La tiranía de la apariencia

En estos días con la visita de la vicepresidenta Díaz al Papa nos quedan las dudas de si ha sido una visita de contenido real o si se trata de un ejercicio de promoción persona

Andrés García Lorca

Sábado, 18 de diciembre 2021, 21:38

Uno de los grandes males de nuestra sociedad es vivir en la apariencia y no en la sencillez de la verdad, tal vez buscando con ... ello un reconocimiento no logrado por falta de voluntad, empeño y aptitudes. En otros casos, las apariencias son el mecanismo de defensa ante una experiencia de vida no asumida o en la que se ha producido un desclasamiento social que avergüenza y no se quiere admitir.

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En política, esta actitud aparece en muchos personajes que se adornan con titulaciones, asombrosamente inconsistentes, como si por ello gozasen de mayor autoridad; en otros casos niegan u ocultan sus orígenes por creer así que, con ello, se ajustan a la nueva identidad que se han creado, aunque solo exista en su imaginario. Tal vez sea muy difícil aceptar la propia realidad que en definitiva es la verdad, pues como advirtiera Oscar Wilde «la verdad es una cosa muy dolorosa de oír y de manifestar» por eso pretende vivir en la realidad de las apariencias o lo que es lo mismo en el engaño. El problema es cuando el que engaña ejerce una actividad que incide en las personas, ya sean como individuos o colectivo social, caso de los profesionales, que dicen poseer unos conocimientos técnicos que solo están en su imaginario o se consideran investidos de los mismos por las funciones que realizan o por las alabanzas de los turiferarios de turno, o sea, los lameculos de siempre. Esta fatuidad solo conduce al fracaso personal y colectivo.

Si admitimos que el término gobernar es el ejercicio de dirigir, administrar y controlar un estado y reflexionamos sobre la realidad del Gobierno de España, en la que no sabemos hacia donde nos dirigimos, ni nos sentimos administrados, pero sí saqueados; que tenemos evidencias de que el Gobierno no controla, lo controlan, como ocurre con las nacionalismos sectarios y radicalistas, podemos deducir que padecemos un gobierno de apariencias pues, no gobierna, solo aparenta que gobierna.

Dentro de esta línea de apariencias vividas tenemos el caso de Isabél Celáa que, por potestad del Sr. Sánchez, la han convertido en embajadora del Reino de España ante el Estado Vaticano que cuenta con la diplomacia más antigua y experimentada del mundo. Esta ficción de 'diplomática', tiene que hacer el aparente papel de que, el Gobierno al que representa, busca la colaboración entre la Iglesia y el Estado, cosa que no se evidencia por los actos y declaraciones de ese mismo Gobierno y de ella misma.

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Sobre la diplomacia vaticana recuerdo una anécdota que me contó la fallecida Paloma Gómez Borrero con motivo de la visita de la que fuera vicepresidenta Fernández de la Vega al Vaticano, para exponer al Papa la actitud de la Conferencia Episcopal con respecto al Gobierno. La recibió el secretario de Estado y cuando estaban en el ascensor que accedía al despacho, hizo una parada y entró un fontanero que iba a reparar una avería; la vicepresidenta hizo un gesto raro de disgusto y monseñor, dirigiéndose al fontanero, le dijo que no se preocupara por haber subido, que la señora era del Partido Socialista Obrero Español por lo que seguro que estaría encantada de compartir el ascensor con un obrero.

En estos días con la visita de la vicepresidenta Díaz al Papa nos quedan las dudas de si ha sido una visita de contenido real, es un ejemplo más de manifestar la apariencia de generar un marco de relaciones sinceras con la Iglesia Católica y el actual Gobierno de España, o si se trata de un ejercicio de promoción personal. Sea lo que fuese el Papa ha aplicado la coherencia evangélica.

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