A los cinco meses de comenzar la Primera Guerra Mundial se produjo un hecho insólito que ha pasado a la historia: la 'Tregua de Navidad'. ... La denominada 'Gran Guerra' (1914-1918) comenzó en Sarajevo con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, de manos de un serbio. Este incidente desencadenó la guerra entre las grandes potencias mundiales, divididas en dos bloques: la Triple Alianza formada por el imperio alemán y el austro-húngaro; y la Triple Entente integrada por Reino Unido, Francia y Rusia; más adelante se sumarían a las distintas partes del conflicto EE.UU., Japón, Italia, Bulgaria y el imperio otomano. Esta contienda que finalizaría con el Tratado de Versalles, supuso al menos 16 millones de muertos, sin contar a los heridos. En el frente occidental, desde el mar del Norte (Bélgica) hasta Suiza, discurriendo por Francia, en una extensión de 300 kilómetros, se desarrolló la 'guerra de trincheras' en las batallas de Marne, Aisne, La Bassée, Ypres e Yser. El avance alemán para tomar París, a través de Bélgica, fue repelido por la coalición anglo-francesa. En la Nochebuena de 1914 sorprendió que en el parapeto alemán se colocaran velas y árboles de navidad; los 'Boche' rompieron el hielo en aquella noche fría y escarchada gritando hacia la trinchera enemiga: ¡Feliz Navidad! Este desconcertante gesto fue acompañado de cantos de villancicos como 'Stille Nacht' o 'Tannenbaum'. La respuesta de los soldados británicos no se hizo esperar, entonando más alto 'Silent Night' y 'Jingle Bells'. Se generó un clima mágico de amistad, hasta que los oficiales de los tres países en liza se reunieron cautelosamente 'en tierra de nadie'. Acabaron por rendirse a la llamada de paz y amor de la Navidad, pactando una tregua desautorizada por sus altos mandos. Un 'pater' católico celebró en latín la Misa del Gallo y una ceremonia para enterrar a los caídos.
En aquella Navidad especial los combatientes experimentaron la esencia del mensaje divino: se estrecharon la mano, intercambiaron cigarrillos, vino, chocolate, whisky, coñac, galletas, jamón y champán. La amigable convivencia acabó en confidencias, hasta compartir fotos de sus mujeres y prometidas o hacer planes de encuentros al acabar el enfrentamiento. La confraternización llevó a disputar un partido de fútbol, manteniendo la rivalidad patriótica por cauces deportivos. Ese ambiente lo refleja con acierto la película 'Joyeux Nöel' (Noche de paz), del director francés Christian Carion. El Nacimiento del Niño-Dios –que establece un antes y un después–, fue la causa del maravilloso suceso de la suspensión temporal de la lucha armada. Hasta la misma naturaleza –obra de su Creación– se estremece y asombra. La liturgia de la Iglesia exulta exclamando con admiración '¡Oh!', que antecede a las siete grandes antífonas de Adviento: Sabiduría del Altísimo, Jefe de la casa de Israel, Raíz de Jesé, Llave de David, Oriente esplendor de luz, Rey de las naciones, Emmanuel. Jesús de Nazaret nos da razón del misterio de su Encarnación, en el interrogatorio de Pilato en el pretorio: «Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18,37-38). Dios se hace hombre para restaurar nuestra naturaleza caída por el pecado original, realizando la obra más maravillosa de amor: la redención del género humano con la Muerte en la Cruz y su Resurrección. «Conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible» (Prefacio de Navidad). Tan sublimes misterios cambiaron el devenir de la historia de la humanidad, hasta el punto de transformar la vida de las personas, y lograr una tregua o el cese temporal de una guerra.
Pero la Sabiduría y la Luz de Oriente nos propone la conversión total del corazón, no limitándose al cese temporal, sino al definitivo, de todas nuestras hostilidades. Para ello, habrá que vencer al principal enemigo que tenemos: la soberbia. Este desorden se manifiesta en la autosuficiencia de creernos mejores que los demás; en la falta de delicadeza al tratar a quienes nos rodean; en imponer nuestro propio criterio; en no comprender con paciencia las limitaciones de los más allegados; en dejarse atrapar por el odio y resentimiento; en realizar juicios temerarios… Del Portal de Belén —bien lo sabe María y José— se extrae esta lección: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29-30).
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