La tractorada que viene
Puerta Real ·
Para nuestra vergüenza, la protesta se va a llevar a cabo en una ciudad que existe y se ha desarrollado hasta llegar a ser lo que es gracias al campo, a su VegaEsteban de las Heras
Sábado, 15 de febrero 2020, 23:26
El miércoles vendrán los tractores a Granada. La autoridad –competente o no– sugiere que no conviene coger el coche ese día. Es un gesto de ... cortesía, como el que nos enseñaron a practicar con las ancianitas para cederles el paso. No es que hayan vuelto las buenas formas ni que se vayan a tomar medidas para acabar con la crisis que vive la agricultura. Es que la autoridad –competente o no— pretende con tal gesto que no hay más bronca que la precisa. Porque la ciudad va a seguir viviendo de espaldas al campo. Pero, ya que vienen, qué menos que franquearles la entrada. A los agricultores se les dejará pasar con sus tractores, sus pancartas y sus gritos… y tras la hora de la siesta la ciudad volverá a coger su ritmo y su rutina. Esa misma tarde, en el súper, nadie se preguntará si esos tomates son de aquí o vienen de fuera, ni se cuestionará cuantos céntimos de lo que le cuestan los tres kilos de patatas han ido al bolsillo del labrador. Ocurre todos los días, lo estamos viendo, nos lo dicen en los informativos, pero de ahí no pasa.
Habrá por supuesto, qué duda cabe, declaraciones, comunicados, ruedas de prensa, mesas redondas, reuniones intersectoriales y toda esa palabrería ajada y hueca con la que la autoridad o el gobierno, o como quiera que se llamen los barandas, aburren a las ovejas y a sus dueños. Pero el campo seguirá agonizando entre cuidados paliativos. Ya han dado con la fórmula: un bar, un cajero automático, un taxi a demanda para ir al médico pagado con fondos públicos y algún taller de manualidades. En fin, todo aquello que entretenga al personal, mientras llega la hora del gustirrinín viendo 'La isla de las tentaciones'.
Es la eutanasia pasiva –distinta a la que ahora serpentea entre debates parlamentarios–, que lleva años aplicándose al mundo rural. Pero para vergüenza nuestra, de los granadinos, esta protesta se va a llevar a cabo en una ciudad que existe y se ha desarrollado hasta llegar a ser lo que es gracias al campo, a su Vega. Porque antes que la Alhambra y la Universidad estaba la Vega, que fue su motor y su riqueza. Ahora son campos de soledad que esperan la llegada del hormigón, el asfalto y los ladrillos. Del lino a la remolacha, de la remolacha al tabaco, del tabaco al maíz y las habas y de las habas al ladrillo. Son capítulos de la película de terror que han vivido los pájaros de las alamedas y el dolorido sentir de Federico.
No ha sido una eutanasia dulce. Como tampoco es dulce el manto de tristeza y ruina que se extiende por el olivar. También en esto Granada está tocada por la maldición de los hados, como Edipo; aunque el horror no nos lleve, como al hijo de Yocasta, a sacarnos los ojos. Miramos hacia otro lado para no ver el desastre o nos damos una vuelta por el Nevada.
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