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José Ibarrola
Teclados con eñe

Teclados con eñe

Estoy seguro de que la automatización inteligente nos conduce a un mundo de convivencia con máquinas que dialogarán con nosotros de viva voz

senén barro ameneiro

Miércoles, 20 de marzo 2019, 00:03

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Hace unos días leí un informe sobre el ecosistema europeo alrededor de la Inteligencia Artificial (IA). Dicho informe analiza las startups, los laboratorios de I+D y las comunidades activas en IA de todos los países de la Unión Europea, además de Noruega y Suiza. Me alegró ver la privilegiada situación de España en el grupo de países dominantes, junto con Francia, Reino Unido y Alemania, aunque sea situada a la cola de estos en todos los indicadores considerados. Sin embargo, el español no cuenta con la relevancia suficiente, a juicio de los responsables del informe –la organización France Digitale y la empresa alemana Roland Berger–, como para haberlo incluido en el análisis de la presencia de la Inteligencia Artificial en Internet. Solo así se entiende que se haya analizado la actividad en Twitter de las comunidades de Inteligencia Artificial a partir de los tuits con las palabras inglesas «artificial intelligence» y su acrónimo, «ai», así como su traducción al francés y al alemán, pero no al español.

La relación entre la salud de las lenguas y su presencia en el mundo digital se hace día a día más patente. No me refiero solo a la mayor o menor disponibilidad de contenidos y a la calidad de estos sino también a su uso en las denominadas tecnologías del habla, aquellas que utilizan el lenguaje oral para la comunicación entre personas y máquinas. Así lo manifesté hace algo más de un año en una reunión del Foro Futuro en Español, atinada iniciativa impulsada por el grupo Vocento, y el paso del tiempo no hace más que reafirmarme en ello.

Decía Umberto Eco que la lengua de Europa es la traducción y no es descabellado pensar que en unos años la traducción automática será la lengua de todo el planeta. De hecho, ya podemos comprar dispositivos a modo de auriculares que permiten la traducción entre docenas de lenguas en tiempo real. Bien es cierto que sus prestaciones todavía son limitadas, pero es solo cuestión de tiempo que lo hagan con extraordinaria competencia, desde luego superior a la nuestra. Hace solo quince años pensábamos que los coches autónomos tardarían treinta años o más en circular por las calles de las ciudades y ya lo están haciendo ya. Del mismo modo, puede que dentro de pocos años podamos entendernos de forma cotidiana y fluida con otras personas usando cada una su propia lengua.

No me veo capaz de anticipar el impacto de estas tecnologías. Quizás aumenten el valor social de las lenguas incorporadas a las máquinas, favoreciendo que las personas preservemos nuestra lengua materna, ya que a través de ella podremos 'hablarlas' todas. Sin embargo, también podrían reducir con el tiempo el número de hablantes de la mayoría de los idiomas hoy existentes, en particular de aquellos con un menor valor material. Llevándolo al extremo, podríamos llegar a criar y educar a nuestros hijos en una lengua distinta de la nuestra sin más que seleccionarla en el menú de opciones de un dispositivo.

De lo que sí estoy seguro es de que la automatización inteligente nos conduce a un mundo de convivencia con máquinas que dialogarán con nosotros de viva voz. En este escenario, incluso más que hasta ahora, los países más beneficiados serán aquellos que desarrollen la ciencia y la tecnología que haga posibles estas máquinas. Por tanto, aumentar la importancia socioeconómica del español pasa por incrementar su presencia en la generación y puesta en valor del conocimiento y la tecnología. ¿Acaso no hubiese sido más importante haber inventado nosotros el teclado que conseguir que una buena parte de los que hoy se fabrican en el mundo lleven la eñe?

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