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La zorra del Nilo

La zorra del Nilo

Hábil diplomática, culta, sagaz y con «aura», la Historia la despachó como la meretriz de Oriente. Ayer hicieron 2.046 años que Cleopatra se suicidó. Antes muerta que humillada por Roma

icíar ochoa de olano

Sábado, 13 de agosto 2016, 00:08

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Lleva muerta y desaparecida 2046 años. La última reina del Antiguo Egipto, uno de los personajes más fascinantes de todos los tiempos, se quitó la vida el 12 de agosto del año 30 antes de Cristo en su palacio de Alejandría. Lo hizo después de que su pareja, Marco Antonio, se suicidara. Octavio Augusto, el otro aspirante junto al general romano a suceder a Julio César, acababa de conquistar Egipto. El naciente Imperio doblegaba así a la nación de las pirámides, pero la valerosa mujer que gobernó con todos los atributos de un faraón le hurtaba, con una victoria póstuma, la satisfacción de exhibirla como una vulgar pieza de caza en el desfile triunfal de regreso a casa. Antes muerta que sometida al escarnio público de Roma. Según los escritos de Plutarco y Suetonio, el nuevo emperador permitió que ambos fueran enterrados juntos. Sin embargo, no existe documento alguno que aporte pistas sobre el lugar donde se depositaron sus cadáveres. Pese a los intentos vanos del mismísimo Napoleón y de las numerosas misiones arqueológicas de diferentes nacionalidades que le han sucedido, el paradero de sus restos continúa siendo un enigma. Y cuanto más tiempo pasa bajo tierra, más grande se hace el mito desfigurado de Cleopatra.

Procedente de la dinastía ptolemaica, originaria de Macedonia (entonces Grecia), fue la primera monarca de ese linaje helenístico en aprender la lengua egipcia. También se expresaba con corrección en hebreo, sirio, arameo, latín y, por supuesto, en su idioma materno, el griego. Terriblemente culta y refinada, excelente oradora, hábil diplomática y gran estadista, consideraba a los romanos unos bárbaros, pero supo vislumbrar en su civilización a una superpotencia emergente y, con él, la oportunidad de unir a su poderío político y militar el de Egipto, impulsar una dinastía cruzada entre Oriente y Occidente, y alumbrar un Mediterráneo latino. Sin embargo, la Historia la ha embalsamado como un mujer pérfida y derrochadora, frívola y devorahombres, una vanidosa loba especialista en excitantes técnicas amatorias.

Cámara funeraria

  • De Napoleón a una millonaria dominicana

  • Una expedición con remite de Hungría fue la penúltima misión arqueológica organizada para encontrar los restos de Cleopatra. Hace doscientos años ya la envió el propio Napoleón. Todas sin éxito. La única vigente en la actualidad la emprendió hace más de una década la dominicana Kathleen Martínez, una letrada multimillonaria y arqueóloga aficionada, obsesionada con la leyenda de la reina del Nilo.

  • A 45 kilómetros al Oeste de Alejandría

  • Las últimas excavaciones se centran en un templo próximo a la milenaria Taposiris Magna actual Abusir, una floreciente ciudad portuaria del desierto costero en la época de Cleopatra. Está a 45 kilómetros al oeste de Alejandría, entre el Mediterráneo y el lago Mareotis.

  • 300 misiones arqueológicas hay en marcha en la actualidad en Egipto. Sólo en Luxor se concentran una treintena.

«Casi toda la información que nos ha llegado de ella procede de las fuentes clásicas, que eran hombres y sus enemigos. Lo verdaderamente seductor de ella es que una mujer consiguiera ejercer el poder en un cargo de hombres. Se autocoronó faraón del Alto y Bajo Egipto, se hizo representar como hombre toda la fraseología e iconografía es masculina porque el cargo de rey solo estaba pensado para ellos, se mantuvo veinte años y convirtió Egipto en una potencia. Para bandearse en ese mundo es de suponer que tendría que emplear todas su artes y lo hizo bien hasta el final», destaca a este periódico Juan Manuel Galán, uno de los egiptólogos más reputados del país, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), enfrascado desde 2001 en el Proyecto Djehuty. La excavación, localizada en Luxor, ha devuelto a la luz la capilla sepulcral del tesorero de la reina Hatshepsut y ministro de Finanzas de Tutmosis III, que gobernó quince siglos antes que la monarca griega del Nilo, además de centenares de valiosas momias de niños y de animales, como ibis y halcones.

