Nada sustancial ha cambiado
Aunque hasta después del 26 de mayo nadie descubrirá sus cartas. Hay tres líneas rojas que Sánchez no traspasará: No reducirá la economía sumergida que da de comer a mucha gente, no convertirá los contratos temporales en indefinidos, no admitirá la independencia de Cataluña
armando segura
Jueves, 16 de mayo 2019, 00:19
Las elecciones del último 28A, aparentan, si atendemos a los titulares de los medios, una gran hecatombe, especialmente para el PP. Un análisis en frío ... de los resultados oficiales, muestran cómo la correlación de fuerzas de los dos bloques, derechas e izquierdas, permanece intacta. Si sumamos los votos del PSOE y Podemos por un lado y los de las tres derechas por el otro el número de votantes es equivalente: unos 10 millones.
Hay por otra parte una evidente insuficiencia de escaños socialistas que ni siquiera con Podemos alcanza la mayoría absoluta. Las victorias de PSOE, Cs y Vox son relativas sino pírricas. La sociedad española está dividida por la mitad y estas elecciones no han cambiado nada. El mayor perdedor es el PP pero sus fugas han ido a zonas más templadas o a las más extremas, por hacernos entender.
Esta impresión de equilibrio refleja una sociedad moderna que no tiene que ver ni con las enormes distancias entre ricos y pobres que se dan en Latinoamérica, en África y en Asia. Somos una nación con una renta per cápita en torno a los 30.000 dólares, semejante a la de Italia y muy superior a las propias de los países subdesarrollados. Este fondo socioeconómico permite interpretar algunos datos que la Ley D'Hondt deja distorsionados.
Los nacionalistas, tanto vascos como catalanes, responden al esquema clásico de derecha/izquierda, como es natural. En materia económica no veo al PNV y a PdCat aprobar la derogación de la reforma laboral. En esta perspectiva la derecha en general es más amplia que la suma de las tres nacionales.
Es cierto que el PSOE aumentó en 40 diputados, lo que psicológicamente es un desahogo pero que no va a hacer más fácil la gobernabilidad del país. Las reformas económicas que ya inició Sánchez con sus decretos-leyes son gestos y guiños más que reformas profundas. Las reformas posibles, teniendo en cuenta su elevada financiación, no son viables porque los límites de gasto que fija la Comisión Europea son muy estrechos.
La reforma laboral, por ejemplo, fue una medida de emergencia que Rajoy tuvo que aplicar en plena cris del 2009. Esa reforma mantuvo en precario, no contratos indefinidos, sino contratos que de no pasar a temporales y precarios determinaban el cierre de empresas e incremento del paro.
¿Quién cree que nadie sensato puede convertir de la noche a la mañana los contratos precarios en indefinidos? No es una cuestión ideológica sino de contabilidad. Esa medida generaría una crisis económica de largo alcance porque en el mercado libre no se puede obligar a los empresarios a mantener las empresas abiertas en régimen de pérdidas sin fondos.
Una circunstancia semejante se dio en la España de los cincuenta. No se podía despedir a nadie, no se permitía subir los alquileres. Esa reglamentación estatalista tuvo que desaparecer cuando para entrar en la Unión Europea hubo que desmontar la industria nacional y aproximarnos a las reglas de Europa.
Pienso que Sánchez, a pesar de su habilidad maniobrera, le queda poco margen. La ideología afecta muy poco a las necesidades económicas de la sociedad civil. No podemos salir del marco del libre mercado, no cabe volver a la autarquía, no podemos gastar más de lo que ingresamos y los únicos dispendios que nos podemos permitir son los más baratos: exhumar cadáveres, subvencionar las mujeres maltratadas, llenar las plazas de banderas republicanas e independentistas y cosas así.
Pero derogar la reforma laboral de Rajoy es una cuestión de hecho, no de ideología. Quizás a efectos propagandísticos se hagan planes a largo plazo para eliminar la precariedad, análogos a los que se hacen para mejorar el calentamiento global.
De todo ello se desprende que la situación apenas ha cambiado salvo que el capital y los medios de comunicación que de él dependen hagan prodigios de maquillaje. Se puede intentar que los empleos temporales se mantengan como interinos pero en el nivel del 'mileurismo'.
Un asunto pendiente en este orden de cosas es la economía sumergida y las cifras fraudulentas del paro. Nadie se cree que España tenga el doble de paro que Portugal, se mire por donde se mire. Tampoco admite explicación como la gente vive muy bien de 'plantar maría' y de defraudar a las eléctricas. La mitad del paro estimado está formado por gente que vive bien o relativamente bien en la economía sumergida y que ni por asomo desearían salir de ella.
Aunque hasta después del 26 de mayo nadie descubrirá sus cartas. Hay tres líneas rojas que Sánchez no traspasará: No reducirá la economía sumergida que da de comer a mucha gente, no convertirá los contratos temporales en indefinidos, no admitirá la independencia de Cataluña.
Lo que si hará es cambios de fachada y filigranas de titiritero. Tal vez se podría convertir el país en una república bolivariana en el que todos tuvieran un empleo fijo y mal pagado, siempre que se atreviera a salir de la economía de mercado. Eso un socialdemócrata como Sánchez no lo hará ni en sueños.
En cuanto a los valores morales inscritos en los programas son responsabilidad de los votantes. Su incumplimiento ha sido la causa de la fragmentación de la derecha. Unos, porque querían más 'apertura', otros querían menos. Un programa electoral refleja los valores de quienes lo votan.
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