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Dos vecinos de Pinilla del Olmo, un pueblo de Soria condenado por la emigración.
Descubriendo la España moribunda

Descubriendo la España moribunda

Recorremos la ‘zona cero’ de la Serranía Celtibérica, la ‘Laponia del sur’, donde hay comarcas con apenas tres habitantes por kilómetro cuadrado. «Los conozco a todos y cada vez son menos», dice una cartera de Teruel

fernando miñana

Lunes, 30 de enero 2017, 01:41

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El suelo cruje bajo los pies. Ya hace días que no nieva y el manto blanco se ha convertido en una placa de hielo que, al chafarla, se resquebraja como un cristal y rasga el silencio, un silencio denso que empapa las calles de Cabra de Mora, un coqueto pueblito del sur de Teruel donde solo viven cuarenta personas. Tal vez menos. Es un silencio que se oye, que te atrapa y te recuerda cuánto hace que no lo sientes, que te enseña que no sabes qué es realmente el silencio, el verdadero silencio. Allí parece que no haya nadie que merodee por las empinadas calles entre casas de imponentes muros de piedra. Solo algún gato irrumpe en ese paisaje extraño. Hasta que, tras una esquina, aparece Leonor, una mujer de unos 70 años que sujeta en una mano la cartera y la aguja encapsulada de una jeringuilla.

«Urge pasar de las palabras a la acción»

  • Despoblación

  • El presidente de la comisión de Despoblación de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) ha reclamado «la aplicación de urgentes políticas de Estado» ante el severo retroceso demográfico en las zonas rurales y que ha llegado un momento «en el que urge pasar de las palabras a la acción».

  • 4.995 localidades españolas están en «riesgo de extinción» según la Federación Española de Municipios y Provincias. Son las que, de un total de 8.125 municipios, subsisten con menos de mil habitantes.

  • Con menos de500 vecinos

  • El informe sobre Población y despoblación en España 2016 añade que 2.652 localidades tienen censos de menos de 500 habitantes, de las que 1.286 ni siquiera pasan de los 100.

  • Teruel está repletade pequeñas aldeas

  • La provincia tiene 84 municipios (algo menos de la mitad) con una población inferior a los cien habitantes. Solo 18 con más de mil y únicamente dos (Teruel y Alcañiz) con más de 10.000. Unos 110 municipios están en su mínimo histórico.

  • 3,37

  • habitantes por kilómetro cuadrado es el rotundo dato demográfico de la zona cero de la despoblación, las comarcas turolenses de Gúdar-Javalambre y el Maestrazgo, que concentran el 7,44% de la superficie de Aragón pero solo el 0,96% de su población.

  • «Se sienten como ciudadanos de segunda»

  • Sergio del Molino es el autor de La España vacía, un ensayo convertido en éxito de ventas donde profundiza en algunos de los iconos rurales de la España profunda. El escritor constata un choque cultural. «No están abandonados por el Estado pero se sienten como ciudadanos de segunda. Es muy complicado reactivar un tejido económico que se destruyó hace mucho». Del Molino sugiere como ejemplo el modelo de las Highlands escocesas, donde expertos en desarrollo rural establecieron un plan a 20 o 30 años vista tras reunirse con la gente que vive en los pueblecitos.

Leonor parece agradecer la charla y se detiene en la zona de la calle donde da el sol. El día es radiante y atempera los 4 grados que hace en este pueblo metido en una olla orográfica, hundido entre rocas, pinos y encinas entre los que se camuflan las cabras montesas y los jabalíes que todo lo escarban y todo lo mordisquean. «A mí me encanta vivir así, aunque quizá se eche en falta alguien más con quien conversar», explica, voz afable, ritmo pausado, esta mujer que no ha conocido otro hogar que Cabra de Mora, uno de los pueblos que cada año están más vacíos, más huecos, donde ya solo quedan unas pocas docenas de almas. Pueblos sin niños. Sin futuro.

