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Primitiva, de 82 años, la hermana del cura, ya jubilado, de la Riba de Escalote, sentada en un banco de la casa parroquial. VIRGINIA CARRASCO
El pueblo de España en el que hace 4 décadas que no nace nadie: su media es de 77 años

El pueblo de España en el que hace 4 décadas que no nace nadie: su media es de 77 años

La Riba de Escalote (Soria) es el pueblo más envejecido de España. Sus seis vecinos tienen una media de 77 años y hace 40 que no nace nadie. «Estamos bien atendidos, todos los martes pasa el médico», dice Modesto

ANTONIO PANIAGUA

Martes, 26 de junio 2018, 01:10

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Aquí la sole dad se muda en desolación. En la Riba de Escalote (Soria) hay más gatos que vecinos. Sus seis paisanos habituales, con una edad media de 77 años, moran en el pueblo más longevo de España, como certifica el Instituto Nacional de Estadística (INE). Hace más de 40 años que aquí no nace nadie. Una o dos veces por semana se acercan a este lugar cuajado de silencio el médico, el farmacéutico, el panadero, el frutero y el de los congelados. La única que se asoma todos los días es la cartera para repartir la escasa correspondencia y un único periódico. La llegada de estos foráneos es una de las pocas distracciones de los ribenses, más allá de ver la televisión, pasear por los alrededores y trastear en el huerto. La población española envejece sin tregua y la Riba de Escalote es la mejor demostración. «Los inviernos son muy duros. Aquí de siempre ha hecho mucho frío. Yo me distraigo a mi manera. Mi hijo tiene quince ovejas, le acompaño y así paso el rato», dice Modesto García Pascual, de 88 años.

Pese a que en enero pasado el termómetro descendió hasta los 17 grados bajo cero, la mínima más heladora de toda España, a Modesto le parece que la gente exagera y que otros pueblos vecinos, como Arenillas y Rello, son más destemplados. Es el primer viernes del verano, luce el sol, gorjean los pájaros y un perro cojo de color tabaco renquea por las despobladas calles.

Según el Movimiento Natural de Población, recientemente publicado y que elabora el INE, el número de defunciones en España creció en 2017 hasta los 423.643, la cifra más elevada desde 1941. Lo peor es el que el vacío dejado por los muertos no se cubre. Los nacimientos cayeron el año pasado un 4,5% y se limitaron a 391.939. Todo lo cual evidencia que las muertes superaron en más de 31.000 a los alumbramientos.

A orillas del Escalote, un río del que han desertado los cangrejos que antes abundaban por estos lares y donde dice la leyenda que paró a beber el Cid Campeador durante su destierro, se encuentra este pueblo del que han huido los jóvenes. «Se fueron a Madrid, Zaragoza, Soria, Barcelona y otros sitios», argumenta Román Mejías, quien en este momento hace labores de albañil alicatando de azulejos el cuarto de baño. Él también tuvo que emprender el camino del éxodo rural desde un pueblo de Toledo y recaló en Madrid, donde trabajó como conductor de la Empresa Municipal de Transporte. Ahora, ya jubilado, viene a la Riba gustoso porque su mujer, Emilia Palero, es de aquí. «En la Riba no hay trabajo. Si acaso algunos, cuatro o cinco que tienen tractores, trabajan el cereal y el girasol. Pero aunque vea esto tan solitario, en las fiestas de San Hipólito, el 13 de agosto, podemos juntarnos 200 personas».

Soria es la provincia española con menor densidad de población. Registra 8,9 habitantes por kilómetro cuadrado, lo que la hace acreedora del título de la Laponia del sur. Sólo hay otras dos regiones en Europa donde la población por superficie es inferior: el norte de Suecia y la zona ártica de Finlandia. En 1910, la provincia de Soria que inspiró a Antonio Machado tenía 162.000 habitantes. En la actualidad apenas reúne 88.000.

