Vergüenza

Cuando veo las imágenes de los cuerpos hacinados en el suelo de Nador no puedo más que avergonzarme de la condición humana

Juan de Dios Villanueva Roa

Miércoles, 29 de junio 2022, 00:38

El taxi nos deja en la entrada del paso fronterizo. Cruzar en coche puede suponer varias horas, lo registran todo. Un pasillo entre muro y ... valla, bordeado por alambres repletos de pinchos y láminas lacerantes, un sol abrasador nos va conduciendo lentamente a un torno que parece dar paso a un parque de atracciones. La maleta pasa con dificultad, los mochileros se colocan de lado para cruzar. Al otro lado aguarda la policía, registra todo lo que va a entrar contigo. Las garitas al sol te aguardan, al fin el pasaporte es sellado. Una avenida en la que las personas son escasas y los coches pasan lentos. Una vez que hemos avanzado, el guía nos señala un monte cercano, muy cercano, lleno de árboles donde nos dice que, escondidos, aguardan miles de subsaharianos a que algo o alguien les diga que intenten el asalto a la valla fronteriza. No se ve nada, solo árboles, a pesar de avanzar por el borde de ese bosque. Un poco más adelante se puede ver una extensa valla que marca el perímetro de un lujoso palacio real, tan cerca de aquel bosque que las ramas bien podrían dar sombras a sus estancias. Todo se amontona en unos pocos kilómetros cuadrados. Cuando veo las imágenes de los cuerpos hacinados en el suelo de Nador no puedo más que avergonzarme de la condición humana, en sus múltiples variantes; vergüenza y asco de pensar que los mejores también mueren a manos de los mediocres, porque la fuerza bruta del hambre parece más poderosa que la liviandad de la inteligencia. Las casualidades no existen: hoy están aquí los fuertes, en el Madrid de las libertades.

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