Es la zona cero de una enorme franja de tierra que ya se conoce en España como la Laponia del sur porque su densidad (7,72 habitantes por kilómetro cuadrado) solo es superior en toda Europa a la de la Laponia auténtica (1,97 habitantes). Su perímetro encierra un espacio inmenso, 65.825 kilómetros cuadrados el doble que Bélgica o Cataluña y el triple que Eslovenia, donde solo viven 487.417 personas, según Serranía Celtíbérica, la asociación que recoge otra denominación de este territorio moribundo. Desde Burgos hasta Valencia. Cinco comunidades autónomas Castilla y León, La Rioja, Castilla La Mancha, Aragón y la Comunidad Valenciana, diez provincias y 1.632 municipios. Su densidad de población es como si vivieran 16 personas en todo Mónaco o cuatro en la Ciudad del Vaticano.

Son aldeas pequeñas con iglesias grandes. Templos sin casi feligreses y un cura a compartir. El campanario no perdona una hora en punto. Ni las medias. Todo mecanizado, pues ya no tiene quien tire de la cuerda. «Somos muy pocos. Este año han muerto dos y niños no quedan», se lamenta Leonor tras sus gafas tornasoladas. Bien vestida, bien peinada. Como si fuera a pasear por la Gran Vía. Faltaría más. No le gusta pensar en el futuro. En el de su pueblo y el de tantos y tantos otros que salpican este páramo enorme abocado a la nada. «No sé lo que pasará dentro de unos años», piensa en voz alta a la vez que eleva los hombros. Mientras sigue su vida sencilla. Su vida. Y de vez en cuando, algún fin de semana esporádico, los hijos traen la alegría y el bullicio desde Zaragoza.

Un portazo anuncia la aparición de Ricardo, un anciano dicharachero que en abril cumplirá 81 años. «Si la vista me funcionara como las piernas», presume mientras lanza un puntapié al aire para exhibir su agilidad apoyado en un sencillo bastón. No tarda en desvelar el secreto: «Trabajar, trabajar y trabajar. Es lo que he hecho toda la vida». Agricultura y ganadería. Aunque ya a pequeña escala. Para él y su mujer. Juntos se dan compañía en este lugar frío y áspero con un paisaje hermoso. Y juntos recibieron el año. Se tomaron las uvas en pijama y bajo las mantas, en la cama. Al duodécimo dong se abrazaron, se dieron media vuelta y a dormir.

Ricardo añora los años de juventud, cuando eran «cerca de trescientos» y del río salían truchas, barbos y de todo, cuando la escopeta llevaba a casa alguna perdiz. «Ahora solo hay cabra y jabalí», explica, sin prisa ni excesivo abrigo: por arriba, una camisa de franela, una rebeca y una chaqueta de piel, por abajo unos pantalones de pana y unas botas de montaña. La cabeza bien cubierta con una vieja gorra y, encima, un gorro de lana. Las manos callosas, curtidas en el campo, no necesitan más que unos guantes raídos que conocieron tiempos mejores.

Ocho décadas a merced del frío o el abandono no han creado resentimiento alguno. No ve la necesidad de juzgar a los que dejaron el pueblo atrás en busca de una vida más cómoda. No juzga. «Yo he trabajado mucho y mis hijos van a vivir mejor que yo. No sé si me arrepiento de haberme quedado. Una vez has hecho las cosas, de qué sirve lamentarse...». Y, encima, cada año los inviernos son más suaves. «Ya hacía años que no caía una nevada como la de la semana pasada», informa entre los trozos de nieve que resisten en su calle, la calle Larga. Luego habla del panorama sombrío que aguarda a los pueblos desamparados como el suyo, donde, sin ir más lejos, tardaron días en despejar las carreteras blancas. «Los últimos bautizos fueron los de mis nietos, hace tres y cuatro años, y no viven aquí. Sin gente joven nada se puede hacer». Lo suelta y se marcha, bamboleante, hacia las afueras del pueblo, donde le esperan unas pocas ovejas. A mediodía volverá a casa y comerá el guiso caliente que ha preparado su mujer. Por la tarde, la partida de cartas al guiñote. Y cuando el sol se esconda llegará el momento de recogerse en casa mientras el pueblo, poco a poco, campanada a campanada, se va quedando en silencio. Un silencio que se extiende por kilómetros a la redonda.

