'Teatro bajo la arena' versus 'teatro al aire libre'
De buenas Letras ·
Para dar a luz 'Federico, en carne viva' no ha habido más remedio que traspasar la alcantarilla de la imaginaciónJOSÉ MORENO ARENAS
Miércoles, 6 de marzo 2019, 23:25
Quienes frecuentan los ambientes teatrales 'vegueros' saben que para dar a luz 'Federico, en carne viva' no ha habido más remedio que traspasar la alcantarilla ... de la imaginación chapoteando 'bajo la arena' y conocer las cloacas revolcándose 'al aire libre'. Todo ello, de la mano del dramaturgo de la Vega de Granada, en viaje interior, catártico. No es de extrañar, por tanto, que cuando Federico visita mi mente, acudan a mi imaginario escenas de 'Así que pasen cinco años', 'El público' o 'Comedia sin título', antes incluso que los archiconocidos personajes de 'Yerma', 'Bodas de sangre', 'La casa de Bernarda Alba' o 'La zapatera prodigiosa'.
Las piezas surrealistas responden a las exigencias del 'teatro bajo la arena', concepto lorquiano marcadamente utópico. En ese teatro tiene cabida 'su verdad', imposible de encajar no solo en el 'teatro al aire libre', que ampara la apariencia; ni siquiera en su vida real, ahogada por el provincianismo de unos paisanos que no lo aceptan como es. Así las cosas, el 'teatro bajo la arena' es un grito de libertad, una respuesta a la necesidad de transmitir al lector/espectador sus sentimientos, sus pensamientos; en definitiva, su 'yo', él mismo. En esta 'verdad lorquiana' hay una visión de futuro –«el teatro que está por llegar»–, el deseo de una sociedad mejor; es decir, la utopía. El propio Federico lo refleja en una de sus cartas: «He empezado a escribir una cosa de teatro que puede ser interesante. Hay que pensar en el teatro del porvenir».
En cambio, las obras que da a la escena «para demostrar una personalidad y tener derecho al respeto» respondían a la realidad del momento, a historias de una sociedad de la que el propio Federico participaba; eran y son, por tanto, crónicas de una época. En ellas no había asomo alguno de utopía; y si nos atenemos con rigor a la definición –representación imaginaria de una sociedad del futuro cuyas características son indeseables–, tampoco de distopía, ya que del fuenterino no se vislumbra en esas creaciones amago, siquiera mínimo, de proyecto o deseo alguno para el futuro, ni representación negativa imaginaria de unas gentes para épocas venideras; se limitó –como digo– a subir al escenario personajes reales, auténticos, del momento, no de hojas de calendario por arrancar. Distinto es que queramos ver distopía cuando pensemos en la sociedad a que nos lleva la que vivió y sufrió Bernarda, cuando hagamos una representación imaginaria de un futuro al que nos aboca un presente de reminiscencias distópicas ('teatro al aire libre') y que puede agravarse.
A la distopía se llega desde la miopía de un pueblo cuya mirada no alcanza a otear horizontes de madurez; de unos seres que no se atreven a encarar el futuro con valor y entereza, escondidos tras la comodidad de una rutina de siglos que los tiene presos, felices en su ignorancia; de ese pueblo nace un público más apegado a las apariencias que a la autenticidad, un público 'educado' solo en y para el teatro de evasión, incapaz, desde esa miopía, de exigir y alentar el 'teatro del porvenir': 'teatro bajo la arena' versus 'teatro al aire libre'.
Primero, en 'El inframundo', y más tarde, en 'Federico, en carne viva', encuentra acomodo la utopía lorquiana a partir del concepto que tan acertadamente acuñó con el nombre de 'teatro bajo la arena'. ¿Mi utopía…? Quizá la misma de otros muchos autores, como José Ruibal: escribir contra el público, contra la pereza mental del espectador, y que este, lejos de reaccionar de manera irracionalmente impulsiva, reflexione. ¿Mi distopía…? ¡Ca, soy positivo por naturaleza! ¿Mi miopía…? Procuro que no afecte al intelecto.
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