Del seny al esperpento
Puerta Real ·
Como la pela es la pela, lo que importa es saber cuántas pelas están costando las algaradas del independentismo catalánEsteban de las Heras
Sábado, 19 de octubre 2019, 22:59
«Esto quién lo paga», preguntó el escritor ampurdanés Josep Pla ante las luces de Nueva York, cuando visitó la ciudad de los rascacielos a ... mediados de los años cincuenta. Lástima que aquel payés no viva todavía por ver si se hacía la misma pregunta ante las imágenes que hemos visto estos días de las calles de Barcelona. Porque me gustaría –y creo que a usted también– que alguien echara cuentas del montante de horas perdidas, del coste del desplazamiento de los policías, de las mercancías bloqueadas en los camiones, del destrozo callejero, de todas esas cosas y todos esos actos, que pueden convertirse en números, en guarismos, que es lo que les gusta de verdad a quienes presumen del famoso seny. Así que, como la pela es la pela, lo que importa es saber cuántas pelas están costando las algaradas del independentismo catalán. Y luego, que alguien nos diga claramente quién lo va a pagar. Porque ha llegado este asunto en medio de la precampaña electoral y al gobierno en funciones se le ve como colgado de la brocha, esperando que alguien le vuelva a poner la escalera bajo los pies, y rezando a su virgencita para quedarse como está: quitándole hierro al asunto o comiéndose una hamburguesa a la hora de cenar. Uno entiende que hay que templar gaitas, pero de ahí a decir que la ciudad condal era el viernes un remanso de paz, una balsa de aceite que se podía visitar con total normalidad, como sugirió Marlaska, va un largo trecho, porque lo que se veía en la tele era una balsa de aceite… hirviendo. En la mencionada cuenta de gastos vamos a tener que sumar el costo de unas gafas de ver para enviárselas al señor ministro del Interior en funciones.
La pela es la pela y la vamos a pagar los de siempre, la masa obediente, dócil, sumisa y manejable de los contribuyentes. Y punto pelota. Pero, al menos, que alguien nos diga a cuánto hemos tocado, más que nada por saber si hay que seguir abriéndoles las calles de Granada a ese centenar de camándulas que salió el miércoles por la noche a fastidiar al personal y bloquear la circulación porque les salió de su entrepierna.
Lo bueno de la 'varia España', como llamaba Azorín a esta bravía península que nos ha tocado habitar, es que al tiempo que se incendian coches y contenedores en esta otra semana trágica por las calles de Barcelona, podemos escuchar la cálida voz de la Princesa de Asturias en Oviedo durante la entrega de los premios que llevan su nombre; escuchar las peleas barriobajeras de vecindonas cutres en los 'Sálvames' de Telecinco, o ir a Los Cármenes para asistir a la nueva machada y victoria del Granada CF. Es una España muy varia, muy distinta y compleja, a la que le sobran las imágenes vistas durante la tarde y noche del viernes en la Vía Layetana de Barcelona y en las calles adyacentes. Aquella estampa no era la de una ciudad y un país de la Unión Europea; se parecía más a las ciudades de Siria o Palestina castigadas por intifadas y ataques yihadistas. Y eso está muy alejado del famoso seny catalán, esa cordura de pueblo práctico y realista, que durante muchos años fue la seña de identidad catalana.
En Barcelona estamos asistiendo esta semana a esas últimas broncas de amantes imposibles, con mucho ruido y furia, de difícil arreglo y también con mucho dolor por la pérdida del amor que pudo haber sido y que lo fue, pero que al final se rompió de tanto usarlo. Lo visto en aquella ciudad el viernes nos lleva de la mano al último poemario de Rafael Guillén, que acaba de publicarse, y tomarle prestados estos versos de El Vértigo: «En equilibrio por la cuerda / tensa de tu mirada, creo percibir / insinuaciones, luces / inestables, destellos de un posible / mañana, también de un imposible / mañana, que me hunden en el vértigo / del futuro». Porque era ese trastorno del equilibrio que hace girar el mundo en el vacío lo que trasmitían los medios de comunicación, al ver cómo el humo tapaba el atardecer de rosa y nácar en la que fue la ciudad de los prodigios, según Eduardo Mendoza.
Ahora, tras el resacón de la rabia vaciada y el fuerte olor a quemado, toca recomponer el tablero, antes de que Cataluña entre en la menopausia, y para ello se ha trasladado hasta allí el ministro de asuntos internos. Nunca es tarde si la dicha es buena o se produce el milagro. Es tiempo de prodigios y aquí, en Granada, no le hacemos ascos a los milagros. Buena prueba de ello es que de un momento a otro va a empezar a llover a cántaros, después del acuerdo entre el arzobispo y el imán para pedir al cielo el fin de la larga sequía.
Hablando de milagros, no me digan que no roza lo sobrenatural el que siga habiendo aficionados culés por todos los rincones del suelo patrio. Pero ya se sabe que somos un pueblo al que le gusta flagelarse. Y tan masoquistas que hasta la mayoría de las fiestas de las comunidades autónomas celebran derrotas, como la Diada o Villalar, por poner solo dos ejemplos.
En fin, mientras algún responsable de la administración echa cuentas de los gastos originados por los irresponsables en la capital catalana y nos dice a cuánto tocamos, vamos a sacar el paraguas para recibir al otoño que, por fin, se ha acordado de que le tocaba coger el timón del almanaque, tras el largo verano. Con tanto humo casi se me olvida recordar que hoy es el cumpleaños del Ayuntamiento de Granada, que se constituyó tal día como hoy en el año 1500. Seguro que Luis Salvador nos sorprende con fuegos de artificio.
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