Villarejo, Bea y el idiota
Bea fue mi primera ciega y lo que voy a decir ahora sonará entre tópico y condescendiente, pero con ella supe que hasta entonces el ciego había sido yo
Manuel Pedreira
Granada
Sábado, 27 de abril 2019, 00:56
Hace un par de veranos, un compañero del periódico me refirió que llevaba varios días viendo a una chica ciega recorrer una y otra vez ... el trayecto entre la parada de autobús y la puerta del periódico. De la parada a la cancela de entrada y de la cancela de entrada a la parada. No le concedí mayor importancia al asunto hasta que pocas semanas después vi a una chica ciega entrar en la redacción y sentarse en un ordenador para comenzar sus prácticas como periodista.
El avispado lector ya lo habrá intuido. La chica que memorizaba con la punta de su bastón y su oído el zigzag de apenas cien metros desde la parada al periódico y la nueva compañera de trabajo eran la misma persona. Bea fue mi primera ciega y lo que voy a decir ahora sonará entre tópico y condescendiente, pero con ella supe que hasta entonces el ciego había sido yo. No sé si aprendió algo en aquellos meses, quiero pensar que algo le enseñaríamos, de lo que sí estoy seguro es de que su presencia en la redacción fue una lección diaria para nosotros, los videntes, los que nos creemos los amos del mundo que todo lo sabemos y no sabemos nada.
Bea entraba cada tarde con su imponente presencia física, su tipazo y su bastón, y se sentaba a escribir como una más. Me siento estúpido aclarando esto último pero me rindo, lo escribo como lo siento. La sensación de ser un idiota a su lado no me abandonó hasta el día de su marcha. Cuando Bea hablaba con Quico me miraba a mí. Y al revés. La situación me ponía nervioso -mi idiotez es literal, como verán- y también me sentía extraño anunciándole mi llegada cuando me acercaba a su mesa para comentarle algo. «Bea, soy Manolo, aquí, aquí», le soltaba, como el fulano que levanta la mano en medio de la multitud para decir algo y quiere que el gentío le ponga cara. Bea nos desarmaba con sus chascarrillos, con su simpatía y, sobre todo, con su naturalidad. En tres meses fui incapaz de ensayar un careto diferente cuando la miraba. Siempre me parecía estar viendo a un extraterrestre. Quizás lo era, en algún sentido.
Los periódicos y los programas de Toñi Moreno están llenos de historias de superación, de gente que ha derribado muros impensables gracias a una tenacidad inquebrantable y a la fe en sus posibilidades. La historia de Bea es una de ellas y yo me sentía y me siento pequeñito a su lado. Ayer leí anonadado la noticia de la chica ciega que fue salvada por un policía local cuando estaba a punto de ser atropellada por el metro en Villarejo. Otra vez el azar. Un paso de más, un policía de menos y el metro pasando por encima de una chavala ciega. Me acordé de Bea, de todas las Beas que cualquier día pueden verse en una parecida. Y pensé que le debía una columnilla.
El problema es que hice un par de preguntas y mi cara de idiota se quedó ahí para siempre cuando alguien me dijo que la chica de Villarejo y Bea también eran la misma persona.
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