año por estas fechas se levanta una ciudad efímera, de la que no queda ni rastro siete días después. Es el Burning Man, la madre de todos los festivales, una especie de meca a la que peregrinan hippies, cada vez más millonarios de la élite tecnológica de Silicon Valley, gurús de la música electrónica internacional, alguna que otra 'celebrity' en busca de emociones fuertes y artistas, muchos artistas llegados de todo el mundo (también de España) a los que la organización beca para que den rienda suelta a su imaginación (con materiales que no contaminen el desierto; nada de plásticos) y para que pongan a prueba todo su ingenio con enormes creaciones que resistan tormentas de arena de 160 kilómetros por hora. Todo un reto para quien tiene que trasladar todo el montaje desde el otro lado del planeta.

Hasta 1990, solo los colonos del siglo XIX, que lo atravesaban para llegar a las minas de oro de California, y los mafiosos de los años 30, que depositaban allí los cadáveres de sus ajustes de cuentas, sabían dónde quedaba el desierto de Black Rock: más de 2.500 kilómetros cuadrados de tierra cuarteada. Pero, ¿qué tiene este sitio para atraer a tanta gente? Hay quien cree que hay que tener mucha curiosidad o estar un poco loco para pagar 500 euros y pasar calamidades. Sin embargo, quienes lo han vivido hablan de un sentimiento de libertad absoluta.

Durante esta semana, un espacio hostil se transforma en una ciudad de apariencia extraterrestre, con calles e improvisados edificios, que se ordenan en semicírculo en torno a un ídolo de madera, al que llaman 'El hombre' (The man). Él arderá el último día de la convivencia ante todos los asistentes, que se autodenominan 'burners' (quemadores). El diseño central de la edición de este año, que se celebra entre el 26 de agosto y mañana 4 de septiembre, se denomina 'Galaxia' y es un homenaje a lo desconocido, los planetas, las estrellas, los agujeros negros y la conexión de los seres vivos con estas entidades. Por eso, sus 20 armazones de madera convergen en una espiral que se eleva en un intento de establecer una conexión con el universo.

Un experimento social

Son más de 70.000 almas las que han acudido a esta especie de experimento social, sin normas, ni horarios, en donde las reglas las marca cada asistente. Pueden ser familias con niños hasta gente mayor. Solo importa tener la mente abierta y disfrutar del aquí y ahora. El 'carpe diem' se impone: hay música, poesía, concurso de eruptos, cursos de sadomaso y lecciones de física cuántica; también hay titiriteros, rastafaris, ravers pasados de pastillas de éxtasis y personas rebozadas en barro deambulando o que se desplazan en bicicleta o en artilugios de corte postapocalíptico de la saga Mad Max, como carrozas y barcos piratas con ruedas.

En el Burning Man tan posible es acabar participando en una orgía, como en una ceremonia para canalizar las energías negativas. Todo vale siempre que no se deje rastro de ello, cumpliendo así con uno de los diez mandamientos del movimiento. De las bacanales y masturbaciones colectivas solo debe quedar el recuerdo. No obstante, los organizadores han advertido este año a todos los asistentes, vía correo electrónico tras el movimiento #Metoo, que no todo vale y que las prácticas en el 'Orgy dome' (cúpula de orgías) están sometidas al previo consentimiento del otro.

El origen de este festival tan singular se remonta a 1986 cuando, coincidiendo con el solsticio de verano, el artista Larry Harvey y el carpintero Jerry James se reunieron con unos amigos en Baker Beach (San Francisco) y quemaron una estatua de 2,4 metros de altura, hecha de madera con forma de hombre. A aquella celebración de la Noche de San Juan a la americana acudieron 20 personas. Al año siguiente fueron 300 y en 1989, la policía de San Francisco los echó del lugar cuando superaron los 500. Hubo que pensar en una alternativa y John Law, compañero de Harvey y James en la Sociedad Cacofónica (grupo de pensadores anticapitalistas), sugirió el traslado de la fiesta al desierto de Nevada para que así las autoridades no les molestasen. Pero aquella utopía efímera de libertad y huida de la mercantilización ha degenerado con el tiempo y hoy son muchas las voces que protestan por las ofertas de agencias de viajes y la llegada masiva de gente VIP atraída por el anonimato, desde los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, hasta el creador de Facebook, Mark Zuckerberg o el cofundador de PayPal y Tesla, Elon Musk. También, artistas internacionales como Paris Hilton, Katy Perry y Cara Delevingne. Hasta se ha creado una 'reserva capitalista' dentro del Black Rock City en la que está permitido instalarse con todas las comodidades. Hay quien se pregunta cómo se puede seguir calificando de «contracultural» un evento que se anuncia en televisión. Otros se refieren a él, simplemente, como una Disneylandia hippie para ricos.

Lo cierto es que su espíritu ha calado hondo y el Burning Man ha abierto 'sucursales' por todo el mundo respetando los mismos principios de donación, autoexpresión y autosuficiencia radical. Ya se celebran en Israel, Australia, Sudáfrica, Austria y España, donde el movimiento se llama 'Nowhere'('en ningún lugar') y se levanta desde el año 2004 en Jubierre (Los Monegros, Aragón). Pero, aquí, por el momento, no hay millonarios a la vista.

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