'Pan de vida'

El día del Corpus, en el regazo de la blancura cercana al cielo de la Península, en Sierra Nevada, despiertan destellos níveos en la mañana más alba de Granada

josé garcía román

Viernes, 12 de junio 2020, 23:26

La Festividad del Corpus Christi es signo de identidad de Granada y símbolo que trasciende ideologías, clases sociales y edades. Quien no estrena ropa o ... calzado el 'Día del Señor', estrena mirada y se pasea por Granada buscando la huella de alguien querido que se fue. Es una celebración profundamente religiosa y entrañablemente cívica, plena de emociones y evocaciones, de nostalgias, no de tiempos pasados sino de vidas ya marchitas, aunque vivas en la memoria, con la sensación de que en cualquier momento podría aparecer el familiar, el amigo, la personalidad definitivamente ausente. Cosas del corazón que ese día recorre el centro de la ciudad para tomarle el pulso y tal vez retornar a otra juventud, cansado de «otoños de ideas» y vanas ilusiones. Corpus de una Granada de oro que hospeda al misterio encogido de fe infinita, acompañada de flores del bien, de pétalos lúcidos, entonces asidos de la mano en efímeros ramos, a pesar de ello soñadores, alimentados por la savia de los jarrones. El día del Corpus, en el regazo de la blancura cercana al cielo de la Península, en Sierra Nevada, despiertan destellos níveos en la mañana más alba de Granada.

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Esta solemnidad fue honrada por Manuel de Falla, con el 'Lento' ('giubiloso ed energico') de la segunda parte de su 'Concerto', fechado en la Fiesta del Corpus Christi del Año del Señor de 1926. Por cierto, el afamado músico fue visto, quizás en el culto eucarístico del referido año, arrodillado junto a una de las majestuosas columnas de nuestra catedral que en estos días se agranda y se eleva hasta rozar la bóveda celeste, y abre su cúpula como en el Misterio de Elche para permitir que penetre la arraigada lluvia de pétalos.

Muchas casas de Granada, con renovada y ejemplar solidaridad en la trágica pandemia, guardan algo de «cuanto queda de amor y de unidad», y por sus calles se oye cantar «venimos con las flores de un deseo»: el rechazo de odios, mentiras, traiciones, en una Fiesta de lágrimas contenidas bajo toldos de original tejido con el fin de que los rayos del sol, al traspasarlos, se tornen polvo de oro con música austera y luto blanco por las doscientas ochenta y siete flores arrancadas a traición de los jardines del territorio de Granada, donde disfrutaron paradisíacos amaneceres. No estamos para ferias, ni alegrías ni fingidos duelos, pues sigue ardiente la memoria de los fallecidos por el coronavirus.

Habrá quienes reciten con Luis Felipe Vivanco «Si en el altar pequeño del grano de la espiga cabe (…) Más acá de mi ensueño, la dulzura divina de tu Cuerpo entroniza su panal en la luz; pero yo estoy mirando en la flor de la harina el dolor invisible de tus brazos en cruz»; o recuerden a Luis Rosales en su «Vivir es ver volver (…). El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas: se van. (…) Tú haces rodar el sol por la pendiente del día». Otros quizás rememoren la 'Oda al Santísimo Sacramento del Altar', de Federico García Lorca, en la que, según el profesor Francisco Mundi Pedret, «La Forma tiene en el ostensorio bastante semejanza con una flor. La Forma es la corola, los rayos de la custodia los pétalos», alegoría de ostensorio: un Sol que expande luz al propio sol. Y «Las flores son belleza y son promesa». Canta el poeta y declama inflamado: «Pange lingua gloriosi corporis mysterium. (…) ¡Oh Forma sacratísima, vértice de las flores! ¡Oh nieve circundada por témpanos de música!».

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Están de más las quemas de rastrojos de los trigales de ayer pese a que no dieran trigo bueno, porque el humo nos ahoga y escasean los respiradores para que los pulmones no flaqueen y purifiquen la sangre que nos dará fuerza y color en la devastación, y no se formen trombos de muerte.

Corpus, día del 'pan blanco' que hoy piden los que entran en el plural impersonal, en la 'milla verde' del hambre y la incertidumbre. La caridad no es humillante; sí provocar que se tenga que practicar tal virtud. Corpus Christi, día de paz, amor y unidad, sin levadura de soberbia; día de remedios infinitos, a la espera de que, cuando se tronche la flor de nuestra vida, los pétalos sean símbolo de fortaleza y aliento para quienes continúen el ascenso a las cumbres. Corpus «de indefensa blancura» que suplica el pan del trabajo digno, no del subsidio indigno, y marcas blancas de calidad; que reclama transfusiones para los que se desangran crucificados por el delirio de un poder fingidor e intolerante. Corpus de luz que nos recuerda que «la vida y la flor solo sombra son», ahuyenta lóbregas oscuridades y acoge universos de miradas bajo la égida de la esperanza de que, aunque el grano de trigo sufra el peso de losas de vileza, gracias a otro Sol asomarán minúsculos brotes de vida con el vigor de su gigantesca pequeñez.

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