Con otra serena perspectiva

Donde agitan las palabras ·

La serenidad implica reflexión, calma, tiempo, comprensión, silencio y voluntad de buena fe.

Alfredo Ybarra

Martes, 15 de febrero 2022, 23:17

No reaccionamos ni en un ápice. Las dos últimas semanas lo han evidenciado. Seguimos erre que erre sumidos en un hervidero de agitación y de ... intemperancia, fundamentalmente alentado por unos políticos de baja estofa. Pero la crispación está en cualquier ámbito. Todo se discute, todo se polemiza. El razonamiento se sustituye por el griterío sordo, donde prima la confusión, los equívocos, las mentiras, la intransigencia. No se venden las ideas, se vende el disfraz, el disimulo, el gratuito improperio. No hay contertulios, no se soporta la diferencia de criterios. No hay discrepantes, hay enemigos incompatibles. Necesitamos enmendar esta deriva. Necesitamos emprender otras dinámicas, comenzar a dar pasos desde la serenidad y el sosiego. La serenidad es el gran y verdadero antídoto contra la angustia y el temor. Decía Borges que «buscar la serenidad me parece una ambición más razonable que buscar la felicidad. Y quizá, la serenidad sea una forma de felicidad». La serenidad implica reflexión, calma, tiempo, comprensión, silencio y voluntad de buena fe, es decir, honestidad. La serenidad también implica una importante dosis de inteligencia, entendida como una comprensión de la realidad con todos sus matices. La vida no se trata de maximizar todo, no es un combate, ni consiste en ese mecánico activismo sin espacios para la calma en la que la hemos convertido.

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Además, nos hemos polarizado en un gregarismo, por sectores, que nos aturde y amedrenta para ser auténticamente individuos. La palabra gregario de etimología griega significa 'del rebaño' y de ella subraya el diccionario de María Moliner: «Se dice de las personas que forman parte de un grupo sin distinguirse de los demás o que les falta iniciativa y se dejan llevar por otros haciendo lo que hacen todos». Necesito hoy escribir, sentir, que es posible entrañar algo de serenidad no solo en mi mismidad, sino como sociedad. Según el diccionario de la RAE la serenidad es la cualidad de sereno, que define como apacible, sosegado, sin turbación física o moral. Escucho mientras escribo el eco de los serenos acordes clásicos de Mozart, Bach, Beethoven, Vivaldi, Bizet, de Grieg; o el cante de Miguel Poveda poniendo voz a los versos de Lorca, o el rumor de seda de Ella Fitzgerald, o esa voz que fluye serena de Silvia Pérez Cruz. Y la paz me alcanza encontrándome con la serenidad lúcida de Blas de Otero: «Vísteme de hermosura el pensamiento, serenidad, perennemente unida al árbol de mi vida a contra viento».

Siento el pálpito onírico en la sosegada noche oscura de San Juan de la Cruz, la naturalidad y sencillez de los versos de Jorge Manrique. Y la paz me hiere mientras observo la sabia espera del olivo. Evoco la sinigual apacible contemplación del ensueño de la Alhambra; la mañana mágica donde la bruma del Jándula funde los breñales encantados de la Sierra de Andújar con un cielo prendido de promesas. En 1949 Martin Heidegger pronunció una conferencia que tituló 'Serenidad'. En ella decía: «Cuando se despierte en nosotros la serenidad para con las cosas y la apertura al misterio, entonces podremos esperar llegar a un camino que conduzca a un nuevo suelo y fundamento». Armonía, ¿dónde están tus acordes?

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