La historia peculiar del taco: el elemento imprescindible en casa
Hoy en día es inconcebible poner un clavo, un tornillo o una escarpia sin recurrir al genial artilugio alumbrado por la inquieta mente de Fischer
antonio paniagua
Madrid
Sábado, 20 de julio 2019, 09:48
Aveces la sencillez es revolucionaria. El alemán Artur Fischer (1919-2016) tuvo la visión de idear un invento rudimentario sobre el que montó un emporio. ... En una tarde de verano de 1958 concibió el taco de plástico, un hallazgo que se hizo extraordinariamente popular en el mundo del bricolaje. Hoy en día es inconcebible poner un clavo, un tornillo o una escarpia sin recurrir al genial artilugio alumbrado por la inquieta mente de Fischer. La empresa que fundó y lleva su apellido es ahora un próspero negocio que vende por valor de 864 millones de euros anuales y que exporta el 75% de su producción a más de cien países. Su campo de actuación abarca desde la fabricación de componentes para automóviles, como salidas de ventilación y portavasos, a juguetes que aúnan lo educativo con lo tecnológico. ¿Qué más se le puede pedir a la compañía?
Los herederos de este mecánico que quería ser piloto de aviación no paran de innovar. Después de alumbrar el taco inteligente, el que se adapta a la superficie que se perfora y se une a ella de forma inextricable, ya sea ladrillo, yeso u hormigón, la firma explora nuevos nichos de mercado. Y parece que no está dispuesta a desaprovechar la oportunidad. La firma se dispone a afianzarse en España con la fijación de paneles solares.
Si una cosa cuelga, es que hay algo que la sujeta. Bajo esta premisa, la compañía alemana ha hecho del anclaje y la adherencia todo un arte. Sin renunciar a su producto estrella, la función del taco la desempeñan también pernos, tornillos, resinas, cartuchos de inyección, pegamentos y estructuras de todo tipo, que lo mismo aguantan un temblor sísmico como ofrecen resistencia al fuego. Ya no solo se trata de perforar un azulejo. La compañía, con 5.200 trabajadores en todo el mundo, ofrece soluciones innovadoras tanto para los aficionados a las chapuzas como a los especialistas en construir puentes, túneles o plantas generadoras de energía.
Durante un encuentro con la prensa celebrado en sus instalaciones de Tumlingen, cerca de Stuttgart, los directivos de la empresa subrayaron que el espíritu fundacional se mantiene vivo. Las plantillas de todos sus centros de producción registran veinte veces más patentes por empleado que la media en la economía alemana, una de las más innovadoras del mundo.
La producción en la fábrica de Tumlingen, en plena Selva Negra, no cesa. Cajas y cajas metálicas rebosan de tacos. El visitante queda sorprendido por un ritmo de trabajo trepidante gracias a la omnipresencia de robots, circunstancia que hace que los pocos trabajadores verifiquen los procesos sin necesidad de hacer el más mínimo esfuerzo físico. Sabedora de que el ciudadano es cada vez más inepto en las habilidades manuales inherentes al mantenimiento del hogar, la compañía pretende que el consumidor tenga que utilizar las menos herramientas posibles. No en balde, uno de sus productos más demandados en las tiendas es un pequeño gancho que soporta hasta ocho kilos de peso y que se coloca con solo presionar el pulgar sobre él. El responsable de Ficher Ibérica, José Luis Massana, se encargó de reclutar al inventor, un alpinista que aplicó el mecanismo de funcionamiento de los crampones al campo del bricolaje.
Carácter familiar
Pese a la ingente producción de Fischer, que vende 15,5 millones de artículos de fijación cada día, la compañía se define como «una empresa mediana y familiar». Son este tipo de sociedades las que más logran influir como grupo de presión sobre las decisiones que toma a diario la canciller alemana Angela Merkel. Esa naturaleza familiar no le impide tener una fuerte vocación internacional. Sus plantas están afincadas en Argentina, Brasil, China, Alemania, Italia, República Checa y Estados Unidos.
EN CIFRAS
5.200
trabajadores conforman la plantilla del gigante alemán; un centenar de ellos pertenecen a la filial española Fischer Ibérica, situada en Mont-roig del Camp (Tarragona). Su facturación por ventas en 2018 alcanzó los 864 millones de euros, lo que supone un 7% más que en el ejercicio anterior.
No obstante, la de Fischer es una dedicación un tanto ingrata, porque casi siempre pasa desapercibida. Desde un falso techo a un sistema de ventilación, desde la barandilla de un balcón al revestimiento de la fachada de un edificio, desde el mobiliario urbano a la placa fotovoltaica, todo debe estar bien adosado y sujeto. Ahí radica la rentabilidad de un negocio que va mucho más allá de la clavija y el taco. «Las posibilidades son prácticamente ilimitadas», asegura Massana.
En España, por ejemplo, sus anclajes se han utilizado en la construcción de edificios como la Domus, en La Coruña; el Canalejas de Madrid; la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas; el hotel Princesa de Barcelona y la estación del AVE en La Sagrera, en la misma ciudad. En Mont-roig del Camp (Tarragona), el grupo dispone de un centro logístico y de comercialización que da trabajo a un centenar de personas y consigue una facturación de 30 millones de euros.
Klaus Fischer, el hijo del pionero, fue quien apostó por diversificar las actividades cuando tomó las riendas de la empresa, a principios de los años ochenta. Primero comenzó con la rama para la fabricación de componentes para la industria automovilística, luego emprendió el negocio de los juguetes tecnológicos, hasta llegar después a servicios de consultoría y producción de sistemas electrónicos.
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