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El ojo crítico

El ojo crítico

Periodistas de medio mundo defienden en Valencia una profesión que debe seguir levantando alfombras y formulando las preguntas más incómodas para «controlar a los que ejercen el poder»

fernando miñana

Jueves, 4 de junio 2015, 01:07

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Elides J. Rojas era un adolescente cuando empezó a redactar breves notas sobre las carreras de caballos en el semanario Primicia, en Barquisimeto, su patria chica allá en Venezuela. La hípica impulsó su pluma, que cabalgó veloz hacia obstáculos mayores. Ahora, tras su paso por El Nacional y la dirección de Economía Hoy, trabaja como vicepresidente de información en El Universal. Cuenta con varias condecoraciones y ha ganado en un par de ocasiones el Premio Nacional de Periodismo. Rojas es un referente en América Latina con más de 140.000 seguidores en Twitter, muchos de ellos entusiastas con su papel de opositor al rodillo del presidente Nicolás Maduro. Pese a todo, es optimista al hablar del presente y el futuro del periodismo. «Es un buen momento y el impulso digital debe llevarnos a dimensiones poco imaginables para nuestra generación».

El periodista de El Universal revela un dato que les sorprendió al analizar quiénes les siguen por internet. En el tercer lugar de la lista, por detrás de la capital y otro departamento, paradójicamente aparece el estado de Florida, donde residen un buen puñado de compatriotas. El hallazgo planteó una pregunta: «¿Hay que elaborar noticias que puedan interesar en Florida o reforzar lo nuestro porque, por algún motivo, interesa allí?».

Los periódicos se sienten como si los hubieran lanzado al Cosmos. Internet los proyecta más allá de sus fronteras habituales y después de debates infructuosos, muchos han llegado a una conclusión: «El periodismo sigue siendo el mismo, igual de trascendental. Se confunde el medio con el fin y el contenido lo es todo. Y lo hacen los periodistas». Así razona Víctor Manuel Vargas, editor jefe de la edición de domingo de El Tiempo, en Colombia, un territorio donde practicar este oficio no es ningún juego. «Aquí siempre ha sido difícil: es un país golpeado por una guerra y también por el narcotráfico. Aunque he de decir que hemos mejorado, que ya no es como en los 90».

Vargas habla de los tiempos en los que viajar a determinados lugares era francamente peligroso. «He sido testigo de cómo se jugaban la vida varios compañeros». Y así ha sido en Colombia y sigue ocurriendo en muchos lugares en el mundo. Cada año mueren cerca de cien periodistas, otros tantos son secuestrados y unos pocos más, encarcelados. Profesionales de todos los rincones del planeta ponen en riesgo su pellejo a diario por contar la verdad, incluidas las cinco peores zonas del mundo en 2014, según Reporteros sin Fronteras: Irak y Siria, controlados por el Estado Islámico;el este de Libia, donde te pueden cortar los dedos por escribir; Baluchistán, en Pakistán; Donetsk y Lugansk, donde los periodistas ucranianos vivieron una pesadilla; y el departamento de Antioquía, en Colombia, donde los paramilitares actúan con la connivencia de las autoridades locales. También existen los denominados hoyos negros de la información, lugares como Mosul, en Bagdag: aquí los reporteros huyen por miedo a las represalias, por combatir a los malvados, por señalar a los tiranos.

La verdad tiene un precio. A veces muy cruel. Como sucedió a principios de año en París, cuando fueron asesinados nueve miembros de la redacción del semanario satírico francés Charlie Hebdo por unas caricaturas de Mahoma publicadas dos años atrás. La noticia aún hiere a Paulo Paranagua, redactor del diario Le Monde, uno de los invitados más pesimistas al IICongreso de editores de medios de América Latina y la Unión Europa organizado por Vocento en Valencia, donde el diario Las Provincias celebra su 150 aniversario.

