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Imagen de Charles Clifford en la que se ve a unos obreros trabajando en el sifón de Guadalix.
El canal que atravesó tres siglos

El canal que atravesó tres siglos

En 1858 culminó la obra que llevó agua a Madrid. 1.500 presos carlistas levantaron aquel colosal proyecto de la reina Isabel II, hoy en el centro de la corrupción política

ANTONIO PANIAGUA

Viernes, 28 de abril 2017, 01:00

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Hubo un tiempo en que por las tuberías del Canal de Isabel II las aguas no bajaban turbias. Mentar a la empresa suministradora del agua en Madrid remite en el imaginario colectivo al lodazal de la corrupción. En el siglo XIX, esta gran obra de ingeniería civil trajo como consecuencia no la mejora de la moral pública, pero sí de la higiene doméstica. Por aquellos años los madrileños eran dados a enredarse con la porquería. Los viajeros del XIX que visitaban la capital se percataron de que las mujeres ya vestían como las parisinas, pero con su costumbre de ataviarse con trajes demasiados largos iban «barriendo el sucísimo pavimento». Hace casi dos siglos el Canal saneó el abastecimiento de agua. Lo malo es que ahora la podredumbre hace que aquella iniciativa ejemplar del urbanismo despida un olor insoportable.

A mediados del siglo XIX, Madrid tenía dos grandes problemas: la escasez de espacio para construir nuevas viviendas y el insuficiente abastecimiento de agua para el consumo de sus habitantes durante el verano. El pueblo saciaba su sed con las aguas subterráneas que surtían las fuentes públicas por medio de minas, pozos y galerías. Era el mismo sistema, de raíz oriental, que funcionaba en Marrakech y Teherán. En las familias de posibles, los aguadores trasladaban el líquido elemento en cubos a las casas. En las familias con magros ingresos eran las mujeres las que iban con el cántaro a la fuente.

Isabel II se propuso aplacar la sed secular de Madrid y el ministro Bravo Murillo se arremangó para ordenar la construcción de un canal moderno. En 1851 se aprobó el proyecto y siete años después se culminó la obra. Para ello se construyó la presa del Pontón de la Oliva, hoy ya fuera de servicio, y décadas después la de El Villar. Ambas embalsaron el agua del río Lozoya. Como sistema de comunicación entre la obra y Madrid se emplearon palomas mensajeras. Según el historiador y crítico de arte Antonio Bonet Correa, los ingenieros hicieron posible que Madrid contase con «el más adelantado sistema de abastecimiento de agua de Europa». Para ejecutar el proyecto se recurrió a 1.500 presidiarios, en su mayoría carlistas; 200 obreros libres; 400 bestias de carga, cuatro bombas de vapor y un sinnúmero de carros y carretillas. Hubo que picar toneladas de piedras, asentar gigantescos sillares, perforar los aliviaderos y horadar la roca para construir el primer gran dique de Madrid. Para acometer la infraestructura se hizo una suscripción pública. Isabel II aportó cuatro millones de reales, el Gobierno puso dos millones más y el Ayuntamiento dieciséis.

Un fotógrafo inglés

Para mayor gloria de Isabel II, la Corona contrató al fotógrafo inglés Charles Clifford, quien cumplió a la perfección su papel de propagandista. En sus reportajes manipulaba las placas y obligaba a los obreros a formar como si actuaran en un escenario. «La escala monumental de las construcciones y las estudiadas poses de las figuras humanas, al igual que la descarnada y áspera belleza del paisaje de la Sierra, antes desierta, hacen que estas fotografías de Clifford resulten fascinantes, sobrepasando el mero interés documental», escribe Bonet.

El empeño estuvo sembrado de dificultades. En medio de los trabajos faraónicos hubo una epidemia de cólera que infundió el pánico entre los trabajadores, una insurrección popular, 'la Vicalvarada', y filtraciones de agua cerca de la presa del Pontón de la Oliva que obligaron a reforzar la obra y dispararon el presupuesto. Por primera vez los ingenieros españoles usaron el hierro, el cristal y el hormigón como nuevos materiales de construcción.

El Canal sirvió para ensanchar la ciudad y así acabar con el hacinamiento del casco urbano. De paso hizo posible que los nobles se dotaran de un nuevo lujo: abrir el grifo y disponer de agua corriente.

Con los años, el sistema se fue pertrechando de nuevas presas, depósitos y depuradoras. A finales del siglo XIX y principios del XX, gracias a la mayor abundancia de agua en los pisos, se produjo una nueva revolución. Antes que el cinematógrafo, el metro y el automóvil, irrumpieron inventos nunca vistos, como los inodoros de cerámica y los cuartos de baños.

Casi 170 años después, el Canal de Isabel II es una empresa pública con casi mil millones de euros de presupuesto anual. Quizás eso explica la avidez de algunos por saquearla. El expresidente de la Comunidad de Madrid y de la propia empresa, Ignacio González, ahora en la cárcel, fue ejemplarmente clarividente cuando advirtió que él no ponía la mano en el fuego ni por sí mismo.

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