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¿Conoces el nombre verdadero de los famosos?

¿Conoces el nombre verdadero de los famosos?

El caso de Michael Caine, el último en desvelarse para el gran público

CARLOS BENITO

Jueves, 4 de agosto 2016, 00:12

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En el 'Nuevo diccionario Penguin de citas modernas' aparecen tres frases de Michael Caine, y una de ellas dice simplemente «me llamo Michael Caine». Cientos de imitadores la han pronunciado alguna vez con la voz y el inconfundible acento 'cockney' del actor: parece que la tradición arrancó con su amigo Peter Sellers, que decidió estrenar su contestador automático con el mensaje «me llamo Michael Caine y solo quería decirte que Peter Sellers no está en casa». A mediados de los 80, cuando el grupo Madness quiso homenajear al icónico Caine en una de sus canciones, sus miembros lograron convencerle para que grabase una breve aportación: «Me llamo Michael Caine», se le escuchaba decir unas cuantas veces a lo largo de los tres minutos y medio del tema.

Y, sin embargo, no se llamaba Michael Caine. Su nombre auténtico era Maurice Micklewhite, quizá un poco más difícil de recordar, y lo de Caine ni siquiera había constituido su primera opción: al inicio de su carrera se hacía llamar Michael Scott, pero la existencia de otro actor con el mismo nombre le obligó a buscar un reemplazo cuando le salió un contrato en televisión. Su agente se lo planteó de manera urgente, un día que él la había telefoneado desde una cabina de Leicester Square, así que Michael/Maurice tuvo que buscar inspiración exprés al otro lado de los cristales: «Miré a través de los árboles, al Odeon, y allí estaba anunciado 'El motín del Caine'. Así que simplemente dije: 'Caine'. Si hubiese mirado hacia el teatro de Leicester Square, me habría acabado llamando Michael Ciento Un Dálmatas». Ahora, a sus 83 años, por fin puede anunciar su nombre con plena convicción, porque a estas alturas ha decidido convertir el seudónimo en identidad oficial. La culpa, según ha explicado, la tienen el terrorismo islamista y el endurecimiento de las medidas de seguridad en los aeropuertos, donde el exceso de celo le colocaba a menudo en una situación engorrosa y delicada. «El guardia me decía: 'Hola, Michael Caine'. Y, de pronto, yo le daba un pasaporte con otro nombre. Podía quedarme allí una hora», ha relatado a 'The Sun'.

Hubo un tiempo en el que los actores y los músicos no necesitaban muchas razones para buscarse un nombre artístico resultón: era la costumbre, más justificada en unos que en otros. Ciertamente, algunos apellidos pueden parecer 'étnicamente' complicados (Alan Alda frente a Alphonso d'Abruzzo, George Michael frente a Georgios Panayiotou, Natalie Portman frente a Natalie Herschlag), hay casos de bautismos un poco extraños (Stevie Wonder se llama en realidad Stevland Hardaway Morris) y no faltan, en fin, las situaciones en las que no queda más remedio: qué iba a hacer el actor Michael Keaton si su filiación auténtica es Michael Douglas. La actriz Olivia Wilde, cuyo apellido real es Cockburn, viene de una familia de escritores y periodistas en la que abundan los seudónimos: al fin y al cabo, 'cock' es una extendida manera de referirse al miembro viril. Ella eligió Wilde en recuerdo a Oscar, el dramaturgo del siglo XIX, pero con el tiempo ha acabado arrepintiéndose: el significado de 'wild' (salvaje) da al nombre «una calidad pornográfica» en la que no había reparado. Y no queda otro remedio que referirse a Whoopi Goldberg, un raro ejemplo de seudónimo que supone un cambio a peor: un 'whoopie cushion' es uno de esos cojines de broma que sueltan un sonido de pedo cuando alguien se sienta encima, y a Karen Johnson, que es como se llama la comediante, empezaron a apodarla así por su alegre propensión a la ventosidad.