«El periodismo ahora mismo vive un pésimo momento. Es de los oficios más odiados y más afectados por el desempleo. En algunos países hasta puede llegar a ser una profesión mortal», razona este periodista de origen brasileño, que antes estuvo de corresponsal en Panamá y que conoce muy bien la realidad de Cuba. «Allí se practica el grado cero de la comunicación. No nos quieren a los periodistas en la isla, y si consigues trabajar no te dejan hablar ni con un bedel. Pero cuando publicas algo, encima, te acusan de que solo das voz a los disidentes. Su opción es condenable, pero es que además es estúpida, porque no hablan ni los oficialistas. ¿A que el Gramma (el periódico del régimen) no tiene muchos seguidores en el mundo?

Entonces, si supiera hacer otra cosa, ¿cambiaría de profesión?

¡Qué va!

Paranagua recuerda con dolor el suceso de Charlie Hebdo, pero se queda con la espontánea reacción de la sociedad y de la profesión, saliendo a la calle para protestar enérgicamente contra ese atentado a la libertad de expresión. «En Francia descubrimos que había un fondo crítico que despertó aquellos días. Fueron manifestaciones con mucha cantidad, pero también con mucha calidad».

El desafío, la credibilidad

El ciudadano no aplaude esta profesión con facilidad, pero siempre espera que el periodista levante las alfombras, ilumine los rincones y formule las preguntas más incómodas. «El buen periodismo estorba al ejercicio del poder», sentencia Armando González, director de La Nación, de Costa Rica, donde ser notario de la actualidad le ha costado perder la publicidad gubernamental.

El congreso de Valencia ha servido también para conocer algunas peculiaridades del tráfico informativo entre Europa y América Latina. Más de la mitad de las noticias que se buscan desde el otro lado del Atlántico se concentran en seis países: España, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y Portugal. Y las ciudades que más interesan son Madrid y Barcelona, por encima de Londres. En sentido inverso, la nación más atractiva es México, y la ciudad, Buenos Aires. El líder europeo más mencionado en las informaciones latinoamericanas es Mariano Rajoy, y en el Viejo Continente quien tiene más eco es el presidente mexicano, Peña Nieto, del PRI.

Sobre el atractivo que despiertan los diferentes países, Joao Fernando Ramos se ríe por una peculiaridad:el escaso interés que hay en España por los portugueses y al revés. A pesar de las similitudes. «Portugal también está políticamente devastado por la corrupción». El que fuera director en Oporto de la RTP (la radio y televisión portuguesa) tiene clarísimo cuál debe ser el norte en la brújula de un periodista: «La verdad». El presentador, y piloto de rallies en sus ratos libres, se extiende: «Nuestro gran desafío es la credibilidad. En Portugal hay una gran pluralidad en la televisión. Y allí, como aquí, sin la prensa no hay denuncia. Luego ya viene la justicia».

Así debería ser, pero no siempre se mantiene el patrón, como puntualiza Elides Rojas. «Antes llegaba un periodista con unos documentos y asumías el riesgo. Ahora no es posible en Venezuela. Ahora tienes que decirle a tu gente que han de ir a la Fiscalía y luego, una vez activada la denuncia, escribir. Ya no podemos adelantarnos».

Pero este veterano informador, empeñado ahora en demostrar que el Gobierno de Maduro está equivocado, que está mandando a la ruina al país, sigue amando esta profesión a pesar de las incomodidades. «A mis hijas no se la he podido recomendar porque eligieron ser abogada y economista y ahora viven en Madrid y en París, pero es un gran oficio. Y a pesar de las guardias y del poco tiempo libre, se lo recomendaría a cualquiera».

Todos adoran su profesión. Como remarca Giovan Battista Brunori, un periodista toscano de la RAI que, eso sí, lamenta la precariedad laboral. «A pesar de la crisis, el periodismo no es más frágil. Aunque los trabajadores estén mal pagados y en algunos casos hasta explotados. Confío en que la transformación tecnológica nos lleve a un sistema mejor». La sombra de Silvio Berlusconi es alargada y Brunori no lo disimula. «Indudablemente, la presión de un líder político, no solo de Berlusconi, es dañina para un medio».

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