Elvira's

Elvira la grande, 102 años, le robaron su marido en la guerra. Con 30 años, el alma se le llenó de luto y aprendió a sobrevivir ayudada por su familia. Toda la vida enfadada y agradecida

Elvira la chica tiene 80 años, dejó su trabajo como entrenadora y su equipo de atletismo a los 25, se casaba y «no le hacía falta». Después de 10 años convenciéndose de que no era ni mala madre ni mala esposa por querer realizar algo por y para sí misma, y otros dos convenciendo a su marido, empezó a estudiar por las noches, cuando todos estaban durmiendo, prometió que si la dejaban nadie se iba a dar cuenta de que «perdía» tiempo asistiendo a la escuela de la parroquia, después cursos de sindicatos, un lustro más y empezaba a trabajar, seguía sin notarse, se compraron una tele en color, pasaban fuera un mes al año de vacaciones, instalaron teléfono y compraron un «utilitario» de tres puertas, pero consiguió que él no lo notara. Si ahora le preguntas por aquel pedir permiso y por su andar de puntillas, te dice que está contenta, que sus amigas lo pasaban peor, que ella podía trabajar y cuando alguna vez se iba a comer «al chino» con las compañeras, nunca le dijeron a qué hora tenía que volver a casa.

A otra Elvira, con 40, ayer mismo, alguien le preguntaba ¿cuál era el comentario machista que peor le sentaba? Y lo tuvo que pensar mucho, no se le ocurría ninguno, quizás en su entorno tiene la suerte de no escucharlos. Pero hay más Elviras, hay una con 62 que dice que ella ya no va a las manifestaciones del 8M porque ya ella «para qué» ahora las que tienen que ir son sus nietas, esta Elvira cree que con 62 años ya no tiene derecho a vivir en igualdad, quizás cree que es solo cosa de jóvenes. Otra, con 45, dice que no es feminista porque ella nunca se ha sentido tratada de un modo distinto a sus compañeros por ser una mujer, otra afortunada ¿no? La sororidad ni se le pasa por la cabeza. Y mientras, a temblar reacciones si te declaras feminista, o a explicar por enésima vez que no es igual a machismo y a ver crecer la ideología negacionista, en un país en el que, hasta hace poco, estaba bien visto creer en la igualdad.