La tercera España

Es el sur de Teruel, las comarcas de Gúdar-Javalambre y del Maestrazgo. Doce mil habitantes en más de 3.500 kilómetros cuadrados. El 7,44% de la superficie de Aragón y solo el 0,96% de su población. Una muestra de ese agujero negro de la España olvidada. «Es una extensión enorme que, si formara una comunidad autónoma, sería la tercera más grande. Siempre nos venden que hay dos Españas, cuando hay una tercera, que es la extremadamente rural y montañosa, donde viven muy pocas personas y es invisible ynadie la escucha», explica Paco Cerdà, un periodista valenciano que acaba de publicar Los últimos. Voces de la Laponia española, el libro que refleja su recorrido por este territorio atípico dando voz a los lugareños.

La demotanasia, como también se conoce este fenómeno de despoblamiento, muerde las provincias de Burgos, Soria, Segovia, La Rioja, Zaragoza, Guadalajara, Cuenca, Teruel, Castellón y Valencia. Allí todo languidece, con el mayor índice de envejecimiento de la Unión Europea y la tasa de natalidad más baja. El 76% de las localidades son remotas, están a más de 45 minutos de la ciudad más cercana. Y en el 40% los vecinos tienen más de 50 años de media. Allí cada vez vive menos gente y la prueba es que ni siquiera resiste la ganadería. Solo la ovina ha perdido un millón de cabezas en Aragón en la última década. Teruel es la zona cero. De los más de 200 municipios, 84 no llegan a los cien habitantes, solo 18 superan los mil y solo dos (Teruel y Alcañiz), los 10.000. Más de la mitad, 110, está en su mínimo histórico.

De Cabra de Mora, ya por encima de la cota de los mil metros, a El Castellar se suben 200 metros por siete kilómetros de buena y solitaria carretera. Ni un alma. A pesar del ascenso, la temperatura es más suave, 7 grados, ya fuera de aquella nevera natural. En la plaza, alrededor de un ciprés que sustituyó a un olmo viejo y marchito, todo parece cobrar vida de repente. En un momento aparecen el pescadero y la cartera y los vecinos, que ya saben la hora aproximada a la que llegarán. Gente como Agustín, dueño de dos pescaderías, o María José, de Correos, hacen cada día una ruta por los pueblos para darles servicio. Como el panadero o el médico.

O como la chica que regenta el bar de Cabra de Mora. Arancha, una vecina de Torrent en el cinturón de Valencia que tiró para el monte al descubrir el empleo en el verano de 2012. Es su quinto invierno preñado de rutina. «Esto, más que un negocio, es un servicio. La gente puede venir y, aunque esté cerrado, llamar al timbre. Yo siempre les abriré, aunque esté a mitad de la comida». Arancha trata de relativizar su realidad. «Unos amigos me dicen que estoy loca y otros que soy una valiente. Yo, que una mezcla de las dos cosas, pero aquí estoy bien, me han recibido con cariño, y peor están los que han tenido que irse de España».

Agustín, el pescadero, no espera a que le pidan. Ya sabe de memoria lo que quiere cada vecino, nada de espinas, y les llama por su nombre. Como a Argimiro, que enseña una dentadura perfecta cuando sonríe. Tiene 85 años y 18 de ellos los pasó como alcalde de El Castellar. A su espalda, a la entrada del Ayuntamiento, un panel muestra tres huellas de dinosaurio, un rastro prehistórico que atrae algo de dinero al pueblo. Modesto turismo de fin de semana. Que no todo es soledad. Y luego llega mayo con las fiestas del pueblo y el toro en la plaza, y el jolgorio del verano, con los visitantes y los familiares que regresan para ver a los mayores. Dinero que se mueve. Aunque nada como Cedrillas, a unos pocos kilómetros. «Allí sí que hay dinero: cuatro oficinas bancarias para 500 personas».

No todos huyen. Spencer y Marina, una pareja de jubilados ingleses, ya hace tiempo que cambiaron el estrés de Londres por la paz de Cabra de Mora. Se quedaron un molino rehabilitado con 400 años de historia junto al arroyo, a siete kilómetros del pueblo por una retorcida pista forestal. Cerca, en pleno monte, quieren levantar un hotel, «¡una ruina para este entorno natural»!, se lamenta Spencer. Pero de momento están solo ellos, los perros, un huerto, unas placas solares, un tanque de agua y una antena parabólica. Son las escasas necesidades que se han impuesto. Spencer abre los brazos y muestra el paisaje, esa rotunda expresión de la naturaleza. «¿Qué más puedo decir? ¿Qué más puedo pedir?».

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