Permitirán que no escriba desde la mojigatería, ni siquiera desde la sorpresa por el hecho de que miles de jóvenes se hayan marchado a Palma ... de Mallorca para realizar las fiestas de su vida bajo el eufemístico nombre, que siempre me ha sorprendido, de viaje de estudios. ¿De qué estudios? Nada que ver con aquella idea de principio del siglo XX en la que unos pocos pedagogos entendieron que la mejor manera de cambiar una sociedad residía en la enseñanza. En un país como España se debía partir desde el laicismo -menuda tarea- y desde la implantación de nuevas metodologías alejadas de la clase magistral. Entre aquellas nuevas ideas educativas Se promovió el viaje como parte del aprendizaje. Nuevas corrientes pedagógicas aún intentan vender aún esas ideas como si fuesen de ahora. En esos viajes, casi siempre a lugares con un patrimonio tanto histórico como natural destacado, se intentaba imbuir al alumnado de los valores que propiciaba un contexto singular. El profesorado aprovechaba tener menos rigidez que en el aula y un ambiente más distendido que la clase regular y transmitía, a la vez que enseñanza, algunos valores relacionados con lo que venimos a llamar ciudadanía.
Un siglo después bajo el mismo término 'viaje de estudios' no queda apenas nada de aquel origen, que no lo reconoce, como para otro asunto anotó el ínclito Alfonso Guerra, «ni la madre que lo parió». Decía al principio que no me mostraría mojigato y voy a escribir tan solo una razón, que me ha dado para charlas amenas y risas nerviosas desde que lo viví. Se puede apuntar como logro que volvimos prácticamente todo el grupo del viaje de estudios que llegó a Palma de Mallorca, con la excepción de un profesor-acompañante, que decidió quedarse en mitad del camino y del que no hemos vuelto a saber nada hasta el día de hoy. Como ven es difícil superar tal anécdota, lo mismo o más difícil que encontrar alguien entre el profesorado dispuesto a ejercer de acompañante de su alumnado en ese tipo de viajes. Y más después de sentencias en las que se incrimina al profesorado como culpable indirecto de terribles desgracias.
Estábamos llenando de halagos el enorme esfuerzo que el alumnado ha realizado durante el presente curso junto al anterior, en unas circunstancias tan difíciles, en las que todo presentaba variables y volubles dudas. La gran mayoría ha alcanzado el sobresaliente en ese sentido y lo sigue manteniendo. Pero no podemos decir lo mismo de una parte abonada constantemente al suspenso moral, entregados al hedonismo ególatra e insustancial que tiene como máximo ritual el botellón, incluso con adjetivo, descerebrado. Los seguidores de esta nueva fe del ocio aborregado son capaces de poner en peligro ya no solo su propia vida, sino la de quienes les rodean, por el mero hecho de actuar como viajante-celebrante de final de curso o Erasmus. Comienza un fin de semana en que ya no existe trapo en la boca que nos defienda. Inquietante.
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