Los ribenses están hartos de aparecer en la prensa como una caterva de ancianos toscos y desaliñados que pueblan un solar sumido en un coma profundo. Después de mucho insistir, Modesto se aviene a hablar. «Antes teníamos de todo, había dos colegios, uno de chicos y otro de chicas. Estamos bien atendidos porque todos los martes pasa el médico. La vida ha sido muy dura para mí. Tuve dos hijos, uno se me murió de cáncer con 54 años y mi mujer se fue hace uno, después de tenerla en una residencia», asegura Modesto.

Cartas a diario

Más huraño se muestra Teodoro, quien solo rompe su silencio para acordarse del último niño alumbrado en la Riba. «Yo creo que el último nacimiento fue la chica de la Guadalupe, que ya es madre y tiene una cría de siete años». Modesto y su amigo Teodoro se aferran al bastón, conversan de nimiedades, de si el río baja más caudaloso que hace un año y cosa así. Conversan sentados en un banco a la sombra y luego migran a otro donde hay más frescor. Modesto reprocha a su vecino que se niegue a recoger la correspondencia todavía dirigida a su hijo, quien hace tiempo probó fortuna en parajes más industriosos. «Que se la manden a su casa», amonesta a la cartera.

Si se sube a una loma se puede divisar la estampa del pueblo, casas anaranjadas de roca arenisca que se yerguen entre montículos en mitad de una breve hondonada. De vez en cuando, desperdigadas, aparece un montón de piedras al lado de muros derruidos. Pese a los cascotes, la verdad es que en los últimos años algunas viviendas han sido rehabilitadas por jubilados que vuelven en verano al terruño. Las dotan de baño y las retejan. «En julio y agosto da gusto estar aquí. Incluso tienes que dormir con una mantita fina», dice Emilia Palero, mujer de Román, quien a los 18 años abandonó el pueblo para estudiar secretariado.

La única persona de mediana edad que vive en la Riba es Cecilio Beato Molina, de 58 años, hijo de Teodoro. Si no fuera por él la edad media ascendería a cifras propias de octogenarios. El alcalde, Jesús García Yubero, pasa todos los días a ver a su padre Modesto, pero su residencia se afinca en Berlanga de Duero, a 18 kilómetros. En esta ocasión no ha podido acompañar a los visitantes porque se encuentra sembrando pipas. Eso sí, se queja de que la aldea dispone de una deficiente cobertura de telefonía móvil.

La hermana del cura

Primitiva García, de 82 años, se presenta como la hermana del cura, del cura antiguo, el padre Ángel, quien con 85 años ya está retirado. Le sustituye un colega que oficia misa todos los domingos. Los dos hermanos ocupan la casa parroquial, adosada a la iglesia de San Miguel, desde hace casi medio siglo. Provienen de Carrascosa de Abajo, de una familia muy religiosa. «Éramos cinco hermanos, uno de ellos es guardia civil y ahora va con andador. Yo quería ser monja, pero me quedé soltera para cuidar a mis hermanos. La soledad y el silencio es lo que más nos gusta. No tenemos televisor. Rezamos el rosario y ya está», informa Primitiva, cuyo entretenimiento es pasear y cuidar de las gallinas que guarda en un corral cercano. Mujer piadosa, no se acerca al bar, que sólo abre en verano, ni siquiera para charlar con los vecinos. «Si nos ocurriera algo tendríamos que irnos a la residencia de los curas, dice esta mujer risueña, enjuta y amable, aún ataviada con ropas de invierno. «Ahora estoy preparando unas alubias con habas y cosas del huerto», otras de sus distracciones.

Tierras tristes y huérfanas las de la Riba de Escalote, donde las voces son ausencias. Las zarzas se pegan a las paredes de las casas abandonadas. El óxido y la herrumbre se adueñan de la memoria de las gentes y colonizan enseres hundidos en el desamparo. Pocos lo dicen abiertamente, pero todos lo piensan. Una vez que mueran, Riba desaparecerá. Sólo once de los 183 municipios de Soria poseen más de un millar de habitantes. Y eso que ese censo esmirriado suele estar hinchado. Primitiva se despide: «No creo que ya nos veamos otra vez. Si lo hacemos será en la vida eterna», sentencia.

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