Saturación progre

Puerta Real ·

manuel montero

Jueves, 1 de abril 2021, 22:38

Oeres progresista o eres una nulidad: esta es la idea dominante. Por eso se proponen programas progresistas y alianzas de las fuerzas de progreso. Para ... no ser carcas. El término se está convirtiendo en palabro por saturación. Se vacía de contenido y desprestigia a marchas forzadas. Suena ya a enfático y perdonavidas. Se usa como autocalificativo laudatorio, para presentarse a sí mismo y a los propios como lo más guay. Sirve para prescindir de matizaciones e incluso de contenidos ideológicos.

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La definición de 'progresismo', tal y como se emplea hoy, resulta ventajista, por la idea, muy bien asentada, de que resulta imprescindible avanzar, moverse, no quedarse en rancios atavismos, que es todo aquello que no se considere progresista.

El estereotipo 'progresista' ha propiciado que desde la transición hasta aquí hayan proliferado los anuncios, solemnes o no, de que necesitamos pactos de progreso. Se ha reivindicado más el apelativo que el contenido, pues la naturaleza actual de progresismo queda al albur de las circunstancias: bajar impuesto puede ser progresista si lo dice Zapatero y neoliberal si la idea viene de la derecha.

Cuando el PSOE no necesitaba más votos que los suyos no se molestaba en reclamarse progresista. Le bastaba decirse de izquierdas o reformista. Ahora, que necesita a otros, no falla: queremos un gobierno de progreso, un acuerdo progresista para avanzar.

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El actual concepto progresista, que se presenta como la panacea, resulta más bien vaporoso, desleído. De ahí que partidos que a primera vista están en las antípodas del progresismo –el PNV, sin veleidades de este tipo; los independistas identitarios; los herederos de la cleptomanía pujolista; ¡incluso a Bildu se lo dicen!– suelen pasar por serlo. Por alguna razón exculpatoria, se les cuenta entre las fuerzas de progreso. Arrastramos un progresismo subjetivo.

En el uso actual, el progresismo no tiene que ver con el progreso sino que el marchamo lo otorgan arbitrariamente el PSOE y/o Podemos, que actúan como propietarios de la marca.

Este presunto progresismo ha diluido las definiciones esenciales y se manifiesta en la repetición machacona de algunos tics. Consiste, primero, en el repudio sistemático del centro y la derecha, llamados ultraderecha. Después, valen los juegos retóricos: los mantras sobre la igualdad, sobre la destrucción de la desigualdad, la acusación de prejuicios racistas, sexistas, antianimalistas e ideológicos, y la exhibición de eslóganes políticamente correctos. El buen progre debe manejarse con soltura entre los términos empoderamiento, transversal, sostenible, alternativo, inclusivo y demás latiguillos sobrevenidos.

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Un programa progresista no describe una política a seguir, sino que acumula propuestas deslavazadas, dentro de la fragmentación conceptual propia de estos tiempos. Lo fundamental: que muestre buenas intenciones, deseos de mejorarlo todo. Si dudas de las medidas a las que se presenta como progres serás llamado facha.

El abuso del término progresista puede acabar en su descrédito, sobre todo cuando revela banalidad. Conviene recordar el recelo de Pessoa, que advertía: «Un progresista es un hombre que ve los males superficiales del mundo y se propone curarlos agravando los fundamentales».

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