Edición

Borrar
Brindis ruinosos

Brindis ruinosos

Berlusconi y Putin se han metido en un buen lío por descorchar un jerez de 1775, valorado en más de 80.000 euros, en una bodega histórica de Crimea. Hay líderes con gustos estratosféricos

zuriñe ortiz de latierro

Viernes, 25 de septiembre 2015, 00:33

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Massandra es tan valiosa, tan única, que cuando los bolcheviques pusieron patas arriba Rusia, los encargados de esta bodega de la costa sur de Crimea sellaron y camuflaron todas sus entradas. Poco después, las tropas de Stalin dieron con ella, pero impresionado por la calidad de sus vinos dulces, que imitan e incluso superan a los más exclusivos del mundo, el dictador decidió aumentar la colección del zar Nicolás II, fundador de la cava en 1894. Durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial, toda la producción se trasladó a lugares secretos del Cáucaso y Asia central: «Entonces se abandonaban a los heridos. La vida humana era menos preciada que estas obras de arte de la enología», admite a la agencia AFP Valeri Zenkin, responsable de la bodega.

Con el sello imperial de los zares

  • tesoro nacional

  • Buena parte de las botellas antiguas que Putin le mostró la semana pasada a Berlusconi, en la bodega Massandra, están hechas a mano y llevan el sello imperial de los zares, lo que aumenta su valor entre los coleccionistas de vinos y antigüedades.

  • 45.000 euros se pagaron en una subasta de Sothebys, en 2001, por una botella como la que descorchó el presidente ruso a su amigo italiano. Solo quedan cuatro. Ahora la Fiscalía de Ucrania valora los daños en más de 80.000.

La única cosecha que no pudieron embalar, la de 1941, la vertieron al Mar Negro. Cualquier cosa antes que regalársela a los nazis. La colección regresó en 1945 a Massandra, donde no ha dejado de crecer hasta sobrepasar el millón de botellas de añadas que se remontan hasta 1775, y cuyo valor supera los 135 millones de euros. Aquí le dan sobre todo al vodka, por eso es doblemente valiosa: en 1998 fue incluida en el Libro Guinness de los Récords por acoger la mayor colección de vino del planeta.

Cuando la gestionaban las autoridades ucranianas era necesario un decreto del mismísimo presidente para abrir un madeira o un oporto. Pero hace un año el zar Putin invadió Crimea y es conocida su debilidad por su exclusivo tinto Alushta, con buen buqué y matices variados, o el moscatel de la Piedra Roja, con perfumes de flores y hierbas de las praderas que en el paladar recuerda a cáscara de naranja y rosas. La semana pasada decidió sacar pecho ante su buen amigo Silvio Berlusconi y, de paso, tocar la moral un poco más a los ucranianos: lo invitó a pasear por la península anexionada, con parada obligada en Massandra. El ex primer ministro italiano, tan dado a los excesos, se encaprichó con un jerez de 1775 y Ucrania le ha declarado persona non grata, prohibiendo su entrada al país durante tres años. De postre, el fiscal general del derrocado gobierno de Crimea ha abierto un proceso penal contra Berlusconi, Putin y la directora de la bodega por descorchar este jerez de 240 años. «Los daños por esta cata ascienden a más de 80.000 euros», cifra la Fiscalía.

Ya solo quedan cuatro botellas como la de Berlusconi, traídas de España por el conde Mijaíl Vorontsov cuando aquí reinaba Carlos III. Como se ponga antojadizo Kim Jong-un, encarga un par de ellas. El año pasado, el líder norcoreano dilapidó 25 millones de euros en bebidas alcohólicas, según un informe parlamentario de sus vecinos del sur. «Si bebes tequila, es el mejor. De todo lo que quieras él tiene lo mejor», contaba el exjugador de baloncesto de la NBA Dennis Rodman en plena resaca. Se hicieron íntimos en 2013, tras pasar juntos siete días de bacanal en la isla privada del dictador, junto a un séquito de 60 personas. Vamos, que todo el tequila no era para Kim Jong-un. A su padre le iba más el coñac: gastaba más de medio millón de euros al año. Lo compraba en Francia su chef, Kenji Fujimoto, que en once años de servicio se fugó a Japón antes de que se lo cargara también voló cientos de veces a Dinamarca a por cerveza, que el presidente engullía con hamburguesas de un McDonalds de Pekín.

