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1983. Ronald Reagan y su esposa decoran el pino en el ala privada de la Casa Blanca. Nancy aprovechó sus ocho navidades como primera dama para hacer campaña contra las drogas, en la que siempre tuvo como aliado a Mr. T, de la serie televisiva 'El equipo A'.
Por sus abetos las conoceréis

Por sus abetos las conoceréis

La Navidad es un asunto de Estado para las primeras damas de EE UU. La Casa Blanca nunca oficia tantas recepciones como en este mes. Viajamos por sus estilismos

ICÍAR OCHOA DE OLANO

Lunes, 17 de diciembre 2018, 00:56

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Preparar la residencia más famosa del mundo para el trajín de fiestas, recepciones y visitas que se precipitan durante este mes navideño requiere de un auténtico zafarrancho de operarios. Para que la Casa Blanca brille más que nunca por estas fechas se necesitan los brazos de, atención, cuatrocientos miembros del personal de plantilla, voluntarios aparte. Ellos se encargan de decorar las salas públicas del número 1600 de la Avenida Pennsylvania de Washington a base de un bosque de abetos de distintos tamaños y con diferentes motivos, kilómetros de lucecitas y guirnaldas a discreción, todo bajo la dirección técnica de la primera dama de turno. Ella es la que se encarga personalmente del estilismo de las pascuas mientras su esposo pilota el mundo.

Es así desde que Lou Henry Hoover, la mujer del mandatario que tuvo que lidiar con la Gran Depresión, estableció la costumbre de instalar un árbol 'oficial' en la Casa Blanca. Desde esa Navidad de 1929, todas sus sucesoras encargan uno y lo instalan en la llamada Habitación Azul, un elegante espacio ovalado del nido presidencial. Allí, 32 años después, Jacqueline Kennedy inauguraba otra tradición, la de conferir una temática a la ornamentación del pino. Ella eligió para su debut, en 1961, a los personajes del ballet de 'Cascanueces', temática que casi tres décadas más tardes, en 1990, se repetía de la mano de Barbara Bush, seducida igualmente por el cuento de hadas con tutú y música de Chaikovski.

En medio, las demás consortes presidenciales se emplearon también a fondo. Cada una, eso sí, a su manera. Como la hiperactiva Betty Ford, quien en 1975, apenas un año después de someterse a una mastectomía a causa de un cáncer de pecho, comparecía sonriente y voluntariosa, embutida en un delantal largo hasta los pies, dispuesta a colocar algunos de los 3.000 ornamentos que un centenar de voluntarios elaboraron para aquel abeto. O Rosalynn Carter, tan fascinada por la época victoriana y las inquietantes muñecas de porcelana, que les dedicó el pino de las navidades de 1978 y una secuela antes de emprender la mudanza de la mansión cuando su marido chocó de bruces contra los electores de un tal Ronald Reagan.

Un flechazo y mandarina

Con la llegada del exactor de cine al Despacho Oval, arribaba también otro estilo de hacer Navidad en la Casa Blanca. Durante las ocho Nochebuenas que pasó allí Nancy Reagan, siempre entrelazó el espumillón con su férreo compromiso para prevenir el consumo de drogas entre los jóvenes. Así, en la de 1983, cuando se enteró de que compartía esa misma inquietud con Mr. T., el hombre fuerte de 'El equipo A', la serie televisiva entonces de moda, le invitó de inmediato a una de las recepciones. El actor, Laurence Tureaud, se puso para la ocasión un traje de Santa Claus sin mangas, decenas de cadenas de oro al cuello y un par de viejas botas de trabajo, con las que dejó a la primera dama absolutamente cautivada. Tanto es así que, en un momento dado, se sentó sobre sus rodillas y le besó tiernamente la cabeza, dejando para la posteridad una de las imágenes más extraordinarias de la Navidad presidencial en Washington.

Aquel encuentro tuvo bastante de flechazo platónico. Tanto es así que cuando Ronald dejó de ser presidente, el señor T continuó uniendo fuerzas con Nancy en la campaña 'Just Say No' ('simplemente di no') contra el consumo de estupefacientes. «Trabajar con ella fue lo más destacado de mi carrera», dijo Tureaud de la exprimera dama tras su fallecimiento, ocurrido hace apenas dos años.

Un hipotético premio a la innovación navideña se lo llevaría, sin duda, Laura Bush, quien en los coletazos de 2005 se puso mediterránea y se plantó ante los medios con un desconcertante pino hecho a base de hojas de limonero y mandarinas. Pero ni por esas cosecharía tanta expectación y tantas fotos como en la era Michelle, cuyos pinos siempre sirvieron para reflejar el glamour de la Administración Obama y, de paso, recordar a los soldados norteamericanos desplazados en conflictos bélicos. Su sucesora no escatima en abetos -los encarga incluso de color rojo sangre- y perifollos. La magia, para Melania Trump, está en el maximalismo.

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