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Los compañeros de Samuel empujan su silla en el documental 'Camino a la escuela'.
La adversidad como maestra

La adversidad como maestra

No es necesario pasar hambre o vivir la guerra para aprender el valor del esfuerzo.«Muchos padres creen que todo se soluciona con dinero»

PPLL

Lunes, 29 de mayo 2017, 03:19

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El caso de la 'caperucita' siberiana, que con 4 años cruzó un bosque helado en medio de la noche para ayudar a su abuela, o el de Nujeen Mustafá, la adolescente siria discapacitada que atravesó media Europa en silla de ruedas huyendo del horror de su país, nos hacen preguntarnos, en nuestros cómodos sillones de Occidente, si la pobreza y la guerra son necesarias para educar hijos fuertes, resistentes a las adversidades, capaces de enfrentarse a los obstáculos del mundo con una determinación que jamás tendrán nuestros hijos. «No -zanja al instante el pedagogo Gregorio Luri-. La pobreza no tiene ningún glamour».

«La infancia es un concepto culturalmente muy nuevo», recuerda Luri. La idea de que los cachorros humanos deben vivir entre algodones, protegidos de la realidad en una burbuja de fantasía, es de anteayer. En la España de hace unas décadas los críos tenían que ayudar a sostener a sus familias desde que eran capaces de hacerlo. Hoy sigue siendo así en la mayor parte del mundo y, si esos niños tienen la suerte de estudiar, son conscientes de que esforzarse en la escuela es su mejor vía de escape del entorno hostil en el que les ha tocado vivir.

'Camino a la escuela'

  • El documental 'Camino a la escuela', de Pascal Plisson, muestra a cuatro niños a los que sus padres no conducen en todoterreno al colegio ni les llevan la mochila hasta la puerta. Jackson (Kenia) recorre 15 kilómetros, dos veces al día, a través de la sabana. Samuel (India) hace 4 en su silla de ruedas, ayudado por sus compañeros. Carlitos (Argentina) cabalga 18 kilómetros por la Patagonia cada mañana. Y Zahira (Marruecos) camina cada semana 22 para trasladarse al internado donde estudia.

Competencia global

Luri subraya que nuestros hijos tendrán que competir en un mundo global con los jóvenes de culturas donde no se pasa de curso sin aprobar, que confían en el trabajo duro como medio de ascenso social. «El fenómeno de las madres tigre asiáticas es muy interesante. Nos sentimos moralmente superiores, pero muchos de nuestros hijos tendrán que presentar el currículum a un señor oriental que los seleccionará por lo que saben hacer, y no por su capacidad para abrazar árboles», recuerda.

«La infancia es un concepto flexible y uno es niño mientras le dejan serlo. Enfrentarse a las dificultades les hace madurar», reflexiona María García Amilburu, experta en Antropología de la Educación. A cada edad le corresponden unos retos y los riesgos deben ser controlados. «No puedo mandar a un adolescente a que espabile a Siria, pero sí unos meses a Inglaterra -añade-. En los países ricos muchos padres creen que todo se soluciona con dinero. Pero en la vida hay muchas cosas que no se arreglan así. Y el dinero puede faltar algún día».

Por otro lado, la sobreprotección es más sencilla cuando abundan los medios, pero no es exclusiva de las clases medias y altas: los casos de agresiones a maestros que 'le tienen manía al niño' y las trifulcas entre madres en los grupos de 'whatsapp' se dan en todos los estratos sociales. Y no es raro ver a chicos de familias humildes luciendo el último 'gadget' tecnológico o llevando como merienda al cole chucherías mucho más caras que un bocadillo o una manzana.

Gregorio Luri va más allá: los padres de alto nivel educativo dedican mucho más tiempo a la formación intelectual de sus hijos a través de libros, actividades culturales, espectáculos, museos, clases extraescolares y viajes. «Esa formación es esencial -subraya-. Pero también lo es que puedan hacer sus trastadas sin la supervisión de un adulto. Un niño que no ha tenido la oportunidad de romperse un brazo no ha tenido infancia».

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