Pero, en esta feria de identidades resplandecientes, no parece tan habitual que el nombre que aparece en las revistas acabe en los documentos. A veces, la mudanza onomástica precedió al éxito. Por ejemplo, si seguimos en la línea escatológica, el diseñador Ralph Lauren renunció a su apellido original, Lifshitz, antes de alcanzar la fama: «Mi nombre original incluye la palabra 'shit' (mierda)», explicó en una entrevista con Oprah Winfrey. Y la periodista se apresuró a comentar: «No sé si compraría toallas Lifshitz». Miley Cyrus abandonó a los 15 años el Destiny Hope con el que la habían bautizado y desperdició la ocasión de ponerse 'Hannah Montana': optó por ese Miley con el que la conocían en familia desde que era un bebé sonriente y empezaron a decirle Smiley. Y eso que su padre, el cantante de country Billy Ray Cyrus, había experimentado una especie de iluminación a la hora de elegir el nombre: «Tuve la visión de que su destino (destiny) era traer esperanza (hope) al mundo», ha justificado el tío.

A miles de aficionados a la música les encanta aclarar, en tono doctoral, que Elton John se llama en realidad Reginald Kenneth Dwight, pero eso no es cierto desde 1967, cuando el ídolo británico ajustó su identidad legal a su nombre artístico y se puso Elton Hercules John. «No podía esperar a convertirme en otro», comentó el cantante, que consideraba «una pesadilla» que le llamasen Reg. ¿Y lo de Hercules? Viene de un caballo que salía en una de sus series favoritas. Axl Rose también dejó atrás su nombre, William Bailey: desde 1986 se llama W. Axl Rose en recuerdo de AXL, la banda que fue germen de Guns N' Roses. Y Bob Dylan, experto en mitologizarse a sí mismo, luce en el pasaporte desde 1962 el apellido que le hizo famoso: al principio de su carrera se esforzó en ocultar por todos los medios su identidad real, Robert Allen Zimmerman, hasta el punto de no confesársela ni a su novia. El tópico, perpetuado con tozudez, dice que tomó lo de Dylan del poeta Dylan Thomas, pero él mismo lo ha negado en repetidas ocasiones con su proverbial sequedad: «Si me hubiese parecido tan bueno, habría cantado sus poemas». Tampoco ha sido muy diplomático al explicar el deseo de cambio: «Naces con los nombres equivocados, con los padres equivocados. Eso sucede».

Ochocinco y Paz Mundial

Norma Jeane Mortenson (y sí, el Jeane es acabado en e, aunque tantas veces se la quiten) no tardó mucho en adoptar legalmente el nombre de Marilyn Monroe. Lo hizo en 1956, y eso permitió a su primer marido, el marinero James Dougherty, hacer una de las declaraciones más hermosas (y más tristes) relacionadas con este asunto: «Yo nunca conocí a Marilyn Monroe y sigo sin saber nada de ella. Conocí y amé a Norma Jeane». El reverso chusco se puede buscar en el terreno del deporte, donde hay figuras que han cambiado de identidad legal para utilizar sus apodos: es el caso del jugador de fútbol americano Chad Ochocinco (ese era el número que lucía en su equipamiento) o del alero de baloncesto Metta World Peace (que, en efecto, aspira a promover la paz mundial).

Eso es darle mucha importancia a un nombre, cuando basta repasar el grano menudo de la actualidad de los últimos años para darse cuenta de la ligereza con la que algunos renuncian al suyo, sobre todo en el Reino Unido. El año pasado, un estudiante de Manchester cambió de identidad legal porque le salía más barato que modificar sus billetes de avión, y también hay quien lo ha hecho para conservar un perfil de Facebook. Existe un bebedor de pub que se rebautizó como Bacon Double Cheeseburger, fans que se ponen el nombre de su grupo favorito y activistas que hacen campaña desde su documentación (por ejemplo, StopFortnumAndMasonFoieGrasCruelty.com, una chica que antes se llamaba simplemente Abi). Y están esos dos amigos de Nottingham que decidieron incorporar a sus nombres su desbordado amor por los cómics, la ciencia ficción y la fantasía: uno se puso Emperor Spiderman Gandalf Wolverine Skywalker Optimus Prime Goku Sonic Xavier Ryu Cloud Superman HeMan Batman Thrash; el otro, Baron Venom Balrog Sabretooth Vader Megatron Vegeta Robotnik Magneto Bison Sephiroth Lex Luthor Skeletor Joker Grind. A estos dos fenómenos resultaría difícil dedicarles una canción.

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