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Barack Obama habla en el Despacho Oval con su consejero Ben Rhodes (centro) y el estratega político David Axelrod(derecha).
El inventor del 'Yes, we can'

El inventor del 'Yes, we can'

David Axelrod propuso a Obama la frase de su vida... y no le gustó. El estratega del presidente de los EEUU lo cuenta en sus memorias

francisco apaolaza

Jueves, 19 de febrero 2015, 10:56

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Tiene cara de poli italoamericano en el Nueva York de los años 80, pero David Axelrod es un mago de la estrategia política. Ha llevado adelante 150 elecciones en cuatro décadas, siempre detrás de un candidato, siempre susurrando en la sombra las palabras mágicas, siempre tachando discursos, pensando en qué decir y siempre en silencio. De todo lo que ha escrito, que ha sido mucho, usted recordará una frase. «Nos dicen que no podemos cambiar Washington, pero sí, podemos. Yes, we can!».

Todo sucedió en 2002. Axelrod era un tipo de 47 años que venía de vuelta de un carrerón como estratega político y una visión un tanto cínica. Barack Obama era un senador de Illinois de 41 años y bastante ingenuo. Nadie le conocía y lo que es peor, su apellido recordaba al del terrorista más buscado del mundo. En principio parecían dos caracteres incompatibles, pero se llevaron mejor que bien. Obama le devolvió a Axelrod la ilusión por afrontar un nuevo reto electoral y éste le dio al político negro un punto de escepticismo y le regaló el eslogan de su vida. El Yes, we can! funcionó. Resultó un lema a nivel mundial, una manera de entender la vida, un aire de optimismo en la espesura gris de Washington. Fue una bomba comunicativa que hoy han hecho suyo partidos de todo el mundo, como Podemos en España. Axelrod lo entendió así: «En lugar de decir lo bueno que era, hablaba de lo que podemos hacer juntos. Daba la idea de que las cosas se podían cambiar». Pero a Obama no le gustó el lema porque veía en esas tres palabras cierto cachondeo. ¡Estaba en contra de la frase que le llevaría a la Casa Blanca! Su mujer fue, una vez más, la que le convenció. «¿Yes, we can? No es demasiado poco serio?», preguntó Obama mirando a Michelle en busca de una respuesta.Ella negó con la cabeza y le respondió tajante: «No, no lo es». El resto ya se sabe. «Gracias a Dios estaba ella allí ese día», recuerda ahora Axelrod en una autobiografía titulada Believer (creyente) y donde saca a la luz jugosas anécdotas y algunas escenas en las que se ha fraguado el futuro del planeta. Entre ellas, el día en que Steve Jobs le llevó a Obama el primer iPhone para que lo usara y le dijera qué le parecía el cacharro.

Axelrod dio la vuelta a la vida de aquel inocente político de Illinois como un calcetín. Después de acceder al Senado, pelearon juntos por la Casa Blanca, «un espacio un tanto narcótico, un sitio que engancha en el que cada minuto te enfrentas a asuntos que son un desafío enorme». En el Ala Oeste, ese lugar en el que se respira estrés y donde cualquier coma mal puesta puede desembocar en un conflicto internacional, Axelrod fue la calma en la tormenta, el personaje silencioso de las reuniones, el asesor invisible, el tipo amable de figura melancólica que se colocaba en una esquina de atrás en las ruedas de prensa, el vigía que cuidaba que los periodistas recogieran en sus libretas justo lo que se buscaba y no lo contrario. Por algo Obama le llamaba El guardián del mensaje.

Las memorias del curtido consultor destilan cariño hacia su jefe. «Obama ha sido para mí algo más que un candidato; ha sido un amigo y alguien de quien me he sentido orgulloso. Los dos teníamos en común que queríamos cambiar las cosas». No todo es buen rollo. Axelrod también enseña el tiburón que lleva dentro: «Cuando estás en una carrera la tienes que ganar en todos los sentidos».

«Una petición absurda»

El estratega recuerda en el libro que a veces le pidieron cosas increíbles, como cuando Donald Trump le encargó limpiar el asunto del vertido de BP en el Golfo de México, el mayor de la historia. «Por trabajar con el presidente, tenía que ser educado y escuchar a todo el mundo, pero hubo conversaciones surrealistas», dice Axelrod, que ante aquella descabellada petición de Trump se limitó a mirarle a la cara y pensar para sus adentros: «Tío, esto es realmente absurdo. Un día lo escribiré y nadie se lo creerá».

Hijo de un psicólogo judío marxista y de una periodista, Axe, como le apodan en la Casa Balanca, comenzó como reportero de calle en el Chicago Tribune con 19 años. Alos 21 era el redactor de política más joven del país. Pronto lo buscaron candidatos de todo tipo para tenerlo de su parte, como un amuleto. Aconsejó a 150 en 40 años. El penúltimo fue Obama, a quien asesoró en su carrera al Senado en 2004, en las primeras presidenciales de 2008 y en las últimas de 2012. Curiosamente, después de haber llevado a la cima al hombre más poderoso del mundo, Axe, de 60 años, no tiene trabajo en su país. Recientemente lo ha fichado el líder laborista inglés, Ed Miliband, que es el candidato de su partido con las peores encuestas de popularidad desde 1982. Miliband, que encabeza la oposición parlamentaria al gobierno de David Cameron, no despierta el mismo entusiasmo que su anterior cliente:«Obama es de esos candidatos que te encuentras una vez en la vida y Ed Miliband es un buen chico honesto».

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