El vino español de Merkel

La birra, que diría Berlusconi, es la bebida favorita de Angela Merkel, a poder ser de trigo y elaborada en plan casero en alguna aldea bávara. Aunque no le hace ascos al vino. Hace dos veranos probó caldos de Somontano en la fiesta estival que suele dar en Berlín. La bodega Pirineos, del grupo Barbadillo, logró que su importador en Alemania llevara a la mesa de la canciller sus blancos, rosados y tintos. «Fue algo curioso, estupendo. Le gustaron mucho. Ayudó bastante a las ventas», recuerda a este periódico Javier Fillat, responsable de comunicación de la empresa.

«Es muy importante que los líderes de cada región promocionen sus caldos, es uno de los mejores impulsos para el turismo gastronómico y vitivinícola. Y si lo hace Merkel, ni te cuento. Pero no solo los mandatarios brindan con vino, en el cine está cada vez más presente», apunta Juan Manuel Lavín, presidente de la Ruta del Vino de Rioja Alavesa, que agrupa a 135 empresas e instituciones. En esto, Mariano Rajoy no se anda con muchos rodeos. Los albariños y ribeiros gallegos lo acompañan allá donde va. Brindó con el Terras Gauda 2012, uno de sus favoritos, en la comida que ofreció en Washington a la Cámara de Comercio de Estados Unidos, donde almorzaron los 17 presidentes de las empresas más importantes del país. Lo que bebe cuando vuela es otra cosa. Según los informes secretos de Defensa, desvelados por Interviú hace un par de años, al presidente «le relaja tomar un whisky porque no le gusta mucho ir en avión».

Felipe VI prefiere el zumo de tomate en las recepciones y el gin-tonic, con manzana o pepino, con los amigos. Le gusta más la cerveza que el vino. Pero sobre todo, la leche con cacao. Esos informes secretos de Defensa hablan también de las bebidas favoritas de doña Letizia: el gazpacho Alvalle, Nestea sin azúcar, zumos biofrutas sin plátano, agua con gas y Coca Cola Light. Ni gota de alcohol. Sus únicas alegrías son los Kit-Kat, los Toblerone y el maíz tostado.

Vamos, que Françoise Hollande debió quedarse con las ganas cuando, en la reciente visita de los monarcas españoles a París, quiso agasajarles con una visita a la bodega del Elíseo. Tampoco es que el presidente francés sea muy original con la carta, así que deja el asunto en manos de la sumiller de palacio. Virginia Routis ha hablado pocas veces con la prensa sobre los gustos del jefe: «Es todo un misterio, pero sé que oscila entre los vinos de Borgoña, Burdeos o del Valle del Ródano».

Barack Obama no se esconde tanto. Más bien parece que le gusta exhibirse con una cerveza en la mano. Le hemos visto hace poco disfrutando con una Guinness Draught, pero su favorita es la Miller Lite Draft. Aunque lo que realmente le quita la sed es el té helado Black Forest Berry, con limón o melocotón.

Y luego están los británicos. Su majestad Isabel II cuenta sin despeinarse que se acuesta con un vasito de Dubonnet, pero que a media tarde le pone más la ginebra con dos cubitos de hielo y una rodaja de limón sin semillas. Y a Churchill le gustaba rematar el desayuno con whisky y soda.

David Cameron no levanta cabeza estos días a cuenta de sus supuestas juergas etílicas cuando estudiaba en Oxford. Algunos tabloides ingleses le están sacando hasta ese Bruichladdich de malta que tan a gusto saborea en el 10 de Downing Street. Pero tampoco nos vamos a cebar, que en cuanto pisa suelo español, y lo hace a menudo, defiende nuestros vinos. Ya sean los de la bodega El Grifo que visitó el año pasado en Lanzarote, o los rioja que compartió con su mujer Samantha en Granada hace ya tiempo. La OCU acaba de publicar, además, que no son los únicos: el 43% del dinero total que los españoles destinamos al ocio se nos va en bares.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios