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El Nobel de plata

El Nobel de plata

Noel-Baker es el único medallista olímpico que alcanzó una medalla más preciada: el Nobel de la Paz

fernando miñana

Sábado, 20 de agosto 2016, 01:32

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Philip John Noel-Baker (Londres, 1889-1982) fue un líder toda su vida. En el deporte y en la política, sus dos caminos. En el atletismo ganó una medalla en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920, el sueño de todo deportista, pero, aún así, fue un trofeo muchos menos apreciado que el que le dieron 39 años después, cuando recibió el Premio Nobel de la Paz por su larga y obstinada pelea contra la carrera armamentística.

Del olimpismo le cautivó más su espíritu y nunca lo contempló como un fin. «Los atletas olímpicos somos discípulos de su fundador, Pierre de Coubertain, que inculcó en nosotros una forma de pensar que nunca he olvidado». Por eso compitió, ayudó a ser campeón a un compañero y, más adelante, regresó como jefe de equipo.

Noel-Baker era el sexto de los siete hijos de un cuáquero canadiense y una escocesa. Su progenitor, Joseph Allen Baker se mudó a Inglaterra para crear una rentable empresa de fabricación de maquinaria. Pero también fue un hombre que buscaba algo más en la vida que el dinero. Joseph fue un pacifista de espíritu humanitario, miembro del Consejo del condado de Londres de la Cámara de los Comunes entre 1905 y 1918.

El penúltimo de los hermanos, nacido en Londres el 1 de noviembre de 1889, estudió en dos escuelas cuáqueras y luego se matriculó en la universidad de Cambridge para estudiar Derecho Internacional. Y antes de la I Guerra Mundial también estuvo un tiempo en Múnich y París.

En la prestigiosa universidad británica despuntó como líder. Allí era capaz de presidir la sociedad de debate como ser un puntal del Cambridge University Athletic Club. Era un buen deportista y eso le permitió formar parte del equipo olímpico británico en los Juegos de Estocolmo 1912, Amberes 1920 y París 1924. En la capital sueca, en aquel mítico estadio de ladrillos rojos que aún se mantiene en pie, fue digno discípulo de Coubertain. Noel-Baker, destacado alumno de Cambridge, se sacrificó para que su compañero Arnold Strode-Jackson, de la archirival Oxford, fuera el campeón de los 1.500 metros en la que entonces se dijo que fue la mejor carrera de la historia. Noel-Baker tiró de él y luego cayó hasta la sexta plaza. Al ganador, por cierto, no le interesaba demasiado el atletismo y acabó convirtiéndose en el más joven general de brigada del ejército británico.

En Amberes, ocho años después por culpa de la I Guerra Mundial, se celebraron unos Juegos Olímpicos con dos ceremonias de inauguración, una religiosa en la catedral, en memoria de los caídos, y otra en el estadio, donde desfiló como abanderado delante de los reyes de Bélgica, Alberto I e Isabel. Allí se inscribió en dos pruebas. En los 800 alcanzó las semifinales que luego no corrió y en 1.500 ganó la medalla de plata al entrar por detrás de su compatriota Albert Hill. Y también estuvo en los Juegos de París, en 1924, pero no llegó a participar.

Noel-Baker, que heredó el espíritu pacifista de su padre, no quiso alistarse al ejército durante la I Guerra Mundial. A cambio, buscó la forma de ayudar a su país. Primero estuvo con las ambulancias en Francia, en el frente, de 1914 a 1915, una labor que le valió la Mons Star, y luego, entre 1915 y 1918, colaboró con el sistema de ambulancias británicas en Italia, donde recibió la medalla de plata al Valor Militar y la Cruce di Guerra.

La primera Gran Guerra le valió para comprobar el desatino de la violencia entre países y afianzar así su compromiso por la paz. Pero también tuvo algo bueno. Le permitió conocer a una enfermera del hospital de campaña llamada Irene Noel (unió y antepuso su apellido al suyo, Baker), la hija de un terrateniente británico en Achmetaga (Grecia), con la que acabó casándose.

La guerra también le impulsó a hacer algo por la paz. No bastaba con desearla en aquella convulsa Europa de la primera mitad del siglo XX, había que reclamarla. Y él, como experto en Derecho y Relaciones Internacionales, se desdobló y participó en la formación y las deliberaciones legislativas de la Sociedad de las Naciones y de Naciones Unidas. También colaboró como asesor del responsable de los prisioneros de guerra y los refugiados. Otra de sus ocupaciones fue su aportación a la redacción del Protocolo de Ginebra, que prohibía el uso de gases asfixiantes o tóxicos. En la política presidió el Partido Laborista de 1937 a 1946 y llegó a convertirse en ministro de Asuntos Exteriores y ministro de Combustibles y Energía.

Hablaba siete idiomas

Todo ello aún le dejó tiempo para escribir un libro en 1958 titulado La carrera armamentística: un programa para el desarme mundial, que le valió el galardón Albert Schewitzer pero, sobre todo, fue el puntal para que fuera recompensado con el Premio Nobel de la Paz en 1959. Cuando recogió este reconocimiento universal en Oslo (donde se entrega este galardón, a diferencia del resto, que tienen lugar en Estocolmo) pronunció un discurso que incidía en sus convicciones. «El desarme es, para todas las naciones, el sistema más seguro y práctico en materia de defensa».

Su pasión por la política y su pertinaz empeño por que los países dejaran de armarse hasta los dientes no laminaron su amor por el deporte y el olimpismo. Noel-Baker fue el jefe del equipo británico en 1952 y 1960. Entre estos dos Juegos, en 1956, falleció su esposa Irene mientras vivían en Londres. Juntos habían tenido un hijo, Francis Noel-Baker, con quien compartió la Cámara de los Comunes. Allí estuvo representando a su partido hasta los 80 años.

El paso del tiempo parecía no afectarle. Nunca dejó de ser un hombre vital, como declaró al dejar la Cámara. «Mientras tenga salud y fuerza dedicaré todo mi tiempo a acabar con las armas convencionales, biológicas, químicas y nucleares». Este políglota capaz de hablar fluidamente siete idiomas se mantuvo vívido y curioso hasta el final. Ya con 91 años, en sus últimos días, aún compuso una canción que se hizo muy popular y que hablaba, cómo no, sobre el desarme mundial, algo a lo que había consagrado su vida. Una dedicación que mereció un tributo escrito por parte de Bertrand Russell, Premio Nobel de Literatura en 1950. El barón Noel-Baker falleció el 8 de octubre de 1982, después de haber vivido intensamente durante 92 años. Su cuerpo fue enterrado en Heyshott, en West Sussex, al lado de su esposa.

En su residencia londinense de Westminster hoy cuelga una placa azul que recuerda que allí vivió este insigne pacifista. Philip Noel-Baker, barón desde 1977, fue un hombre único. Nadie más ha conseguido, como él, ser medallista en unos Juegos Olímpicos y recibir el Premio Nobel.

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