Mientras busca patrocinio para su campaña número quince sobre el terreno, la multimillonaria abogada dominicana y arqueóloga aficionada Kathleen Martínez continúa destinando fondos propios a remover el suelo árido del desierto en busca del sepulcro de Cleopatra. Obsesionada con su leyenda, lleva más de una década excavando en los alredores de la antigua capital del Nilo. En concreto, en el yacimiento de Taposiris Magna, situado entre el Mediterráneo y el lago Mareotis. El empeño de esta letrada en encontrarla se cimenta, en buena medida, en su deseo de reescribir su historia, «adulterada por los vencedores, que se propusieron destruir su reputación».

La costumbre del incesto

Hija de un faraón fiestero, corrupto y abiertamente despreciado por su pueblo ante la indisimulada desidia que mostró por los graves problemas de Egipto, Cleopatra Filopátor Nea Thea también conocida como Cleopatra VII hizo frente a esa rémora con entrega y determinación. Había crecido en una corte convulsa y tejida por conspiraciones, deslealtades y casamientos entre familiares, dirigidos a retener el trono en la misma línea dinástica. Así, que primero se casara con dos de sus hermanos, aún adolescentes, y luego se deshiciera de ellos, no acredita una insaciable depravación sexual, sino más bien el pan nuestro de cada día en la estirpe de los Ptolomeo. Como en la de los romanos, inclementes y desmedidos en su ciego delirio por hacerse con las riendas del mundo.

Enamoramiento o de nuevo pura estrategia política, sus siguientes parejas darían mucho más que hablar. Primero, el mismísimo Julio César, a quien deslumbró y con quien tuvo a su primogénito; después, Marco Antonio, amante entregado y padre de sus gemelos y de su cuarto vástago. «Para los romanos, Cleopatra fue una meretriz porque mantuvo relaciones con su líder y con otro de los suyos, Marco Antonio, con el agravante de que este último acabó obsesionado con la cultura oriental hasta el punto de vestir como uno de ellos. Ambos fueron sometidos a una campaña de descrédito a la que contribuyó de manera notable el propio Octavio Augusto, en su carrera por hacerse con el poder de Roma y que luego consiguió», enfatiza Aroa Velasco, historiadora especializada en el Antiguo Egipto y autora de la web Papiros perdidos.

Si el fornido militar y político romano se paseaba por Alejandría con el estilismo de un egipcio, la faraona lo hacía vestida y peinada como una mujer helena. Frente a la voluptuosa belleza que se le ha atribuido, en buena medida por la interpretación que una deslumbrante Elisabeth Taylor hizo de ella en 1963, algunos bustos y monedas con efigies atribuidas a Cleopatra la presentan con nariz aguileña y mandíbula prominente. Son prácticamente las únicas pistas que tienen los egiptólogos sobre el aspecto que pudo tener. «Aunque nos ha llegado su imagen de mujer guapa, no enamoró a los hombres por su belleza física, sino por su fuerza, por su aura y por su habilidad con la palabra. Les dejaba boquiabiertos con su encanto intelectual», asegura el experto del CSIC. Dos milenios antes, Plutonio y Dión Casio, historiadores de Roma, dejaron por escrito que su encanto mágico residía en su carisma natural, su sagacidad y su «irresistible» voz, «de gran dulzura como una lira». «Su encanto era irresistible y su presencia, junto a la capacidad de persuasión de su discurso, tenía efectos estimulantes sobre los hombres».

A juicio de Galán, la palabra que mejor la define es «manipuladora. Pero todos los que ejercen el poder lo son. Para alcanzarlo hay que jugar sucio alguna vez. La gente limpia, sencilla y honesta son carpinteros o pintores, no jefes de Estado. Ahí se ve la visión machista y comercial con el que se ha tratado a Cleopatra. Si un hombre es manipulador, es un zorro, un genio. Y si una mujer lo es, se le llama zorra en la peor de sus acepciones».

Musa inagotable de artistas de todas las disciplinas y épocas, la brillante zorr del Nilo lleva protagonizadas varias biografías récord de ventas y más de 150 espectáculos en forma de ballets, óperas, obras de teatro y películas. Si algún día el desierto la trae de vuelta de la otra orilla, el impacto de la noticia promete ser comparable al que se vivió en 1922 cuando Howard Carter abrió la de Tutankamón. El arqueólogo del CSIC no puede ni quiere imaginar la cámara funeraria de una soberana suicida y vencida. Prefiere huir de personalismos. «La arqueología no consiste en ir buscando tumbas de personajes, sino de excavar para obtener información y entender a través de ella cómo funcionaban las sociedades antiguas».

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